29 de junio de 2014

Yo soy más que tú

Desde que nacemos tendemos de manera natural a tomar puntos de referencia para saber si somos chicos o chicas, si somos morenos o rubios, si somos altos o bajos. El problema ocurre cuando estas referencias llevan asociadas comparaciones que se traducen en "mejor o peor", plantando así la semilla de la competencia, de la frustración, de la soledad. Debemos tener modelos para saber dónde estamos y poder evolucionar hacia donde queremos ir. Si no hubiera personas como referentes tendríamos que
andar el camino desde el principio cada vez como seres humanos; volveríamos a la casilla de salida como en el juego de la oca.

Las personas a las que admiramos desean enseñar con su ejemplo y ser inspiración para nuevos caminos, nuevas vidas. Les mueve el amor.

Todo esto es la teoría, absolutamente necesaria para ser una sociedad sana. En la práctica, sin embargo, ocurre todo lo contrario la mayor parte de ocasiones. Antes siquiera de habernos conocido a nosotros y nosotras mismas y haber indagado en el mundo que nos rodea ya nos están comparando. No nos han dado la oportunidad de mostrar y desarrollar nuestros valores y no nos han ayudado a ello. Así que empiezan las comparaciones: «Manolito con nueve meses ya caminaba solo», «Miguelita con dos años cantaba la tabla de multiplicar», «Osvaldito tiene los ojos más azules que el mar». En principio tales frases no conllevan ninguna intención aparente. De hecho, afirmar o mostrar características de los niños y su aprendizaje es algo natural en la comunicación. Sin embargo, cuando subyace una categorización jerárquica tenemos un problema.

Por supuesto es fundamental valorar a las niñas y niños y ayudarles a que descubran quiénes son, siempre que no se les fuerce a ser más que otros o se altere intencionalmente el ritmo de su desarrollo natural creando sentimientos de frustración, pena, pesimismo u hostilidad.

Lo natural es tener referentes en el camino, ayuda y apoyo para el desarrollo y voluntad de superación. Este camino debe estar impregnado de amor, alegría e ilusión, no de obligación, sometimiento y sacrificio. Es fundamental luchar hasta el final pero no luchar contra otros. 

Cada vez que nos comparamos con alguien estamos despreciando nuestra vida y a todos los que nos quieren. Cada vez que pensamos que no valemos, o que no tenemos suerte o que los demás son mejores, nos estamos machacando sin ningún derecho. Lo mismo que no tenían ningún derecho a hacerlo los que nos iniciaron, probablemente ya hace tantos años que ni nos acordamos. 

Pueden darse dos circunstancias: que tengamos personas a nuestro lado que nos quieren y nos valoran o personas que no sólo no nos quieren ni nos valoran, sino que además nos hacen sentir mal y no respetan quiénes somos, sólo lo que hacemos o lo que hemos conseguido. 

En el primer caso, cuando hay por lo menos una persona que nos quiere de verdad, y nosotros, en lugar de creer en su amor, en su respeto y su valoración, vamos y pensamos que lo hacemos todo mal, ¿qué credibilidad le damos a esa o esas personas que están a nuestro lado y que nos quieren de manera incondicional cuando nos dicen que lo importante no es triunfar, sino ayudar, luchar hasta el final en lugar de derrotarnos? ¿O acaso están por interés? ¿Acaso serán ciegas o estarán mal de la cabeza cuando nos valoran?

En el segundo caso, en el que tenemos personas cerca de nosotros que están infectadas por el virus de la competitividad, sólo una recomendación: sácalas de tu vida, por tu bien. Sacar de nuestra vida significa que no podemos contar con su ayuda, con su amor, porque si tenemos expectativas nos vamos a dar, tarde o temprano, una hostia como un piano. Es mejor reconocer, por mucho que duela, que estamos solos circunstancialmente y así buscar de verdad a quien querer y que nos quiera. Porque esas relaciones existen. Sólo que no se pueden desarrollar cuando permitimos que nos parasiten.

Volviendo al tema; si colocamos jerarquías y yo estoy en el sótano cuando me siento poca cosa y los demás en el ático soleado de la vida, en el momento en que crea que soy el rey del mambo o la diosa del Olimpo, colocaré a los demás por debajo de mí. Así toda mi vida estará impregnada de competición y comparación en lugar de desarrollo y colaboración. 

Si las emociones que nos genera la jerarquización son negativas ¿por qué lo hacemos? Porque nos sometemos a una sociedad creada por cuatro «poderosos» que nos hacen jugar según sus reglas avalados por un nutrido rebaño de borregos que les siguen. Mientras estamos entretenidos rayándonos, su patrimonio de poder está a salvo. Es una forma de abuso y de enajenación a la que es urgente rebelarse si es que queremos ser felices.

Los valores con los que nacemos y los que desarrollamos a lo largo de nuestra vida son un legado para la humanidad, y si unimos los de todos los seres del planeta, ese legado es total porque es entre todos donde obtenemos la suma para el menú completo.

2 comentarios:

  1. Touché!

    Gracias Maite por mantener incondicionalmente tu posición firme e incorruptible en el amor y en la defensa de éste. Eres un claro ejemplo ("incomparable") de lo que es ser una Gran Mujer.

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  2. Es tan común y tan cotidiano lo de comparar que no siempre se da uno cuenta. Por eso, conciencia, conciencia y más conciencia para vivir y si no estamos de acuerdo con las reglas de la sociedad creamos otras nuevas, justas y buenas para tod@s!! Gracias. Lorena.

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