5 de noviembre de 2012

¡No quiero aprender!

¿Cuándo aprender algo deja de ser divertido? Probablemente cuando nos hacen sentir que lo que verdaderamente merece la pena alcanzar es un resultado.

¿Cómo es posible que a un niño que no sabe leer o que está en pleno proceso de aprendizaje le entusiasmen tanto los libros y a uno con diez o doce años no quiera abrir ninguno si no es por obligación? Aquí falla algo.

Así vamos dejando de sentir curiosidad, o por lo menos, no nos permitimos seguir ese impulso de descubrir. Y esto ocurre de forma paulatina, claro.

Si ahora mismo tuviéramos que aprender a la edad de treinta o cuarenta años, probablemente la mitad no montaría en bici o no conocería el proceso de una planta desde que es semilla hasta que crece y se desarrolla.

Esta falta de interés es causada, entre otras cosas, por el miedo a fracasar que suele ir acompañada de una imagen de nosotros mismos poco alentadora. No nos sentimos capaces o nos creemos torpes, o ambas y preferimos que otros lo hagan porque son mejores. Todo un proceso negativo desarrollado a través de los años.

Debido al daño que nos generan con todos esos mandatos enfermos, con todas las obligaciones, la presión de ser mejores, de competir desde nuestra primera ficha escolar, las dificultades y el miedo a no cumplir las expectativas y por lo tanto, decepcionar, acaban superando la motivación.

El descubrimiento, la manera de proceder y de aprender de cada uno debe ser en libertad y sin presiones de ningún tipo, de lo contrario se generará el efecto contrario. Los niños son creativos y curiosos por naturaleza; es decir, que no tienen ningún problema para aprender porque su motivación es total. Sólo hay que respetar cómo quieren hacerlo y guiarles para que el aprendizaje siga siendo mágico y maravilloso en sus vidas para siempre, lleno de gozo y disfrute, y no acaben aborreciendo todo lo que suene a “educativo” en la adolescencia.

Por eso, ayudar a descubrir, permitir que aprenda a su modo, a su ritmo es la mayor responsabilidad que tiene un adulto con respecto al niño.

A menudo no sólo no actuamos de esa manera sino que además comenzamos a reprochar lo que nosotros hemos causado o propiciado: la tele, las maquinitas, que no hace nada, que se queda mirando las musarañas,…

De ser así, hemos fracasado como padres/adultos castrando su entusiasmo y su impulso condicionando que tenga respuestas adecuadas.

Ser creativos y acompañar y estimular el aprendizaje de un niño es nuestra responsabilidad como adultos y como padres. Estos últimos a menudo se llevan la palma dando todo su poder al sistema educativo. Es como si dijeran: “Yo no tengo ni idea de cómo se educa a un niño. Mejor que lo hagan en el colegio y así me quedo con la conciencia tranquila de que la educación y lo que debe saber y cómo, lo aprende allí”. Que un padre o una madre haga eso es despojarse de todo su poder y de toda la capacidad que tiene de estimular y orientar al niño para que el aprendizaje sea puro disfrute.

La única manera de que un niño siga entregado a descubrir, a crecer, a aprender, a mejorar es a través del respeto y el amor por él. Por eso se fracasa en el sistema educativo que está establecido, pero no es el niño el que fracasa, sino el sistema en sí. Por eso también es fundamental que sean los padres los que protegen el buen funcionamiento del aprendizaje y los que lo potencian y lo defienden.

No existen niños vagos, niños espabilados, niños curiosos, niños aburridos, etc. Lo que existe es una buena interacción con él o una mala y somos nosotros, los adultos, los que debemos posicionarnos correctamente.

La comprobación de dónde estamos serán los niños los que la corroboren con su comportamiento y buen o mal funcionamiento, interacción, disfrute, motivación e impulso de aprendizaje. Es decir, que si ellos están mal, somos nosotros los que debemos cambiar urgentemente.

1 comentario:

  1. No desconectarse de los niñ@s que llevamos dentro ayuda a no ser una persona gris. Aprendamos de los niñ@s y respetémosles!! GRANDE, Maite!! Lorena.

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