20 de junio de 2012

Perfectísimamente perfecto

Hay conceptos que a primera vista pueden parecer positivos, sin embargo, valorándolos más de cerca, se ve que no son lo que parecían. Éste es el caso del perfeccionismo.

En ocasiones se dice de alguien que es “muy perfeccionista” transmitiendo halago en esa comunicación, pero en realidad es un infierno para la persona, no una cualidad de la que sentirse orgulloso.

Para empezar, aclaremos que nadie es “muy perfeccionista”. El perfeccionista lo es a secas. Ni mucho ni poco, no hay medidas. Porque entonces dejaría de ser perfeccionista. (Esto ya está rozando el ensayo filosófico y lingüístico, y en estos momentos no es lo prioritario. Sigamos).

Tenemos como definición de perfeccionismo  gracias a nuestro querido diccionario: “Tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”. Lo que supone que te puedes tirar toda la vida haciendo una sola cosa porque no te sientes satisfecho del resultado, o que puedes dejarla y pasar a otra llevándote contigo la culpa y el desasosiego de haberlo dejado sin que estuviera como tú querías. Pero claro, como nunca va a llegar ese momento, es difícil elegir entre la insatisfacción o el queme.

¿Por qué alguien se convierte en perfeccionista? ¿El perfeccionista nace o se hace? Evidentemente, se hace. Para ser más exactos, lo convierten a esa religión de donde no sale nunca, porque ya ha sido amaestrado lo suficiente.

¿Quién puede torturar a un ser humano para que dé vueltas en una jaula y no pueda desarrollarse? Alguien que sufre del mismo mal, que le han engañado de la misma manera. ¿Cuál es el engaño? Por ejemplo, tú vas con un avión de papel que has construido a enseñársele a tu padre o a tu madre -que configuran tu mundo cuando eres un niño- y la respuesta que obtienes es que no está del todo bien, que probablemente se puede hacer mejor. No sólo no te han felicitado entusiasmados y te han transmitido su valoración y admiración por lo que has hecho sino que te dicen los fallos para que los subsanes.

Como todo lo que se acaba implantando en nuestra vida, los procesos de adaptación, aceptación, manipulación, engaño, etc. se gestan en nuestra infancia. Por eso, es necesario tener en cuenta que el niño es vulnerable y cualquier comportamiento, información, relación que le coloquemos deja una marca. Todos los comentarios tienen que nacer desde el amor, la construcción y la oportunidad de que se sienta tranquilo y seguro. No es un adulto, así que las exigencias y las insatisfacciones por parte de los progenitores, profesores, familiares son muy peligrosas porque no puede defenderse de ellas. Debe ser estimulado para hacerlo cada vez mejor.

El ser humano que ha desarrollado el perfeccionismo habitualmente no se permite aprender. Necesita hacerlo perfecto a la primera. Si no, no sería perfeccionista. Es decir, que si la primera vez no lo hace como le obliga su “religión”, abandonará el proyecto, el aprendizaje, la actividad, porque sentirá que no tiene el nivel suficiente. Así, poco a poco, dejará de intentar las cosas y dejará de aprender porque creerá que lo tiene que saber todo ya, y no se permitirá equivocarse o hacerlo “mal”.

Pero, ¿cuál es la raíz del problema? La necesidad de ser queridos. Cuando los padres transmiten al niño que podría hacerlo mejor, que no está mal, pero que no es suficiente, el niño se siente rechazado o no querido del todo. Así que se esfuerza, y se esfuerza para que lo quieran. Sin embargo, para unos padres que sufren del mismo mal, todavía no está perfecto. O está aceptable, pero el tiempo o los recursos utilizados han sido demasiados o por el motivo que sea. No es perfecto. Lo que ocurre es que se valoran más las cosas que las relaciones apretando las tuercas a un niño que sólo busca ser querido por encima de todo. En este caso, se ponen condiciones casi imposibles.

¿Cómo salir de una enfermedad de ese calibre? En la edad adulta, dejar esta tortura es el primer paso para no sufrir y no hacer sufrir. El segundo es conectar la conciencia de que el amor no va con condiciones. Se ama siempre, se hagan las cosas bien, mal o regular. El tercero es permitirse errar o tener dificultades o equivocaciones para aprender, rectificar y cada vez hacerlo mejor sin obsesiones. Y el cuarto es disfrutar del amor y del aprendizaje. Nada puede transformarse en una condena a la soledad, a tener que demostrar de forma sistemática que valemos la pena (o la alegría). Además, en el caso de no seguir estas pautas estaremos dando la autoridad a personas que ponen sus daños por encima de las relaciones de amor y del mundo feliz para todos.

La decisión de amar es nuestra, la decisión de buscar hacerlo bien es nuestra, la decisión de que nuestra vida no gire en torno de unos parámetros al alma es nuestra, la decisión de defendernos de una imposición enferma es nuestra y la decisión de romper una cadena enferma de perfeccionismo, también es nuestra.

1 comentario:

  1. Monta una escuela de padres para enseñarles a tratar con amor a sus hijos!!! Por qué la gente no coge oportunidades de aprender, desarrollarse y superar sus daños familiares para no seguir transmitiéndoles?? Como tú bien dices son decisiones personales, pero a ver si deciden mejor, eh!! ;) Lorena.

    ResponderEliminar