31 de diciembre de 2012

Los buenos deseos

¡Chimpón! Y el año, que se nos ha acabado. Ahora es momento de celebración, de alegría, de compartir un final y un principio dejando atrás lo malo, rescatando lo bueno y aventurándonos a lo que está por venir. Eso sí, llenos de buenos propósitos en el mejor de los casos, claro. Porque la peor frase en estos momentos de transición suele ser “Bueno, pues ya se ha pasado. ¡Hala! A por otro año”. Así, como quien va a dar una vuelta sin rumbo fijo ni objetivo en mente, consumiendo el tiempo o dejando que se lo consuman, pasando de puntillas por la vida.

Es el momento de la fiesta y el momento de la reflexión. Es la oportunidad de parar y valorar si vamos por donde queremos ir o tenemos que hacer un cambio de actitud o estrategia. Es un acto meditado que trasladamos a la
acción. Así que cogemos carrerilla y nos lanzamos.

El impulso al saltar al nuevo año puede ser muy grande o muy pequeño, lo podemos hacer con miedo o con arrojo, con lastres o liberándonos del peso que no nos deja avanzar. Y sobre todo con escepticismo o con confianza de que todo puede ser posible si luchamos por hacerlo posible. Esta posición va a determinar el resultado final de éxito o fracaso.

Cuando creemos que en realidad nada  va a cambiar porque lo dinámica ha sido lineal en todo este tiempo, nos condenamos injustamente. Por fuera, todo son felicitaciones y buenas intenciones. ¿Y por dentro? El interrogante se percibe en el aire: ¿será de verdad éste el año donde pueda realizar mis ilusiones o tendré que esperar al siguiente, y al siguiente, y al siguiente…?

El año nuevo es una oportunidad y no un ente vivo que va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos no nos atrevemos a hacer. Es un trampolín al trabajo y la lucha por lo que queremos y lo que nos pertenece por derecho a todos los seres humanos: el amor, la felicidad, la realización, el poder sano, la igualdad.

El caso es que si no cogemos la oportunidad -repasando lo que no queremos, lo que queremos y dónde estamos en realidad- repetiremos historia y eso suele ir a peor. Engañarse responsabilizando a las circunstancias o a los demás, nos aliviará como una pastilla, pero no nos sacará de donde estamos.

El invierno es una época de introspección y la navidad nos conecta con la bondad, con la infancia, la magia. Cuando unimos ambos conceptos en un momento concreto de fin y cominezo, como es el nuevo año, lo que generamos es fuerza, ilusión sin límites, entrega a la vida.

Ahora bien, no estaría de más mantenerlo en los momentos críticos, ya que a la vuelta de la esquina aparece enero y sus rebajas y su cuesta con el peligro de dejarnos llevar haciendo rebajas en nuestras ilusiones y echándonos a la espalda de nuevo todas las frustraciones y el pesimismo con la idea de “¡qué bonito hubiera sido, pero no es posible!”.

Es posible y necesario. Tenemos por delante doce maravillosos meses para desarrollar y desarrollarnos, para seguir hacia adelante y materializar ilusiones, para salvar vida y no perdernos por el camino. Así, el año que viene, cuando alcemos las copas para el brindis y miremos atrás sabremos que el tiempo pasa por algo y ese algo es bueno, muy bueno.

Mis deseos forman parte de la ilusión universal, de los derechos fundamentales de todos los seres humanos: felicidad, amor, salud, justicia, libertad, realización, conciencia y rebeldía. Y ahora, pido por ellos.

¡Nos vemos en el 2013!

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