2 de enero de 2023

Sufrir el drama, disfrutar la comedia

A veces tenemos que elegir entre ir a la derecha o la izquierda, subir o bajar, caminar o quedarnos a esperar. En cualquier momento de nuestra vida estamos tomando decisiones. Grandes o pequeñas. Y el hecho de no tomar ninguna, también es una decisión. Lo de la izquierda o la derecha, subir o bajar, etc. parecen opciones metafóricas. Podemos tomarlas como tal. También es posible creer que el abanico es mucho más amplio y que no hay blanco y negro sino una gama de grises o de muchos colores. Que no hay derecha o izquierda sino treinta grados al noroeste o quince al sudeste. Es una opción. Practiquemos el relativismo, no hay problema. Ahora bien, cualquier decisión o no decisión que tomemos siempre va a ir sustentada por dos opciones. Y no hay más. Sólo dos. Y estas son las que responden al drama y a la comedia. Es decir, donde la cosa acaba mal o acaba bien. Ahora ya podemos ponerle colores o ausencia de los mismos para identificar la vitalidad y el fatalismo. 

     No estamos hablando de ver el vaso medio lleno o medio vacío, de tener una visión optimista o pesimista sino de una tendencia que nos lleva a luchar o a sufrir. Cierto es que se puede luchar sufriendo y sufrir luchando, pero cuando se sufre, se sufre. Uno o una puede vivir una emoción de pena o angustia o enfado y luchar. Lo que ya resulta incompatible es sufrir esas emociones -de manera que las perpetuamos- y tratar de sacar adelante ilusiones, impulsos vitales o acciones idealistas. Es como estar muerto y vivo a la vez, ser feliz o desgraciado, amar o renunciar al amor. 

     Podemos tener una tendencia o una predisposición a una determinada emoción cuando estamos en el drama, donde todo acaba mal y deprimirnos o angustiarnos. Pero vamos, el abanico de posibilidades ahí es tan esperanzador como la ruleta rusa de las desgracias. Lo verdaderamente importante es saber si todo lo impregna la nube gris o el sol radiante. Si estamos nadando en las aguas turbias de la fatalidad o en las brillantes de la vitalidad. Es posible que estas descripciones sean un poco tendenciosas y estar en lo turbio sea menos apetecible que en lo brillante. Pero es lo que hay. Si alguien decide estar envuelto en drama no es porque le guste sino porque no cree que la otra opción sea posible para sí mismo. O incluso que ni siquiera exista, para nadie. 

     Pongámonos en el peor de los casos: todo acaba mal. La vida es un drama. Es tan dramática que nos morimos al final. ¿Hay algo más dramático que eso? Sí. Hay una cosa mucho más dramática: no vivir. Estar anticipando la muerte como drama es lo que viene a llamarse ser un o una agonías. Y lo peor es que la persona lo pasa fatal. No tiene por qué haber vivido un pasado catastrófico necesariamente, tampoco es obligatorio tener un presente horripilante y en cuanto al futuro, no tiene por qué haber nada escrito ni en las estrellas ni en el horóscopo del dominical que vaticine una negrura ponzoñosa. Sin embargo, la realidad se ve distorsionada como en un laberinto de espejos de feria. El pasado puede haber sido maravilloso y por ese motivo añoramos algo que sentimos que no va a ocurrir de nuevo. También puede haber sido deplorable y por ese motivo creemos que nada va a cambiar y la tendencia va a seguir siendo de caída en picado. El presente lo dejamos pasar porque la creencia de que «da lo mismo lo que hagamos, que todo va seguir igual» es muy intensa. Así que no intervenimos, no cogemos el poder de nuestra vida, ni la responsabilidad con nosotros mismos ni con los demás, porque ¿para qué? Si todo va a acabar fatal. Y aquí hemos llegado: al futuro, que, aunque está sin escribir, nosotros ya lo hemos rubricado. Y esa es la condena que nos imponemos e imponemos a todas nuestras relaciones que ven cómo sufrimos y nos derrotamos. Eso sí, por dentro, con dignidad. Luego están quienes lo hacen abiertamente y dan la tabarra infinita, porque «la vida es injusta, porque es sufrimiento», y un largo etcétera de quejas, victimismos y lamentos hasta la extenuación y el aburrimiento o queme de las personas cercanas o no tan cercanas. El caso es que nadie quiere ver a alguien que lo pasa mal y que no vive. (Nadie medio normal, no nos referimos a alguien con tendencias sádicas, claro). 

      Vale, entendido. Me he convencido. Yo no quiero seguir viviendo en el drama y elijo comedia. ¿Con qué varita mágica se hace esa transformación? 

        Nadie, absolutamente nadie nace para vivir en el drama. Cualquier ser vivo, por el hecho de nacer, quiere vivir. Y quiere que le quieran, y quiere querer, y que le cuiden, y que le hagan feliz. Y que respeten sus derechos. Y quiere compartir y unirse a los demás. Y quiere que todo acabe bien. Como casi todo, podemos vivir la experiencia de forma activa o vicaria de que todo acaba mal. Y no es que acabe mal, es que no nos han enseñado a luchar o a defender. Una de las dos. O las dos. Así, fácilmente las cosas acaban mal porque hemos adoptado el papel de víctimas, de manera que nos quitan cosas buenas o nos ponen cosas malas y nos sentimos desprotegidos. El amor no triunfa y no hacemos nada. O hacemos cosas, pero no funcionan y nos derrotamos. Pues se acabó. 

     Podemos salir del drama de un salto y aterrizar en la comedia. En la comedia no todo va como la seda, pero tenemos el poder de cambiar realidades enfermas por realidades sanas, creemos en el ser humano, en la vida y en nosotros y nosotras mismas. No estamos solos ni solas. Hacemos equipos, superamos las dificultades, resolvemos problemas y disfrutamos. Y vivimos. Tenemos una experiencia de vida que nos realiza y somos medio de realización para otros. Y ocurren cosas, pero sabemos que no dejamos de luchar, ni de vivir. Y si en algún caso no vamos a vivir aquello que nos gustaría, no es un drama, porque habremos sido el eslabón de una gran cadena que nos une y habremos dejado la semilla para que alguien lo viva. Y lo celebraremos. En futuro, y también en presente. Porque es muy necesario celebrar la vida y celebrar el amor. Porque es muy necesario crear experiencias de disfrute, de realización, de comedia. Y del drama, seguimos aprendiendo, sobre todo en los teatros. En la vida, apostamos por vivir.

3 comentarios:

  1. Bravo Maite!!!!!super sabía.👏🏻👏🏻👏🏻Porqué vivir en el drama si se puede elegir la comedia? Esa es la cuestión a desmontar y liberarse. Muchas Gracias por tus palabras.

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  2. Gracias por tu artículo, ha sido de gran ayuda para el momento que estaba viviendo, sigue escribiendo por favor

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  3. Creo que cuando uno elige el drama es por haber tenido esa tendencia familiar, como haberla mandado, vamos. Y el empuje social a aborregarnos ... Qué difícil darse cuenta de que nos dejamos envolver por esa corriente y qué necesario elegir vivir.

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