Ya nos enseñaron en el colegio
que generalizar no era una buena idea. Y lo aprendimos si nos lo enseñaron bien
y si en casa lo reforzaban, o al revés. Si no, lo más probable es que nos
hayamos quedado en afirmaciones neandertales del tipo “los hombres son todos
unos cobardes”, “las mujeres son unas brujas”, “los catalanes son unos
agarrados” y “los madrileños unos chulos”. Vamos, que seguimos las pautas de
mandatos que hemos escuchado y, sin profundizar mucho más, nos hemos plantado
certificándolo con algún que otro ejemplo que nos haya sucedido. Así que lo
afirmamos sin despeinarnos.
Otra manera de generalizar es con
las expresiones “me gusta” y “no me gusta”. Es verdad que cuando no te gusta el
pescado al horno con patatas, pues no te gusta y punto, aunque le cambies el
orden y sean patatas al horno con pescado. Si es que no, es que no. También es
cierto que de pequeños no nos gustaban las salchichas, pero nos las ponían en
casa de la tía o de la vecina y nos encantaban; tanto que íbamos dando saltos
de excitación a pedirle a nuestra madre que nos cocinara esas maravillosas
salchichas. Y después de algún que otro comentario y aspaviento por