28 de febrero de 2015

Profecías (sin que sean cosas de brujas)

Existen acontecimientos, comportamientos, situaciones, que nos afectan y nos condicionan para toda la vida sin que haya hechizos de por medio. 

El efecto Pigmalión, traído de la mitología griega, consiste en que las expectativas que tenemos respecto a alguien afectan a su comportamiento y en última instancia a su personalidad. Proyectamos en la persona nuestra idea de cómo es, sin tener en cuenta quién es de verdad. La persona que recibe eso, acaba cumpliendo las expectativas que se tienen de ella evitando así una disonancia cognitiva, es decir, contribuyendo a que el criterio que tienen de nosotros sea acorde a nuestro comportamiento.

Esta profecía autocumplida es muy peligrosa, porque si el criterio que nos adjudican es positivo, va a favorecer a nuestro desarrollo. Lo cual no está nada mal, aunque puede que no conecte con nuestra esencia a pesar de que nos impulsa a llegar lejos, superando límites. Sin embargo, cuando no es positiva sino todo lo contrario, nos crea grandes dificultades en el presente y para el futuro. Y no existe más motivo de que ocurra eso que se ha predicho excepto la propia profecía.

Habitualmente suele acontecer en las situaciones más vulnerables, cuando somos pequeños y aún no sabemos ni quiénes ni cómo somos. Dependemos en buena parte del espejo que los demás nos ponen ante nosotros. Así, sabemos que somos guapos cuando nos lo reafirman, que somos fuertes, listos, o por el contrario que somos insoportables, que somos conflictivos o incluso que no somos dignos de amor.

Nuestras reacciones serán diferentes a todos los niveles, por supuesto, y lo más reseñable es que nuestras acciones serán acordes a ese ”pronóstico” o “definición” que proyectan en nosotros. Desgraciadamente lo más probable es que lo vayamos arrastrando a lo largo de nuestra vida agravándose así la desconexión a nuestra verdadera esencia con el fin de dar la razón a las personas más queridas y/o más cercanas para, por lo menos, que no nos condenen a la soledad. Si dicen que somos unos raros, lo seremos, pero dentro del engranaje sociofamiliar. Porque ser o hacer cualquier cosa sin la supervisión o consentimiento de los demás, nos da bastante miedo. Así, nosotros haremos lo propio con otras personas sometiéndoles a la misma condena que la nuestra.

Ahora toca hacer recuento de etiquetas. Y empezar a valorar si las que nos han puesto las seguimos obedientemente o nos rebelamos. O nos peleamos pensando que nos estamos rebelando aunque lo que realmente ocurre es que seguimos enganchados.

Entonces, ¿cuál es nuestra etiqueta? ¿Somos capaces de distinguir la profecía autocumplida de nuestra auténtica esencia? ¿O ha pasado ya tanto tiempo que la hemos transformado en nuestra segunda piel? ¿De verdad somos personas con pocas luces, con poca personalidad, enfadonas o retraídas? ¿Nos podemos etiquetar en fracasadas o exitosas? ¿Con estrella o estrelladas?

Cuando comienza a funcionar el engranaje, con el paso del tiempo es difícil pararlo. ¿Dónde colocamos  la responsabilidad? Es fundamental que exista la conciencia de que hace mucho daño cuando esa profecía va en detrimento del ser humano.

Lo que nos toca como adultos es ayudar a que el niño o la niña se conozca a sí mismo. Para ello, nosotros también debemos permitirnos conocerlo sin dar nada por hecho. Y ayudarle a que se desarrolle, a que sepa cuáles son sus valores, sus puntos fuertes para potenciar y valorarlos, y cuáles los vulnerables para fortalecerlos. Esto sería una labor de prevención para que la persona se desarrolle tranquila y feliz, en un entorno adecuado.

Si el daño ya está hecho, cosa que suele ser lo habitual en la adultez, hay que descubrirlo. Observar y preguntarnos sobre nosotros mismos. En el caso de que estemos tranquilos y felices y sigamos desarrollándonos independientemente de la edad, podemos seguir así. Lo malo es que no suele ser lo habitual, y no nos encontramos encantados de la vida y optimizados llegando a nuestro potencial, sino con personajes a cuestas que cada día nos pesan más.

Hagamos un ejercicio de flash back para recordar qué cualidades o defectos nos adjudicaban. Seguramente nos llegarán a la cabeza frases que nos dedicaban, o reacciones generalmente aprendidas de otros ante diversas situaciones. Si nos  llegan a la memoria dos o cuatro etiquetas, podemos valorar si se han repetido en el tiempo, y cómo nosotros hemos aceptado eso, nos hemos aferrado a la falsa identidad por el simple hecho de aferrarnos a algo, aunque sea negándolo.

Si hemos llegado a este punto, hemos llegado también al momento de la despedida. Ya no necesitamos ser ese personaje más. Ahora el tiempo lo dedicamos a descubrir quiénes somos de verdad. Dentro de esas cualidades que nos atribuían de pequeños están las nuestras. Y tenemos más, seguro. Muchas más. Para empezar, somos unos rebeldes que no aceptamos etiquetas, y somos unos valientes por no someternos a lo que nos digan y no aceptar condenas. Así pues, comenzamos a caminar con una nueva identidad, la nuestra, la auténtica, la de verdad. 

3 comentarios:

  1. Genial Maite!! escribes fenomenal como siempre, muchas gracias
    besos

    ResponderEliminar
  2. El placer de conocerse a uno mismo, pues la esencia individual solo puede traer cosas buenas. Vivir desde ahí lo entiendo como vivir libre y en relaciones de amor. Gracias por la luz. Lorena

    ResponderEliminar