31 de agosto de 2012

Lo que me gusta y lo que no me gusta

Ya nos enseñaron en el colegio que generalizar no era una buena idea. Y lo aprendimos si nos lo enseñaron bien y si en casa lo reforzaban, o al revés. Si no, lo más probable es que nos hayamos quedado en afirmaciones neandertales del tipo “los hombres son todos unos cobardes”, “las mujeres son unas brujas”, “los catalanes son unos agarrados” y “los madrileños unos chulos”. Vamos, que seguimos las pautas de mandatos que hemos escuchado y, sin profundizar mucho más, nos hemos plantado certificándolo con algún que otro ejemplo que nos haya sucedido. Así que lo afirmamos sin despeinarnos.

Otra manera de generalizar es con las expresiones “me gusta” y “no me gusta”. Es verdad que cuando no te gusta el pescado al horno con patatas, pues no te gusta y punto, aunque le cambies el orden y sean patatas al horno con pescado. Si es que no, es que no. También es cierto que de pequeños no nos gustaban las salchichas, pero nos las ponían en casa de la tía o de la vecina y nos encantaban; tanto que íbamos dando saltos de excitación a pedirle a nuestra madre que nos cocinara esas maravillosas salchichas. Y después de algún que otro comentario y aspaviento por

30 de agosto de 2012

Ilusión vs Obligación

La responsabilidad está precedida por la ilusión. Si hacemos las cosas por obligación con una fuerza de voluntad impuesta, nos sentiremos culpables la mayor parte del tiempo y sin recursos para desarrollarnos.

A menudo escuchamos frases dentro de nosotros del estilo «no es suficiente» o «debes hacerlo mejor». ¿Qué hay detrás de esas afirmaciones? Una autoridad enferma que busca que seamos perfectos, es decir, que suframos hasta el infinito. Si hacemos caso, estamos perdidos.

¿Cómo sentir que lo único que tenemos que hacer es vivir? Tomando la decisión de que no hay nada que haya que «hacer», sino «ser». Ser nosotros y nosotras mismas.

El trabajo consiste en descubrir quiénes y cómo somos. Sentir los impulsos creadores y fortalecernos, optimizarnos para hacer realidad las ilusiones de todos, incluidas las nuestras, por supuesto. Vamos, que es desde la pureza, el amor y el poder que nos da nuestra propia naturaleza desde donde

29 de agosto de 2012

¡Ay! Que me he (re)caído

Sentir que recaemos es lo peor. Bueno, dejémoslo en “malo”, que andar comparando qué es peor o mejor dentro de las desgracias es como escuchar a dos abuelas o abuelos que compiten por ver quién de los dos toma más medicamentos o se ha sometido a más operaciones. Terminar hablando así es vivir más en la muerte que en la vida. Las dificultades, los problemas, las recaídas son para remontar, no para instalarse en ellos.

Partimos de la base de que, en este caso, “caer” no es bueno. Por supuesto, es necesario definir ese verbo antes de entrar en polémica. “Caer” como acción o acontecimiento en que nos levantamos de nuevo, cambiados, habiendo aprendido algo fundamental es fabuloso. Sin embargo, “caer” como resultado de perder un estatus que habíamos alcanzado tras un arduo trabajo es un episodio desastroso. Y si no, que le pregunten a cualquier ex adicto a sustancias o comportamientos compulsivos y destructivos. Caer, en el caso más puramente emocional es caer en el

28 de agosto de 2012

Salvar vida

¿Quién no se ha sentido el rey o la reina del mambo después de haber salvado un pajarito de entre las ramas de un arbusto, rescatado un gato de un árbol o –heroicidad de entre las heroicidades- librado de algún peligro a otro ser humano? El peligro puede ser por haber evitado que a otro le pillaran copiando en el examen, por haber sacado de una situación incómoda al chico o la chica que nos gustaba o defendido a otros que, por circunstancias, se encontraban en franca desventaja y nos hemos expuesto. Eso es exactamente lo que ocurre: que nos exponemos por amor, por ideales, por grandeza del alma sin pensar en ese momento si es conveniente o no, y si habrá consecuencias. Lo hacemos porque sentimos el impulso y punto. Sentimos que nos comemos el mundo y que nada puede salir mal… o casi.

Si no nos valoran ese acto de valentía, si no lo potencian o si nos prohíben volver a hacerlo utilizando el método que sea –convencimiento, amenaza, mentira- nos hunden en la más absoluta de las miserias al aceptar un criterio que busca castrarnos. Y uno o una se pregunta: «¿Qué intención

27 de agosto de 2012

De oca en oca y destruyo porque me toca

Vamos dejando morir relaciones al no buscar resolverlas cuando existe un conflicto abierto o soterrado. Y por miedo, o porque, francamente, no es lo más importante en esos momentos para nosotros por mucho que tratemos de afirmar lo contrario, no buscamos empatizar y llegar a la verdad. Decimos que nos importa la persona, pero lo que en el fondo nos importa es lo mal que nos sentimos.

¿Qué ocurre? Que cuando eso lo hacemos una vez, corremos el peligro de repetir historia. Así, vamos dejando un reguero de relaciones fracasadas a nuestro paso y como consecuencia, la soledad es nuestra fiel compañera. Además, esta actitud es totalmente injusta para la otra parte, porque si ésta, que está dañada, se pone a resolverla, lo que se ha creado es una relación de abuso donde una parte, se pone a trabajar por el bien de los dos buscando la verdad, y la otra no. Y en el caso de no ponerse a resolverla,

26 de agosto de 2012

Me siento… ¿bien? ¿mal? ¿regular?

Utilizamos la creatividad de una manera poco sana, y nunca mejor dicho, porque cada vez inventamos nuevas enfermedades de acuerdo a nuestra manera de (dis)funcionar.

Eso de no saber ni qué me pasa no deja de ser una forma de escaquearse de la realidad y, por supuesto, una tragedia para el sujeto en cuestión. Lo de dejar de sentir para no sufrir es como cortarse la cabeza para que te deje de doler. Una salvajada en toda regla, vaya.

Cuando ni siquiera identificamos en nuestro cuerpo ninguna emoción, ya pueden empezar a sonar todas las alarmas porque estamos bastante cerca de la muerte, tengamos la edad que tengamos. Puesto que no sentimos ni lo malo, ni lo bueno. Y eso se ha ido gestando con el tiempo. Y ahora viene la desgracia con todas las letras: la herencia a los hijos o hijas. Si con este

25 de agosto de 2012

Idealistas o transformador*s de realidades

Cuando alguien suelta la frase “eres un idealista” a otro alguien suele querer decir “eres un soñador, un romántico”. Por debajo se respira otra intención, otro significado más parecido al de ser un iluso, un loco más que una persona con fuerza y nobleza de espíritu. Y lo más habitual es que no se le tome en serio.

Las ideas tienen diversas acepciones y se cogen como excusa para luchar o para atacar. Luchar por ellas es muy diferente a imponerlas. Alguien puede matar por una idea transformándose en asesino además de fanático. Mientras, otros pueden conectar con ideas que vienen de la Vida por vía directa que buscan lo mejor para todos, no sólo para algunos, ni siquiera para la mayoría, sino para todos los seres.

Ser idealista no es tener pájaros en la cabeza. De hecho, a los idealistas, lo que les mantiene cuerdos, en lugar de deprimidos o iracundos es su lucha por alcanzar eso en lo que creen, y que, por supuesto, lo creen posible. Aún