El libre albedrío existe nos
parezca bien, mal o regular. En general, nos suele parecer bien para nosotros,
pero para que los demás dispongan de él, a veces, no nos hacer tanta gracia. Si
los demás tienen un comportamiento que no aprobamos porque consideramos
erróneo, acertadamente o no, ya no nos parece tan bien.
En estos casos, hacemos una
diferenciación en tres grupos: yo -en primera persona del singular-, tú y yo -nosotros y nuestros colegas- y ellos -toooodos los demás que no somos
nosotros-. A los demás solemos
llamarles también «la gente». Y esto lo hacemos todos: nosotros y la gente.
llamarles también «la gente». Y esto lo hacemos todos: nosotros y la gente.
Después de este trabalenguas, nos
encontramos con la situación de que lo que hacen los demás, en general, nos
parece peor que lo que hacemos nosotros, excepto cuando hacemos algo de dudosa
moralidad donde entonces decimos: «¡Pero si lo hace todo el mundo!». «Todo el
mundo» también es sinónimo de «la gente» y de «los demás».
Cada uno tenemos bastante con lo
nuestro. Eso de ir haciendo adeptos a nuestras creencias es de una arrogancia
sublime. Uno predica con el ejemplo, como dice el refrán -refrán o consejo
ancestral-. Que los demás, la gente, los otros, quieran lo mismo que nosotros
está por ver y, por supuesto, no se puede descartar.
Juzgar, tener prejuicios,
condenar, son actitudes que entorpecen nuestro camino y, desde luego, buscan
perjudicar a otros para que podamos sentirnos mejores que ellos.
¿Cuál es entonces la mejor opción
en las relaciones con las que no compartimos ideales, interacción con el mundo,
creencias, etc.? Respetar y comprender.
La voluntad es libre, la decisión
de seguir un camino y no otro es personal –aunque es probable que el medio
influya más de lo que creemos- y la motivación o la falta de ella depende de
innumerables factores.
La diferencia entre las actitudes
es construir o destruir. Eso de mantener, de permanecer igual en el pasado,
presente y futuro no es viable puesto que todo se mueve. Así pues, o aportamos
algo bueno, o dejamos de hacerlo contribuyendo a una falta de crecimiento, de
desarrollo, de evolución necesaria en la vida del ser humano y en la historia
de la humanidad. En esto se puede resumir la comprensión a la que accedemos
para no permitir que perjudiquen o bloqueen nuestro impulso creador.
Buscar que otros –los demás, la
gente- hagan lo que hacemos nosotros porque nos parece lo mejor es una pérdida
de tiempo y de energía. Podemos emplear parte de esa energía en comprender
profundamente por qué existe esa diversidad de criterios y de acción para no
caer en la mentira que tratan de colarnos y evitar que sigamos siendo quienes
somos y como somos.
Comprender significa saber que el
miedo, la pena, el conformismo, el borreguismo,
el desencanto, la falta de amor, la soledad, etc. pueden inhabilitar la
actividad constructiva del ser humano mermando su potencial. Y cada uno es
responsable de tomar esta decisión o no hacerlo. Respetar consiste en no obligar
a nadie a que cambie esta posición. Podemos tratar de ofrecerles alternativas, aunque puede ocurrir que no quieran cogerlas y, por supuesto, protegemos los ideales que nos
impulsan a rebelarnos a la injusticia, a no conformarnos, a desarrollar
relaciones de amor y a defendernos de cualquiera que nos quiera imponer que
estamos equivocados o locos -o ambos- tratando de marginarnos socialmente.
Tras emplear ese tiempo y ese espacio en comprender y optar sanamente por respetar a los otros, que son parte de nosotros
mismos en esta gran familia de la vida, nos protegemos de esa posición que no
compartimos defendiéndonos de cualquier ataque o descalificación, los bloqueamos si pretenden destruir y nos
entregamos con toda la ilusión, energía y determinación a luchar por la vida, por
construir y por amar.
* Dedicado a
todos y todas las auténticas idealistas rebeldes que son invencibles porque no se
derrotan nunca.
Qué buen ejemplo!! Gracias. Lorena
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