7 de noviembre de 2014

Duele

No queremos sentir dolor. A nadie le gusta. Eso del masoquismo es la manifestación de una alteración de la personalidad, insano e innecesario. Lo que ocurre es que el dolor en sí mismo lo sentimos igualmente insano e innecesario. Sin embargo, el dolor existe para saber que nos estamos alejando de lo que nos sienta bien, de lo que queremos, que es felicidad, amor, tranquilidad, respeto, valoración, etc. Es como una brújula que nos indica si estamos perdiendo el norte.

Hemos heredado una sociedad –y en muchos casos hemos contribuido a mantenerla- en la que buscamos parapetarnos de escudos que nos alejen de sentir dolor y obtengamos únicamente placer. Pero ni con la mayor
anestesia, ya sea con dinero, drogas, colección de parejas, etc. lo conseguimos. Sólo lo ahogamos para no escucharlo, pero sigue ahí.

El dolor duele. Y a veces demasiado. Tanto que creemos que no podremos resistirlo. Nos equivocamos. Desconocemos quiénes somos y nuestra fortaleza. Nuestra fortaleza no viene de nuestro cuerpo sino que va guiada desde el alma. Pero tenemos la idea errónea de que no vamos a poder soportarlo, así que no tomamos la decisión de arriesgarnos. También sabemos que si no lo hacemos, si no vamos, nos dolerá igualmente pero para eso tenemos unos lexatines preparados ya que es más “fácil” controlar lo conocido.

El ser humano está preparado para aguantar un montón de situaciones. Es fuerte. Más de lo que creemos y queremos experimentar. En nuestros genes tenemos grabada la sensación del dolor y vamos experimentándola desde que somos pequeños. Aprendemos de ella.

Lo que ocurre es que cuando nos imponen un dolor para el que no estamos o no nos sentimos preparados, lo rechazamos porque se acaba transformando en sufrimiento. ¿Por qué? No lo manejamos y no sabemos pararlo ni aprender de él. Lo aceptamos como si fuera nuestro y lo adoptamos. Estamos hablando de abandonos, maltrato, traiciones, mentiras, abuso,… Nada de esto es natural y en la mayoría de los casos no hay defensa porque no la hemos aprendido; nadie nos la ha enseñado. De hecho, de quien tenemos que defendernos en la mayor parte de los casos es de quien más nos “quiere” y es por eso que nos genera sufrimiento la situación.

Por eso, acabamos teniendo miedo de establecer relaciones profundas, enamorarnos, iniciar proyectos, embarcarnos en una aventura, etc. No queremos sufrir. Tenemos la sensación de que la última vez salimos vivos de milagro. Y no es verdad. Nuestro cuerpo, nuestras emociones no quieren volver a pasar por esa experiencia; prefieren otras más gratificantes, y por eso nos inducen a creer que la próxima puede ser mortal. El bicho busca sobrevivir. Y es absolutamente natural que así sea.

Lo que no estamos teniendo en cuenta cuando nos hacemos los suecos para no enfrentarnos es que tenemos una misión en la vida y es fundamental ser fiel a nosotros mismos, aunque duela, o pueda doler. Tampoco estamos haciéndonos cargo de que no somos los mismos que ayer, ni que hace una semana, ni que cuando tuvimos aquella horrible experiencia. De las experiencias horribles o sacamos un aprendizaje y herramientas nuevas para protegernos y defendernos o ahí sí que estamos realmente jodidos. Ahora bien, el aprendizaje no puede ser “mejor me quedo en casa”. Si hay un bombardeo, desde luego será lo mejor, pero si lo que hay es la posibilidad de una maravillosa relación o el cumplimiento de una ilusión, quedarse en casa es de cobarde, gallina, capitán de las sardinas.

Estamos en la vida para vivir, no para sobrevivir. Nuestro diseño como seres humanos nos permite aguantar el dolor y superarlo, para aprender de él y reorientarnos, no para quedarnos paralizados por las malas experiencias que consiguen aterrorizarnos. Si eso termina por ocurrir, el mundo será de los sádicos, que son grandes enfermos mentales a los que hay que mantener bien controlados y no darles ningún poder.

Nunca sabemos quiénes somos hasta que no nos vemos en esa situación, y lo que es conveniente conocer es que utilizamos una pequeñísima parte de nuestro poder y desarrollamos muy poco de nuestra capacidad. Por eso, quedarnos paralizados en la vida termina por enterrarnos sin haber vivido.

Tal vez sea el momento de superar esa idea de que no vamos a poder soportar otro fracaso, otra pérdida. El fracaso y la pérdida sólo ocurren cuando no se intenta. Ahí ya estamos muertos. Pero lo que nosotros queríamos era ser felices ¿o no? Pues a la de una, a la de dos y la de…

5 comentarios:

  1. Y la de... Tres!! allá que voy!!.
    Muchas gracias Maite!

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  2. Una vez leí que dios nunca nos mandaba nada que no pudiéramos soportar. Últimamente descubro que lo que pueden parecer derrumbamientos en la vida son oportunidades para recolocarla de un modo correcto y que probablemente de otra forma no tendrían lugar esos cambios tan positivos como necesarios. Me quedo con que no estamos para sobrevivir sino para vivir. Gracias! Lorena.

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