Existen acepciones en el
subconsciente colectivo, conceptos que deberían ser revisados y enviados a la
papelera de reciclaje tales como “la vida es una mierda”, “el amor hace sufrir”
o “pobres mujeres”. Nos vamos a referir
a esta última expresión aunque bien es cierto que existe su complementaria
masculina con “pobres hombres”. Lo que ocurre es que en el caso anterior suele
referirse con una conjunción: “pobres Y mujeres”
para mayor desgracia de las mismas. Ser pobre y mujer no son dos atributos admirables de primeras. Siempre será mejor, socialmente, ser rico y hombre en comparación con lo anterior.
para mayor desgracia de las mismas. Ser pobre y mujer no son dos atributos admirables de primeras. Siempre será mejor, socialmente, ser rico y hombre en comparación con lo anterior.
A pesar de que existe mayor
conciencia también hay un gran estancamiento en cuanto a la lucha por la
igualdad porque parece que se da por sentado que las cosas ya están
suficientemente bien. De hecho, si hacemos una encuesta, es poco probable que
algún hombre o alguna mujer se definan a sí mismos como machistas.
STOP
Ahora, antes de echarnos las manos
a la cabeza -bien sea la nuestra o la del que tengamos delante- paremos un
momento a reflexionar. Que estos temas siempre resultan escabrosos y levantan
ampollas. Volvemos a repetir que nadie desea catalogarse como machista ni como
sometida a una injusticia social por el hecho de ser hombre o mujer. No hay dos bandos donde
uno es bueno y el otro malo. Aquí todos pierden. Lo que ocurre que siempre hay
algunos que pierden más que otros y con los medios y las herramientas que
tienen, después de que han perdido, castigan infligiendo algún tipo de daño a
los demás y/o a sí mismos.
La riqueza se mide en poder, y a
ser posible en una sociedad capitalista, en poder económico. Cuando el hombre
no dispone de ello se siente un inútil incapaz de hacer de hombre. Y cuando es
la mujer la que no alcanza ese derecho, asume en muchos casos que las cosas
jamás cambiarán. Los poderosos siguen siendo los hombres, los que lo hacen con
malas artes o a costa de otros, sin generalizar, pero son mayoritariamente
hombres, no mujeres.
Hacernos creer a las mujeres que
todo está superado y que hemos alcanzado los mismos derechos que los hombres es
tomarnos en pelo y buscar que adoptemos el personaje de tontas.
Cuando se cierran mal las
heridas, pueden infectarse y provocar mucho más daño del que parecía en un
principio. Por eso, lo primero es abrir de nuevo. No resulta cómodo para muchas
personas pero asumir el papel de “pobre mujer” nos hace un flaco favor a nosotras
y a nuestros hijos e hijas, además de que los hombres, quieran o no, se quedan
solos.
Permitir el patriarcado en el
formato que sea es hacer concesiones y vendernos por miedo perdiendo así
nuestra dignidad como mujeres perpetuando la etiqueta de “pobres mujeres”.
“Pobres mujeres” va acompañado de
otros adjetivos como débil, pusilánime, tonta, sometida o manipulada.
“¿Ya estamos otra vez con esto?
Te inventas esas teorías. Las sufragistas pasaron a la historia y tú sigues
erre que erre con la mierda esa del feminismo”. Más o menos lo que escuchamos
de la comodidad de determinados hombres que no quieren soltar el trono de
reyes, que después de la “liberación de la mujer” se sienten en la gloria
absoluta. Y volvemos a lo de siempre: si las mujeres, por miedo, lo permiten y
entre los hombres hay corporativismo la cosa se pone fea.
Así, las “pobres mujeres” nunca
desarrollarán su poder. Y además faltarán a la verdad. Porque la verdad dice
que no existen “pobres mujeres”. La verdad es que las mujeres, las auténticas, son ricas en
valores y en lucha por la igualdad, por la justicia. Las mujeres son poderosas
que defienden la integridad, el amor. Las mujeres son fuertes y valientes
porque no se someten a la mentira de que “como sigan así acabarán siendo unas
pobres mujeres condenadas al ostracismo”. Las mujeres no tienen miedo porque
saben quiénes son y cuál es su misión en la vida. Y que su lugar es por derecho
el mismo que el del hombre, ni dos pasos por detrás de él ni unos escalones por
debajo. Y no lo hace aunque comprende que eso, al hombre que no es hombre, le
dé pavor y se monte cualquier historia para evitarlo, como la difamación de la
mujer tratando de convertirla en “pobre (y) mujer”. No cuela. El que tenga
miedo a la mujer, que se aparte, pero que deje de ponernos trampas, cortapisas
y techos porque no va a conseguir evitar lo inevitable: que sigamos luchando
hasta el final.
Hay una cita bonita "porque fuimos son y porque somos serán". Afortunadamente muchas mujeres no se dejan engañar y siguen con su camino a la igualdad. Gracias. Lorena
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