10 de octubre de 2014

La pregunta del millón

Filósofos de todos los tiempos han buscado respuestas a los grandes interrogantes: de dónde venimos, a dónde vamos, quiénes somos, de qué estamos hechos, qué hay después de la vida, etc.

De todas esas preguntas hay una que se lleva la palma para poder vivir en armonía en este mundo. Vivir en armonía significa que somos seres sociales y necesitamos relacionarnos, y hacerlo bien. Por eso la pregunta cuya respuesta va a marcar todos nuestros pensamientos, comportamientos y nos va a definir en la vida es la siguiente, (redoble de tambor): "¿El ser humano es bueno o malo por naturaleza?". Es decir, si es bueno ¿por qué hace cosas malas? ¿La vida permite algo así? Si es malo ¿nosotros también somos malos? Tal vez haya unos buenos y otros malos ¿no? En definitiva: ¿creemos en la humanidad o el hombre es lobo para el hombre, ya sea en latín o en suajili?

No es una pregunta para planteárselo a la ligera. Tal vez creamos que podemos confiar en los hombres pero no en las mujeres o a la inversa. O que podamos creer en los niños pero no en los adultos. El problema es que los niños serán adultos. Entonces, ¿cuándo hay que dejar de confiar en la persona, de creer en ella y su bondad? ¿En la adolescencia? Cualquier clasificación que hagamos generará jerarquías, por lo tanto injusticia. Pero meter a todos en el mismo saco tampoco nos parece una solución ideal.

Probablemente ya tengamos un veredicto a favor o en contra de esa cuestión, pero tal vez sea ahora el momento de revisarlo. Tener convicciones porque sí puede resultar peligroso ya que tal vez lleven ahí más tiempo del que creemos y lo más seguro es que las hayamos heredado. Como cuando uno va a votar a un partido político en las elecciones y lo sigue haciendo por mantener esas mismas convicciones a pesar de que los representantes políticos se hayan comportado en cada legislatura como auténticos delincuentes.

Entonces, ¿cómo es el ser humano? ¿Tiene alma? No se puede comprobar. ¿La vida tiene una buena voluntad o apostamos por el relativismo? Pues… a ratos.

El ser humano está hecho a imagen y semejanza de la vida. Es decir, que si la vida es bondad, amor y justicia el ser humano también estará construido por esos mismos materiales (inmateriales)… ¿o no? Porque anda que no hay personas que se comportan como sucias cobardes y mezquinas. ¿Entonces?

Si no creemos que la vida cuida de nosotros, vela por nuestras ilusiones, nos alejaremos de todo su bello propósito oscureciéndonos y desconfiando de todo y de todos. No se puede clasificar a las personas en dos grupos como buenas y malas; eso es una falacia. Existe el libre albedrío y es cierto que podemos alejarnos del amor, de la alegría, de la verdad. Siempre bajo nuestra responsabilidad.

¿Nuestros semejantes son dignos de confianza o tenemos que defendernos de ellos a toda costa? ¿Estamos solos…? Si es así, la vida es una estafa. El problema para todos los que han adquirido un práctico habitáculo en un búnker o un refugio antipersonas es que han renunciado a vivir. Y es una lástima. Además eximiéndose de toda responsabilidad. “Siempre la culpa es de los demás,… o de la vida”.

¿Cómo cambiar de religión porque la que hemos elegido nos aísla y nos condena a la soledad? Tenemos tres factores en una misma ecuación: la vida, los demás y yo. Entonces, vamos por partes:

La vida. Es bondad y amor. Es verdad y busca la realización y la felicidad de todos los seres. En la vida no existe el castigo, el miedo patológico, el odio, la venganza, el egoísmo, la depresión, la soledad ni ningún infierno que el ser humano ha creado por el motivo que sea y que lo vemos en el siguiente apartado.
Los demás. Están hechos de vida. Por lo tanto, tienen la misma esencia, las mismas características. Y son libres para desarrollarse, pero no están perdidos porque siempre hay un faro que les guía el camino: la vida, que dice nunca sufrir ni hacer sufrir y siempre luchar por la vida hasta la muerte. El que se sale de ahí, o la que se sale de ahí no ve ninguna luz, se pierde. Se siente solo y triste o enfadado. Desconoce las leyes de la vida, o más bien las ha olvidado. Se hace daño a sí mismo y a los demás, algo totalmente inaceptable y de lo que hay que protegerse y defender a todos, incluidos a nosotros mismos.
Yo. Aunque resulte una obviedad, “yo” soy yo desde mi punto de vista, pero desde el punto de vista de otro, “yo” formo parte del grupo de “los demás”. Así que respondo a las mismas premisas, para bien y para menos bien. Lo bueno de ser “yo” es que soy responsable de mis pensamientos y de mis actos. Puedo cambiar las creencias que llevo arrastrando desde que las heredé o las aprendí, puedo replantearme las relaciones, con la vida y con los demás, y por supuesto, conmigo mismo para que sean auténticas. ¿O ya estamos quemados? Si lo estamos, antes toca “primeros auxilios”: rescatar la ilusión que nos quede y saturarla, hacerla crecer, hasta que se haga grande. Vamos, que mientras no hagamos eso, no hay condiciones.

Creer en la vida, y en la humanidad es creer en nosotros. Revisar la respuesta a la pregunta del millón nos puede salvar la vida. Tal vez -y sirva como metáfora- toque hacer limpieza del desván y sacar lo que no sirve o se ha estropeado por el paso del tiempo. Cuando lo adquirimos fue por algún motivo: imitación, que nos quisieran, protegernos, etc. Pero ya no es necesario; sabemos la verdad que nos dice que confiemos en la vida y en el hombre y en la mujer. En caso de que ocurra algún desajuste en algunas personas que forman un sector de la sociedad, siempre podemos desarrollar estrategias para protegernos y defendernos sin abandonar el camino hacia adelante. Con amor y confianza, salvando vida.

1 comentario:

  1. Estar fuera de la vida da escalofríos. Dejemos un buen legado y abandonemos todo mantra maligno. Gracias por sentirlo, vivirlo, escribirlo y compartirlo!! Lorena

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