Filósofos de todos los tiempos
han buscado respuestas a los grandes interrogantes: de dónde venimos, a dónde
vamos, quiénes somos, de qué estamos hechos, qué hay después de la vida, etc.
De todas esas preguntas hay una
que se lleva la palma para poder vivir en armonía en este mundo. Vivir en
armonía significa que somos seres sociales y necesitamos relacionarnos, y
hacerlo bien. Por eso la pregunta cuya respuesta va a marcar todos nuestros
pensamientos, comportamientos y nos va a definir en la vida es la siguiente, (redoble
de tambor): "¿El ser humano es bueno o malo por naturaleza?". Es decir, si es
bueno ¿por qué hace cosas malas? ¿La vida permite algo así? Si es malo
¿nosotros también somos malos? Tal vez haya unos buenos y otros malos ¿no? En
definitiva: ¿creemos en la humanidad o el hombre es lobo para el hombre, ya sea
en latín o en suajili?
No es una pregunta para
planteárselo a la ligera. Tal vez creamos que podemos confiar en los hombres
pero no en las mujeres o a la inversa. O que podamos creer en los niños pero no
en los adultos. El problema es que los niños serán adultos. Entonces, ¿cuándo
hay que dejar de confiar en la persona, de creer en ella y su bondad? ¿En la
adolescencia? Cualquier clasificación que hagamos generará jerarquías, por lo
tanto injusticia. Pero meter a todos en el mismo saco tampoco nos parece una
solución ideal.
Probablemente ya tengamos un
veredicto a favor o en contra de esa cuestión, pero tal vez sea ahora el
momento de revisarlo. Tener convicciones porque sí puede resultar peligroso ya
que tal vez lleven ahí más tiempo del que creemos y lo más seguro es que las
hayamos heredado. Como cuando uno va a votar a un partido político en las
elecciones y lo sigue haciendo por mantener esas mismas convicciones a pesar de
que los representantes políticos se hayan comportado en cada legislatura como
auténticos delincuentes.
Entonces, ¿cómo es el ser humano?
¿Tiene alma? No se puede comprobar. ¿La vida tiene una buena voluntad o
apostamos por el relativismo? Pues… a ratos.
El ser humano está hecho a imagen
y semejanza de la vida. Es decir, que si la vida es bondad, amor y justicia el
ser humano también estará construido por esos mismos materiales (inmateriales)…
¿o no? Porque anda que no hay personas que se comportan como sucias cobardes y
mezquinas. ¿Entonces?
Si no creemos que la vida cuida
de nosotros, vela por nuestras ilusiones, nos alejaremos de todo su bello
propósito oscureciéndonos y desconfiando de todo y de todos. No se puede
clasificar a las personas en dos grupos como buenas y malas; eso es una
falacia. Existe el libre albedrío y es cierto que podemos alejarnos del amor, de
la alegría, de la verdad. Siempre bajo nuestra responsabilidad.
¿Nuestros semejantes son dignos
de confianza o tenemos que defendernos de ellos a toda costa? ¿Estamos solos…?
Si es así, la vida es una estafa. El problema para todos los que han adquirido
un práctico habitáculo en un búnker o un refugio antipersonas es que han
renunciado a vivir. Y es una lástima. Además eximiéndose de toda
responsabilidad. “Siempre la culpa es de los demás,… o de la vida”.
¿Cómo cambiar de religión porque
la que hemos elegido nos aísla y nos condena a la soledad? Tenemos tres
factores en una misma ecuación: la vida, los demás y yo. Entonces, vamos por
partes:
La vida. Es bondad y amor. Es
verdad y busca la realización y la felicidad de todos los seres. En la vida no
existe el castigo, el miedo patológico, el odio, la venganza, el egoísmo, la
depresión, la soledad ni ningún infierno que el ser humano ha creado por el
motivo que sea y que lo vemos en el siguiente apartado.
Los demás. Están hechos de vida.
Por lo tanto, tienen la misma esencia, las mismas características. Y son libres
para desarrollarse, pero no están perdidos porque siempre hay un faro que les
guía el camino: la vida, que dice nunca sufrir ni hacer sufrir y siempre luchar
por la vida hasta la muerte. El que se sale de ahí, o la que se sale de ahí no
ve ninguna luz, se pierde. Se siente solo y triste o enfadado. Desconoce las
leyes de la vida, o más bien las ha olvidado. Se hace daño a sí mismo y a los
demás, algo totalmente inaceptable y de lo que hay que protegerse y defender a
todos, incluidos a nosotros mismos.
Yo. Aunque resulte una obviedad, “yo”
soy yo desde mi punto de vista, pero desde el punto de vista de otro, “yo”
formo parte del grupo de “los demás”. Así que respondo a las mismas premisas,
para bien y para menos bien. Lo bueno de ser “yo” es que soy responsable de mis
pensamientos y de mis actos. Puedo cambiar las creencias que llevo arrastrando
desde que las heredé o las aprendí, puedo replantearme las relaciones, con la
vida y con los demás, y por supuesto, conmigo mismo para que sean auténticas.
¿O ya estamos quemados? Si lo estamos, antes toca “primeros auxilios”: rescatar
la ilusión que nos quede y saturarla, hacerla crecer, hasta que se haga grande.
Vamos, que mientras no hagamos eso, no hay condiciones.
Creer en la vida, y en la humanidad
es creer en nosotros. Revisar la respuesta a la pregunta del millón nos puede
salvar la vida. Tal vez -y sirva como metáfora- toque hacer limpieza del desván
y sacar lo que no sirve o se ha estropeado por el paso del tiempo. Cuando lo
adquirimos fue por algún motivo: imitación, que nos quisieran, protegernos, etc.
Pero ya no es necesario; sabemos la verdad que nos dice que confiemos en la
vida y en el hombre y en la mujer. En caso de que ocurra algún desajuste en
algunas personas que forman un sector de la sociedad, siempre podemos
desarrollar estrategias para protegernos y defendernos sin abandonar el camino
hacia adelante. Con amor y confianza, salvando vida.
Estar fuera de la vida da escalofríos. Dejemos un buen legado y abandonemos todo mantra maligno. Gracias por sentirlo, vivirlo, escribirlo y compartirlo!! Lorena
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