La inmensidad nos hace sentir
pequeños, vulnerables, por eso conectar con la infinitud del universo, la
eternidad del ser, nos provoca vértigo.
De hecho, ni siquiera queremos
entrar en terrenos farragosos para los que utilizamos el calificativo de “filosófico”
-o incluso “esotérico”- a menudo usado de forma despectiva, aburrida o poco
clarificadora. Entonces decimos “carpe diem”, que lo importante es vivir, el
presente. Y así es. Pero el presente no tendrá ningún sentido si no lo
sujetamos desde la profundidad, si no lo anclamos a la conciencia, al espíritu.
La sensación real de estar en el
universo -y no de ser el centro de él- acude a nosotros en forma de pequeñas
ráfagas espaciadas en el tiempo. Por eso, cuando entramos en contacto con esa
conciencia es importante