Hemos pasado de “sana, sana, culito de rana…”
a “esto no lo arregla ni el tato”. Y no es verdad, porque todo tiene la misma
cura: el amor. Y cuando es todo, es todo. Claro está que las estrategias son
diversas y de diferente envergadura. A estas alturas que nos digan “sana,
sana…” nos sirve de bien poco cuando no estamos hablando de una heridita.
Nos entretenemos, nos vamos de vacaciones, tratamos de pasar página, de tapar lo que nos duele, pero cuando menos lo esperamos, reaparece toooodo eso que no hemos resuelto. Tal vez esas
situaciones las hemos aparcado, o nuestro malestar ha estado aletargado, pero
si estábamos amargados y amargadas antes, es cuestión de tiempo que esa amargura rebrote con cualquier acontecimiento desencadenante. Y si no lo estamos, es fundamental
evitar que nos inoculen la amargura de que “el amor no existe”, “no hay
relaciones auténticas sino de abuso” y, en definitiva, “todo acaba mal”.
Un amargado o amargada ha permitido que sus
ilusiones y su amor se haya destruido y se ha derrotado. Por eso le sienta
fatal que otras personas sigan construyendo un mundo feliz. No puede permitirlo, porque
si eso es así todo su sistema de creencias se vendría abajo y tendría que
reconocer que se ha derrotado y no ha luchado hasta el final.
¿Qué hacer en las situaciones en las que nos
colocan en su punto de mira para destruir nuestro amor y nuestra ilusión de
felicidad para todos los seres? Defenderse. No se le puede dar poder porque
en realidad no tiene poder sobre nosotros si no se lo damos. Suelen ser actos
terroristas contra ilusiones. Los amargados y las amargadas no tienen ilusiones, han sacado esa
palabra de su vocabulario y la han sustituido por otra de la que han arrancado
su pureza: ambición destructiva.
Hay que tener muy presente que un amargado o
amargada busca con toda su mala leche, su rencor, destruir aquello que piensa
que no va a ser nunca para él o ella. Ése es su objetivo. Lo puede hacer de mil
maneras y con cualquier disfraz, desde un ataque frontal, pasando por un
desprecio absoluto o una soberbia que no es que mire por encima del hombro, es
que se ha subido al ático del Empire para poder sentirse superior. Vamos, y si
tiene un mínimo de poder -jefes, directores de banco o incluso el portero de
una comunidad de vecinos si vas a echar propaganda en sus buzones- lo utilizará
para buscar someter. Eso sí, estas personas se someterán a los que consideren
por encima en la jerarquía de poder donde no existe la ilusión, el amor, la
comprensión, la colaboración y la han sustituido por el poder crudo y duro, el
trapicheo, la competición. Un panorama de caca de vaca que buscan imponer. Y
va a ser que no.
Así que por nuestra grandeza y nuestros
santos ovarios y huevos se les pone una barrera de aquí a Marte para que no se
pasen un pelo. Se pasa de ese mal rollo, así tranquilamente y se buscan
estrategias. Algunas suelen ser ir a la escala jerárquica que es lo único que
respetan, y acceder a quien está por encima de ellos para denunciarlos, buscar
su punto vulnerable, y pasamos a la acción. No podemos aceptar lo que buscan
imponer con la excusa que sea, y que siempre es que “lo de ser feliz va a ser
que no, y hay que joderse”. Por supuesto, tampoco podemos hacer de esta
situación un enfrentamiento o una batalla personal porque ahí ya nos han cazado,
que es precisamente lo que buscaban: apuntarse un tanto en su amargura para
justificar que su posición es la única válida.
La ilusión va mucho más allá que algo
puntual. Lo mismo que el amor. Llegar, llegaremos si no nos perdemos por el
camino en batallas innecesarias, en guerras de poder o en defensas a ultranza
de algo contra alguien.
Cuando un amargado o amargada quiere dejar de
estarlo busca la verdad y busca el amor, pero para eso primero tiene que dejar
la guerra en la que se ha metido donde sólo hay víctimas, entre las que se
encuentra. Y no aceptar ni ese papel ni el de verdugo. Así esa transformación, esa recuperación de sí mismo pasa por reconocer que el único
camino posible es el amor y ponerse a practicar, a crear y a construir.
La amargura está recubierta de odio y pena, de desamor
y de vacío existencial. Además del disfraz de soberbia también encontramos la
amargura en aquellos o aquellas que van de pobrecitos y pobrecitas, de “yo no puedo”, “mira
cómo sufro” o “me destruyo por tu culpa”. Vamos, violencia pasiva con la misma
amargura.
¿Dónde deja un amargado su grandeza, su
auténtica identidad? Lo deja en una situación bien comprometida donde no puede ni asomarse en el personaje que se ha construido dentro de la guerra de la que
forma parte y tampoco puede relacionarse de verdad de forma que vive en soledad.
Cuando alguien se amarga es porque le han
amargado y busca hacer lo mismo: alimentarse del sufrimiento de otros como
otros se han alimentado y se alimentan del suyo. Así es la guerra.
La única salida siempre para la amargura es
el amor, y para la defensa ante aquellos que se empeñan en amargar a otros es
pararlos en seco. No se acepta nunca jamás una relación en la que nos quieran
imponer cualquier cosa que no sea amor auténtico.
La amargura tiene cura y la "receta" siempre es volver al amor y a reconocer nuestra auténtica esencia de seres humanos en el formato hombre y mujer que buscan la felicidad para todos, incluida la nuestra.
he leído algunos de tus escritos. Enhorabuena buena son muy interesan.
ResponderEliminarMuy valiente por ver la vida tal cual es, entregarte y compartirlo para crear oportunidades para los demás. Gracias. Lorena
ResponderEliminarGracias Maite por daré ti lo mejor oara que todos solucionemos.
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