Hay conceptos que a primera vista
pueden parecer positivos, sin embargo, valorándolos más de cerca, se ve que no
son lo que parecían. Éste es el caso del perfeccionismo.
En ocasiones se dice de alguien
que es “muy perfeccionista” transmitiendo halago en esa comunicación, pero en
realidad es un infierno para la persona, no una cualidad de la que sentirse
orgulloso.
Para empezar, aclaremos que nadie
es “muy perfeccionista”. El perfeccionista lo es a secas. Ni mucho ni poco, no
hay medidas. Porque entonces dejaría de ser perfeccionista. (Esto ya está
rozando el ensayo filosófico y lingüístico, y en estos momentos no es lo
prioritario. Sigamos).
Tenemos como definición de perfeccionismo
gracias a nuestro querido diccionario: “Tendencia
a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”. Lo
que supone que te puedes tirar toda la vida haciendo una sola cosa porque no te
sientes satisfecho del resultado, o que puedes dejarla y pasar a otra
llevándote contigo la culpa y el desasosiego de haberlo dejado sin que
estuviera como tú querías. Pero claro, como nunca va a llegar ese momento, es
difícil elegir entre la insatisfacción o el queme.
¿Por qué alguien se convierte en
perfeccionista? ¿El perfeccionista nace o se hace? Evidentemente, se hace. Para
ser más exactos, lo convierten a esa religión de donde no sale nunca, porque ya
ha sido amaestrado lo suficiente.
¿Quién puede torturar a un ser
humano para que dé vueltas en una jaula y no pueda desarrollarse? Alguien que
sufre del mismo mal, que le han engañado de la misma manera. ¿Cuál es el
engaño? Por ejemplo, tú vas con un avión de papel que has construido a enseñársele
a tu padre o a tu madre -que configuran tu mundo cuando eres un niño- y la
respuesta que obtienes es que no está del todo bien, que probablemente se puede
hacer mejor. No sólo no te han felicitado entusiasmados y te han transmitido su
valoración y admiración por lo que has hecho sino que te dicen los fallos para
que los subsanes.
Como todo lo que se acaba
implantando en nuestra vida, los procesos de adaptación, aceptación,
manipulación, engaño, etc. se gestan en nuestra infancia. Por eso, es necesario
tener en cuenta que el niño es vulnerable y cualquier comportamiento,
información, relación que le coloquemos deja una marca. Todos los comentarios
tienen que nacer desde el amor, la construcción y la oportunidad de que se
sienta tranquilo y seguro. No es un adulto, así que las exigencias y las
insatisfacciones por parte de los progenitores, profesores, familiares son muy
peligrosas porque no puede defenderse de ellas. Debe ser estimulado para hacerlo cada vez mejor.
El ser humano que ha desarrollado
el perfeccionismo habitualmente no se permite aprender. Necesita hacerlo
perfecto a la primera. Si no, no sería perfeccionista. Es decir, que si la
primera vez no lo hace como le obliga su “religión”, abandonará el proyecto, el
aprendizaje, la actividad, porque sentirá que no tiene el nivel suficiente.
Así, poco a poco, dejará de intentar las cosas y dejará de aprender porque
creerá que lo tiene que saber todo ya, y no se permitirá equivocarse o hacerlo “mal”.
Pero, ¿cuál es la raíz del
problema? La necesidad de ser queridos. Cuando los padres transmiten al niño
que podría hacerlo mejor, que no está mal, pero que no es suficiente, el niño
se siente rechazado o no querido del todo. Así que se esfuerza, y se esfuerza
para que lo quieran. Sin embargo, para unos padres que sufren del mismo mal,
todavía no está perfecto. O está aceptable, pero el tiempo o los recursos
utilizados han sido demasiados o por el motivo que sea. No es perfecto. Lo que
ocurre es que se valoran más las cosas que las relaciones apretando las tuercas
a un niño que sólo busca ser querido por encima de todo. En este caso, se ponen
condiciones casi imposibles.
¿Cómo salir de una enfermedad de
ese calibre? En la edad adulta, dejar esta tortura es el primer paso para no
sufrir y no hacer sufrir. El segundo es conectar la conciencia de que el amor
no va con condiciones. Se ama siempre, se hagan las cosas bien, mal o regular.
El tercero es permitirse errar o tener dificultades o equivocaciones para
aprender, rectificar y cada vez hacerlo mejor sin obsesiones. Y el cuarto es
disfrutar del amor y del aprendizaje. Nada puede transformarse en una condena a
la soledad, a tener que demostrar de forma sistemática que valemos la pena (o
la alegría). Además, en el caso de no seguir estas pautas estaremos dando la
autoridad a personas que ponen sus daños por encima de las relaciones de amor y
del mundo feliz para todos.
La decisión de amar es nuestra,
la decisión de buscar hacerlo bien es nuestra, la decisión de que nuestra vida
no gire en torno de unos parámetros al alma es nuestra, la decisión de
defendernos de una imposición enferma es nuestra y la decisión de romper una
cadena enferma de perfeccionismo, también es nuestra.
Monta una escuela de padres para enseñarles a tratar con amor a sus hijos!!! Por qué la gente no coge oportunidades de aprender, desarrollarse y superar sus daños familiares para no seguir transmitiéndoles?? Como tú bien dices son decisiones personales, pero a ver si deciden mejor, eh!! ;) Lorena.
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