28 de enero de 2015

¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Desde tiempos remotos el ser humano ha buscado respuestas a sus preguntas, a sus inquietudes, a sus desasosiegos. Sobre todo cuando las cosas no marchan como uno quiere o como uno espera. Cuando la vida fluye, nos despreocupamos y si tenemos conciencia al respecto, como mucho agradecemos a la vida lo que nos ofrece, pero poco más.

La perspectiva cambia, y mucho, en el momento en que somos los receptores de acontecimientos no deseados. Lo primero que ocurre es que reaccionamos emocionalmente, y no como nos gustaría, pero somos humanos. Nos sentimos tristes, malhumorados, con angustia y muy mala leche que proyectamos en nosotros o en el que pillemos por delante.

Lo siguiente que hacemos es preguntarnos: ¿por qué? Es algo incomprensible que además nos parece fatal. Entonces hacemos recuento: “hemos sido buenos, nos merecemos cosas buenas, los demás las tienen incluso cuando parece que no han sido ni la mitad de buenos que nosotros…”. Y no llegamos al quid de la cuestión porque no aceptamos que la vida se cebe con nosotros de manera tan injusta. O así lo vemos nosotros.

Nos equivocamos: la vida no se ceba, ni mucho menos. La vida ofrece lo mejor, lo más grande. Pero para poder ver esto, primero debemos salir de los sentimientos o pensamientos negativos, de lo contrario, comenzaremos a sufrir y a aceptar el papel de víctima.

Lo que hay que tener en cuenta son las condiciones en las que estamos para que ocurra lo que no queremos. Y, para bien o para mal, las condiciones no dependen exclusivamente de nuestros años de vida, sino de mucho más.

Hay conceptos antiquísimos que no inventamos a nuestra conveniencia. Algunos pierden su razón de ser, y otros se mantienen a través de los siglos. Es el caso del karma.

El karma según las religiones orientales consiste, así en líneas generales, en que las circunstancias actuales de una persona están condicionadas a los actos de esa persona en anteriores reencarnaciones. Bien como dictamen de un dios o varios, o como ley de la propia naturaleza.

Ese concepto lo solemos traer a occidente o a nuestras vidas como un concepto de “causa-efecto” mucho más inmediato, sin embargo, no es del todo real. No significa que los acontecimientos sean del estilo “le quito un juguete a mi hermana y me rompo una pierna jugando en el parque”. Si fuera así, todo sería mucho más sencillo y controlado. Como si tuvieras un ticket bueno o malo, canjeable por un premio o un castigo al más puro estilo skinneriano.

Teniendo en cuenta que somos seres sociales y que nuestra familia es la humanidad, el karma no es individual sino global. Lo que hacemos como humanidad nos condiciona el futuro. No es una condena, es una consecuencia, y esa consecuencia nos afecta a todos.

Entonces, ¿todos somos víctimas de la historia del mundo? En realidad todos somos receptores de los actos previos a nuestra llegada, tanto de lo bueno como de lo malo. Además, dependiendo de en qué familia hayamos nacido, nuestro karma estará orientado hacia un lugar u otro, y estará interrelacionado con todos los demás. Tenemos valores que heredamos así como también daños o actitudes equivocadas ya enquistadas por el mero hecho de haber nacido.

Tal vez suene a “marroneitor” esto del karma pero nuestros actos como seres humanos escriben la historia de la humanidad.

Sin embargo, la vida no nos abandona a la deriva sino que nos ofrece las circunstancias y los medios para poder superar ese karma. ¿Cómo? Una y otra vez nos encontramos con situaciones que se repiten siendo estas oportunidades para resolver, y herramientas para hacer frente, y como máxima representación la vida nos ha dotado de una conciencia que nos coloca ante nosotros la verdad universal para poder seguirla, en la que nadie es más que nadie, no se acepta sufrir ni hacer sufrir y en la que vivir consiste en tener una realización plena de felicidad y ser medio para la felicidad de los demás, protegiendo y defendiendo para que así sea. Y como colofón, en la vida no se acepta la derrota, sino luchar hasta el final, lo consigamos o no.

Por ello, karma no es sinónimo de resignación sino de estímulo de superación, conciencia para luchar por la vida y punto de partida en el que no está escrito ni el camino ni el final. Eso ya nos corresponde a cada uno de nosotros. Así que sigamos adelante sabiendo que no podemos hacerlo mal; de lo contrario, el papelón que les espera a las siguientes generaciones será mucho peor que el nuestro, y como tenemos el poder de hacer que eso no sea así, sería injusto por nuestra parte permitirlo, ya que no nos ha gustado un pelo como estaba el mundo cuando llegamos. Por eso ahora es el momento de comenzar a cambiarlo independientemente del karma de cada uno o cada una.

1 comentario:

  1. Muy interesante la idea de karma a nivel global y no individual. Me tomo como lección quitarme pensamientos y emociones negativas como dominantes en situaciones a resolver. Gracias. Lorena

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