7 de enero de 2023

Desmotivación, ¿sola o con leche?

¿Cómo llegamos a un punto en el que dejamos de luchar porque no tenemos ni ganas ni nada? 

    Puede ocurrir que no tengamos ningún impulso y seamos un cadáver andante. La otra opción es que tenemos impulso, leve, pero tenemos tanta carga negativa que no es suficiente para arrancarnos. 

  Este es el momento en el que le decimos a la emoción que espere un momento, que enseguida volvemos con ella a seguir sufriendo, y activamos nuestra capacidad de análisis conectada a una visión global por encima de nuestro malestar y pequeñas miserias humanas. Sacamos el periscopio.
Necesitamos urgentemente una reparación profunda y no dejarnos llevar por la negrura. 

   Vamos con una analogía. Lejos, al otro lado del mar hay una isla maravillosa, paradisíaca y con una música que te hace bailar feliz. Esa isla la llenamos de realización personal, de relaciones auténticas y de todo lo que nos ponga contentos. Y queremos ir allí. Porque esa es nuestra ilusión. 

    Ahora bien, cómo llegar es otro cantar. Pero un cantar también en modo mayor, que suena igual de bien. Que nos hace construir un puente o crear un barco o un aeroplano para alcanzar ese lugar. 

     Esa fuerza e inteligencia que ponemos al servicio de la ilusión es la motivación. La que surge dentro de nosotros para alcanzar ese lugar. 

    Probablemente cuando lo alcancemos o, incluso, por el camino aparecerán ante nuestros ojos nuevas islas, nuevas metas, nuevas ilusiones que nos movilizarán de nuevo. El reto es la motivación. La meta es la ilusión. Esto cuando está el cielo despejado y el mar en calma. 

    ¿Qué ocurre cuando, como decíamos al principio, perdemos una de las dos cosas, la ilusión o la motivación, y nos convertimos en muertos vivientes, pobres almas en desgracia? ¿Cómo se pierde una ilusión? ¿O en realidad se abandona? ¿Puede ser que se destruya? Es posible que la ilusión nos la hayan bombardeado de manera que no conseguimos construir un puente que llegue hasta ella y nos parezca inalcanzable. ¿Quién y por qué nos la bombardean? Hay que tener mala leche. Pues sí. Pero, ¿quiénes? Está claro: personas que influyen en nuestro criterio y nuestra personalidad cuando se está formando. Y después, como bien sabemos, lo único que terminamos haciendo es repetir historia hasta que, por fin, resolvemos y podemos pasar de pantalla. Si es que resolvemos… Y en eso estamos precisamente ahora mismo: en hacer un chequeo a las ilusiones y en la motivación que nos lleva a materializarlas; en el compromiso que adquirimos de llegar hasta el final. 

    ¿Por qué perdemos la ilusión y la motivación? Veamos las siguientes explicaciones de haber sucumbido al pesimismo, a la derrota o a la postergación sin fecha: 
  • Porque nuestros cálculos de la posición de esa ilusión eran poco acertados y estaba más lejos de lo que creíamos. 
  • Porque el material para crear el puente estaba defectuoso o nos faltaba materia prima para llegar. 
  • Porque nos han dado el cambiazo en nuestra ilusión primigenia; la ilusión inicial nos la han tratado de cambiar creándonos una confusión. 
     En todo caso podemos reducirlo a dos opciones: que nos han hecho creer que nuestra ilusión no la íbamos a conseguir o nos han hecho creer que nuestra ilusión no merecía la pena y era un error. Finalmente hemos dado la autoridad al pesimismo, a la desilusión y al fracaso. Así que ni isla ni medios para llegar a ningún sitio. 
    
   Con estas posibilidades tan limitadas y limitantes la conclusión suele ser la de autoconvencernos de que esa ilusión en realidad ni es la nuestra y si alguna vez la tuvimos, ahora renegamos de ella. No nos damos cuenta de que aceptar algo así es morir en vida: sin ilusiones auténticas no puede haber realización ni individual ni colectiva. Jamás. Y si pensamos que nuestra derrota no afecta al colectivo, nos equivocamos completamente. Y la derrota de los demás nos afecta de lleno a cada uno de nosotros y nosotras. 

     Desde esta conciencia y con la fuerza para seguir luchando podemos visualizar de nuevo esos sueños que siguen llamándonos, aunque sea con un hilo de voz, que siguen brillando, apenas sin fuerza, para que los podamos alimentar y llegar hasta ellos. Con la conciencia de que no solo es por nosotros, sino que tenemos una responsabilidad existencial con todos los seres vivos, con los que están, con los que estuvieron y con los que vendrán.

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