Conocerse a uno mismo es una de las aventuras más fascinantes a la que
uno se enfrenta en la vida. No aceptar etiquetas, ni condenas porque eso es lo
que haremos con los demás. Reconocerse como uno o una de las grandes. Con
autoridad, con poder, con potencial, con enormes valores que aportar al mundo.
¿En qué consiste ese potencial? Muchas veces, eso de lo que creemos carecer es
de lo que más portamos pero que no hemos desarrollado. Y adoptamos pseudovalores
o personajes que no nos hacen justicia.
En el mercado de valores no se aceptan
algunos de los realmente auténticos porque resultan amenazantes o no se atreven
a admirarlos. Pero están ahí. Reconocerlos como valores y dones que nos ha
entregado la vida para el bien es el primer paso. Nuestro amor, nuestra
grandeza, nuestros ideales, nuestra fuerza, nuestra valentía,… Todo ello está
dentro de nosotros para ser desarrollado y puesto al servicio de la felicidad
de todos. No nos pertenece, es lo que aportamos a la historia de la humanidad.
Otros, antes que nosotros se atrevieron a hacerlo y ahora es nuestro turno para
que siga vivo, presente. En cambio, otros muchos se acobardaron y fue más “fácil”
para ellos destruirlo o utilizarlo. Claro, que el karma que eso deja para todos
es desgraciadamente horrible.
Dentro de esta aventura que es la vida, además de conocernos,
desarrollarnos, crear y construir, está hacer lo propio con los demás hombres y
mujeres: conocerlos, fundar relaciones, amar, ser amados… Vamos, todo lo que importa. Lo
superficial siempre es accesorio y en última instancia, prescindible.
Así, cuando nos conocemos y encontramos personas que, como nosotros,
tienen los mismos sueños y buscan amar y ser amados, ya hemos llegado a puerto.
Hemos fundado una familia, un clan, lo sepamos o no. Ahora sólo queda seguir
ampliando, hacer que crezca, que sume, que multiplique.
Sin embargo, el camino suele acabar pareciendo arduo y escabroso a
pesar de que no debería ser así. Nos lo hemos complicado bastante. Y el amor,
que es lo que más vale, no cotiza en bolsa.
Nos movemos en una sociedad, que formamos todos, pero que en nuestra
defensa diremos que ya estaba así cuando llegamos, y en nuestra contra podemos
afirmar que no la estamos cambiando todo lo que podríamos. No es cuestión de
perfeccionismo sino de poner el cien por cien de las energías para realizar
cambios profundos, nucleares en todo lo que hacemos, de manera que influirá en
nuestras relaciones y en todo aquello que emprendamos y desarrollemos.
Al amor no se le da el máximo valor y es un gravísimo error. Que
pongamos amor en todo lo que hacemos, en nuestra profesión, que seamos grandes
idealistas es lo que más vale pero buscan convencernos de que no es verdad, y
es mucho mejor ser el más listo, el más astuto, el más estratega. Todos esos
son valores que sin amor se transforman en trapicheo puro y duro.
Así, cuando vamos con nuestro amor y las personas que lo han traicionado vendiéndose nos cuestionan y
desprecian, podemos entrar en duda. Entonces ya nos han cazado; hemos entrado
al trapo. Esa es la guerra en la que quieren que participemos y es fundamental
que lo sepamos para protegernos y defendernos.
No hay nada que valga más que el amor, a nuestro estilo personal, con
nuestro sello, nuestro formato igual de valioso que el de los demás a su
estilo. Es el fondo de todo que nos unifica, la forma nos da un carácter
peculiar, pero sin el fondo todo está vacío, muerto.
La competitividad, el ser el mejor, acaparar, tener éxito pasa por
prescindir del amor. Así ya somos manejables, tenemos un precio y/o se lo
ponemos nosotros a los demás. En lugar de darles el valor o dárnoslo a nosotros
mismos. El precio es el libre mercado, el valor es el reconocimiento de quién
somos de verdad y de lo que desarrollamos con nuestro talento.
Sólo lo que está lleno de amor puede trascender, transformar, tocar el
corazón. Todo lo demás huele a prefabricado y es efímero. Además es importante
tener en cuenta el coste personal que supone haber participado de esa sinrazón
de infravalorar el amor o haber pasado de él sin escrúpulos.
Es necesario volver a casa, a los orígenes, al hogar donde lo
auténtico es lo que debemos preservar y trasmitir. Así podremos caminar nuevos
senderos que nos llevan nuestro destino individual
y colectivo para el bien de la humanidad.
Gracias Maite. Por todo el amor y verdad que pones, por ser un alma pura que no juzga y ayuda a todos y defiende la vida por encima de todo.
ResponderEliminarY tu talento está lleno de Amor y Salva a la humanidad .Tu sello personal toca el corazón y deja huella,que llegue a todo el mundo! Que vuele!!
ResponderEliminarMaravilloso, sencillamente maravilloso, gracias
ResponderEliminarElegir el amor para quedarte a vivir ahí y desde ahí como parte activa. Muchas gracias. Lorena
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