2 de marzo de 2013

Reacciones

Resulta que un día -¡oh, milagro de los milagros!- amanecemos felices, ilusionados, tranquilos, alegres y con ganas de disfrutar, de compartir,… vamos, de vivir. Además, como el impulso es tan fuerte ni siquiera buscamos en los rincones de nuestra mente a ver si hay algún nubarrón que nos agüe la fiesta.

En realidad esta situación no es del todo consecuencia  de un milagro. Nosotros mismos hemos sido los que hemos buscado que ese momento llegara, hemos trabajado para ello y lo hemos propiciado.

Cuando llega a hurtadillas se parece a una sensación de alegría despreocupada, y nos suele entrar lo que viene a llamarse “mieditis” ya que nos acecha el temor de que los problemas, los límites, las imposibilidades que sentimos se apoderen de nosotros y nuestro recién
estrenado optimismo lo percibimos como una amenaza real. Sin embargo, no suelen ser éstos los casos de los arriba mencionados. La sensación es de plenitud. Por tanto, no llegan a hurtadillas sino estrepitosamente, a lo grande. Vamos, que si nos ponen banda sonora, lo mismo los lanzamos a cantar y a bailar al puro estilo Ginger Rogers y Fred Astaire. Estos dos casos, sería como comparar un día soleado con nubes y un día de cielo azul con el sol brillando en lo alto.

Aquí mismo, en ese preciso instante es donde somos poderosos y vulnerables al mismo tiempo. (En realidad, lo somos siempre, pero aquí se evidencia más. Como si sintiéramos que cuanto más alto subamos, más dura será la caída. Frase mítica para justificar la posición de inmovilidad personal, claro). Sería algo así como “Virgencita, que me quede como estoy”.

Como poderosos, podemos iniciar cualquier proyecto o concluir los que ya hemos comenzado. Como vulnerables, somos la diana perfecta para otros mortales que no se sienten en una comedia musical sino en una tragedia griega.

¿En qué consiste entonces esa vulnerabilidad? En la posibilidad de tener una mala reacción y arruinarnos todo ese poder, esa ilusión y esa fuerza cayendo de nuevo en el pozo oscuro, como si fuera el juego de la oca, donde esperaremos unos lustros a tirar de nuevo.

El medio ambiente no anda muy fino que digamos. De hecho, nosotros pertenecíamos a él hasta el día de hoy, que hemos amanecido estupendos. Por eso sabemos que no ayuda al desarrollo feliz del ser humano, seamos nosotros u otros ese “ser humano”.

¿Qué hacer entonces? Aprovechar estas circunstancias propicias y nuestra materia prima para proteger y defendernos de la polución y construir. Son las dos acciones que nos van a hacer despegar desde la buena base de la que partimos.

Ponernos a la altura del “ente provocador” –sea circunstancia, persona, objeto o pensamiento- saliéndonos de nuestra posición es un error habitual que no debemos permitirnos. Ya que si ocurre esto, volvemos a empezar (de nuevo a la Oca).

Aquí van algunos ejemplos con una premisa común: un día de playa.
  • Con objetos: el bañador nos queda pequeño.
  • Con personas: invaden nuestra toalla y nos la llenan de arena.
  • Con pensamiento: "En lugar de Esther Williams, parezco el pato Lucas nadando..."
  • Con circunstancias: se pone a llover

Tener una mala reacción en el presente nos augura un futuro inmediato desdichado, y eso no se puede consentir. Nos cargamos de un plumazo nuestra recién estrenada posición y volvemos a las andadas.

Nos tocan el punto y saltamos como lo hemos hecho hasta ahora. Y eso es precisamente el comportamiento que debemos desaprender. Evidentemente somos “animales de costumbres”, pero así como iniciamos una en su momento -nada sana por cierto- podemos modificarla eligiendo conscientemente otra que no nos perjudique sino todo lo contrario. Es más, si podemos ofrecer un modelo sano donde hagamos propuestas positivas de conducta, relacionales, etc. a otras personas, seremos un ejemplo, un referente de buen rollo, que falta hace.

Así que comenzamos a dar puerta a malos sentimientos que nos condenan a la cadena perpetua de la infelicidad como la pena, la angustia o el enfado, entre otros.

Para concluir, hagamos un experimento con nosotros mismos (a lo mejor nos lo terminan por publicar en una revista de ciencia, nunca se sabe):
  • Provocamos en nosotros mismos un estado vital, de ilusión, de fuerza y determinación.
  • Esperamos a que nos sucedan cosas que no nos gustan un pelo (mientras protegemos este nuevo estado feliz y construimos  en base a nuestras ilusiones y los de los demás).
  • Antes de reaccionar a las provocaciones de estados de ánimo incondicionados, al más puro estilo Pavlov, nos paramos y decimos: “Pues mira, no pienso reaccionar así. Voy a hacerlo de otra manera, más constructiva buscando no salirme de mi sitio y generando una oportunidad para todos los demás”. 
Y a ver qué pasa.
Seguro que algo bueno, muy bueno.

2 comentarios:

  1. Hay que trabajárselo diariamente, mantenerse conectad@s y conscientes, no dejar pasar los minutos, los días, la vida.... como si nada. La entrega y el desarrollo personal requieren de un compromiso y un trabajo tan necesario como gratificante. Genial, como siempre!! Lorena.

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  2. Lo he leido dos veces y me sigue pareciendo igual de sabio. deberias escribirle los guiones a los politicos.Mejor nos iria.
    Un saludo
    Arturo

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