30 de marzo de 2015

Cuando nos roban los (buenos) recuerdos

A medida que cumplimos años, acumulamos experiencias, algunas buenas y otras no tanto. De las que no son buenas, aprendemos, y de las que sí lo son nos alimentamos en el presente y son trampolín con las que construir el futuro. Cuantas más experiencias buenas acumulemos, más fuertes, seguros, tranquilos, poderosos y realizados estaremos.

¿Qué ocurre cuando tratan de robarnos esas sensaciones, vivencias, recuerdos, empañando lo positivo con mal rollo?

Imaginemos que creemos tener una relación maravillosa de pareja y de repente ¡zas! se muere, por ejemplo. Y al poco tiempo descubrimos ¡oh, sorpresa! que tenía otra relación paralela. Además del shock en un primer
momento, ¿qué hacemos a medida que pasa el tiempo? ¿Esa noticia enturbiará toda la experiencia pasada o se podrá rescatar algo?

Como ese ejemplo hay miles -ya que tenemos relaciones de todo tipo- cuando cada experiencia positiva es contaminada, dejando pocas opciones de felicidad como sustento y muchas posibilidades de angustia porque ese hecho o ese comportamiento por parte de quien lo genera es un robo en toda regla de nuestra historia personal.

En el momento en el que alguien entra en nuestra vida y nosotros lo hacemos en la de otras personas es con el objetivo de compartir, aprender, dar y recibir, es decir, amar. O por lo menos a que no nos hagan sufrir, que a veces, ya es bastante, puesto que nadie tiene derecho a hacer eso a nadie. Por supuesto, nos referimos a las personas que tienen acceso a nuestras ilusiones, a nuestro mundo, a nuestra alegría por lo que son importantes, no al revisor del contador del  gas. Pueden ser los compañeros del equipo de fútbol en el que entrenamos, los primos con los que pasábamos los veranos, los amigos del cole, el primer amor, el último etc. Cualquier situación es susceptible a ser convertida en un recuerdo que deja de ser grato a causa de sus protagonistas para nuestra desgracia.

Cuando esas experiencias y esas relaciones las enturbian los propios protagonistas están emponzoñando algo puro y lo que mirábamos con alegría y que nos daba fuerzas puede acabar siendo una época, un lugar o unas personas que tratamos de olvidar. Sin embargo, no nos gusta la idea porque lo que vivimos es lo que sentimos que nos ha moldeado convirtiéndonos en quienes somos ahora mismo, y es el sentido  que tiene crecer, madurar y cumplir años: llenarnos de experiencias, de relaciones bellas, de aprendizaje, de una vida que está siendo vivida.

¿Qué hacemos entonces? ¿Nos desprendemos de esa parte como si hubiéramos sufrido amnesia intencionadamente? ¿Qué hace una persona que sufre acoso, desvaloración, condena al ostracismo, ataques, traiciones, engaños, maltrato, que se le ignora o cualquier otro tipo de tortura en el presente o en el pasado?

Para empezar, nos debemos cagar en lo más barrido, en ellos, en sus familiares –con todos los respetos- o en su mala fe. Lo que nos sirva de verdad para sobreponernos en ese primer momento de absoluta indignación. Que nos hundamos no es una buena idea, y que nos lo pensemos tampoco, porque, primero, asumimos ser víctimas dándoles un poder ilegítimo, y segundo, se nos pasa la vida.

Hay consecuencias. Siempre las hay. De eso podemos estar seguros. Ah, el motivo para que alguien haga algo así es mal rollo, claro, en sus diversas vertientes: envidia, odio, creerse dios -y en el fondo saberse una mierda mutante-, falta de huevos/ovarios,...

Ahora bien, ¿qué han podido destruir? Habrá que valorar cómo estamos y recuperarnos para hacer justicia –no ir de justicieros-. La justicia es ponernos en nuestro sitio, conectar la esencia de aquello que han tratado de destruir y reconocer que no hemos sabido protegerlo. Pues nada, aprendemos.

Tal vez las circunstancias puntuales, lo concreto, lo hayan envenenado -o lo hayan intentado-, pero la esencia, la ilusión por aquello que nos apasiona no la han podido abatir. Bien sea el amor, la autenticidad, la magia o las relaciones de verdad. Seguimos adelante sabiendo que no nos va a pasar de nuevo porque de todos es sabido que lo que no nos mata, nos fortalece.

Nuestra historia es nuestra y decidimos qué nos saltamos y con qué nos quedamos, pero no porque nos lo hayan arrebatado puesto que algo profundo como es la ilusión, alguien que quiere destruir ni lo huele, pasa desapercibido por delante de su mala  intención. Nadie que busque robarnos nuestros recuerdos tiene acceso a la profundidad del alma del ser humano. Lo que necesita es que le miren urgentemente la cabeza porque va a terminar muy mal.

Mientras, habiendo madurado después de estas experiencias vividas –y otras mejores, claro está- nosotros podemos sentirnos orgullosos de nuestra historia porque es auténtica, de verdad y es la que podremos contar a nuestros nietos con absoluta tranquilidad y satisfacción y dejar testimonio para las generaciones venideras.

3 comentarios:

  1. Muy bien Maite. Adelante con tu creación. Muacs

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  2. Gracias maite,siempre das una solución Real a los problemas,nada está perdido porque por mucho que nos hayan robado nuestro espíritu guarda todas nuestras ilusiones y sólo tenemos que conectarnos ,reconectar todos nuestros sueños y aprender a protegerlos para trasmitirlos a los que vienen luego.Un beso

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  3. Crear relaciones de amor para salvar y salvarnos. Desde ahí sólo se pueden construir cosas bellas y buenos recuerdos :):Gracias. Lorena.

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