Podemos poner la barrera entre
esté mundo y el otro tan ancha como queramos. Algunas personas la ponen tanto,
que directamente no existe otra vida y todo empieza y acaba aquí, con uno
mismo. Que si me apuras, ese «uno mismo» termina por creer que vive en «El show
de Truman» y cuando muere, se acabó la función para todos. No hay más.
Cuando hablamos de «este mundo» y «el otro» es importante puntualizar que todo es lo mismo, con formatos
diferentes, para que no haya lugar a confusión.
Apelando a la filosofía como vía
de conocimiento propio y ajeno, los interrogantes de «quiénes somos, de dónde
venimos y a dónde vamos» van desde los griegos a Siniestro Total –el grupo,
claro- pasando por toda la humanidad. Todos y todas, alguna vez en la vida nos
hemos preguntado, aunque haya sido brevemente y sin siquiera esperar respuesta
alguna, por las grandes cuestiones. No haber indagado más es un error
subsanable, puesto que nunca es tarde. Interrogarse, buscar respuestas, no consiste en sentarse en
una roca a meditar -o sí-, sino darnos la oportunidad de ir más allá para que vivamos
esta vida plenamente.
Como siempre, volvemos a la
demostración de si existe el mundo espiritual. Ya que nadie ha demostrado que
no existe, estamos en tablas. Lo que sí hay son indicadores, y sobre todo,
cuando uno se libera de la soberbia, el egocentrismo y el miedo, puede acceder
a respuestas que sólo uno puede conocer por sí mismo, superados los prejuicios.
En el momento en que eso ocurre, aparece el vértigo de la magnitud de lo
infinito, de lo eterno, que encierra el mundo espiritual y que podemos
acercarnos a sentir.
Por supuesto, no existen
respuestas concretas tipo test, aunque sí mucha sabiduría ancestral que nos
pertenece como especie y de la que tenemos una responsabilidad de recuperar,
mantener y desarrollar. De hecho, la comunicación para encontrar respuestas,
hacer peticiones, agradecer… es propio de todas las culturas hasta que se
comenzó a someter la espiritualidad a la religión y al ansia de poder. Hasta
entonces, todos formábamos parte del Todo, los que estaban aquí y los que no.
Por eso, la comunicación era un acto sagrado, como la Vida, y natural, que nos
unía y nos conectaba con la naturaleza, la tierra, el mundo y todo lo
invisible.
Esto sólo es una introducción. El
resto, pertenece a cada uno y cada una dentro de su experiencia íntima, de su
conciencia que le transmite que no estamos solos ni solas. Nos acompañan los
que se han ido y los que vendrán. Todo evoluciona, todo cambia. Aprendemos de
los que se fueron y evolucionamos para dejar una herencia a los que están por
llegar.
A veces sentimos que la dimensión
que nos separa es insalvable, sin embargo, el amor viaja en el tiempo y en el
espacio, de alma a alma. Cuando sentimos eso, estamos protegidos y podemos
proteger. El amor es incondicional, es inmenso y no limita al ser humano, sino
que provoca un crecimiento a todos los niveles que nos hace invencibles en
esencia.
Buscar la conexión, la
comunicación rompiendo todos los prejuicios amplía nuestra visión y nos crea la
oportunidad de estar integrados dentro del universo.
El amor es incondicional, es inmenso y no limita al ser humano, sino que provoca un crecimiento a todos los niveles que nos hace invencibles en esencia, imparables. - Me quedo con esa frase. Gracias! Lorena.
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