16 de enero de 2023

La soledad de la víctima

Dolor: «Experiencia sensorial y emocional (subjetiva) desagradable que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso central».
 
La palabra que habría que destacar en esta definición es «todos».  
 
«Todos» no admite jerarquías; sí admite subjetividades, pero no clasificadas jerárquicamente.
 
    Es probable que a estas alturas de nuestra vida ya hayamos experimentado el dolor -tanto el físico como el emocional- y en ambos existe un umbral diferente para cada persona, una resiliencia a la hora de afrontarlo, pero lo que no existe es una impermeabilidad a él en ninguno de nosotros. Porque nos han podido romper el corazón, hemos podido perder a un ser querido, nos hemos podido sentir solos o hemos sufrido alguna traición. Vamos, que ese dolor ha formado parte de nuestra experiencia existencial y, si seguimos vivos, significa que hemos conseguido… permanecer vivos, que ya es bastante. Es posible que no lo hayamos superado, que haya marcado de alguna manera nuestras vidas y, de momento, la vida sigue adelante, esperemos que mejor que peor. 
 
    El hecho de que no haya jerarquías implica que nadie se puede poner por encima de nadie utilizando ese dolor como herramienta de medida con la que comparar o compararse. Cuando nos identificamos con ese dolor y dejamos que se cuele en nuestra esencia se acaba transformando en sufrimiento y nosotros en víctimas. Y como bien sabemos toda víctima tiene su victimario. Y si no está, debe encontrarlo para perpetuar esa nueva identidad. Todos hemos sentido dolor y, aunque no queramos reconocerlo o nos cueste verlo, en alguna medida hemos podido ser causa de dolor de alguien. Abandonar ese papel y verlo como un acontecimiento puntual del que salir y, si es posible, no volver a entrar es lo mejor que podemos hacer.  
 
    Si de algo nos tiene que servir ese dolor es para empatizar con quien lo sufre. Y si hemos aprendido algo en el camino, enseñarlo. Si nos han ayudado, hacer lo mismo. Y si no nos han ayudado, recordar cómo eso nos ha hecho sentir y no hacer lo mismo. Y, por supuesto, sentir compasión sin ser condescendientes, poner el amor antes que los prejuicios y la comprensión antes que las sentencias. 
 
    En cualquier acontecimiento desafortunado, conflicto o relación antagónica existe una tendencia al rol de la víctima o del victimario, ya que cuando hay desacuerdo se suele hacer desde estos lugares en oposición. Hay una cosa que es importante señalar y es que no necesariamente el que está en el papel de víctima es siempre la víctima. Evidentemente puede sentirse como tal o ha podido en un principio estar en esa posición para luego establecerse ahí y tener controlada a la parte contraria. Y aquí es donde conjugamos bien los verbos de ser, estar y parecer. Se puede ser la víctima y bautizarse con ese apellido, se puede parecer la víctima, sin serlo, solo por decisión personal para martirizar o colocar de victimario a la otra parte y se puede estar de víctima por circunstancias que nos han llevado ahí o por mala leche de la otra parte, claro, si hay una mala voluntad de crearnos un dolor innecesario.
 
    La idea clara y fundamental es que de ahí tenemos que salir raudos y veloces, como si nos diera una urticaria aguda. Nadie, absolutamente nadie se merece ser una víctima del sistema social, de la voluntad de unos cuantos, del machismo, de la homofobia, de la misoginia, de la xenofobia, de la aporofobia, etc. Existe una injusticia pendiente de reparar y una deuda que no se olvida, básicamente porque, de lo contrario, no existiría justicia ni memoria ni nada. Pero asumir SER víctimas nos convierte en seres en clara desigualdad para luchar por los derechos que tratan de arrebatarnos: el derecho a la vida, a la tranquilidad, a la realización, a ser tenidos en cuenta, a la igualdad, etc. Siendo conscientes de la situación y del papel que nos colocan tenemos la capacidad de reaccionar como seres humanos de primera clase, como lo son todos los seres humanos. El dolor no nos clasifica sino la reacción o falta de reacción ante el mismo. Y de ahí, como de todo lo malo, también se sale. Para salir, lo primero es rebelarse a ser una víctima, y lo segundo es tener claro los siguientes puntos:
  • Ninguna persona ni circunstancia tiene el poder de amargarnos la vida si nosotros no se lo damos.
  • Existe una solución para lo que nos pasa o para nuestra situación injusta, aunque ahora no la veamos.
  • El dolor se cura.
  • El amor sana.
  • Tenemos la fuerza dentro de nosotros de todos los seres para salir adelante.
  • No estamos solos/as.
  • La vida nunca abandona. 
  • La vida nunca abandona.
  • Nunca.
  • No la abandonemos.
 
    Cuando nos colocan de víctimas no hay pasividad posible, hay rebeldía a la injusticia. La invitación al sufrimiento está servida, pero la devolvemos con toda la fuerza y la contundencia del legítimo derecho a defender la justicia y la dignidad de todos los seres. 

2 comentarios:

  1. Me revuelven por dentro tus palabras. La víctima, socialmente, es vista como la persona que sufre y a quién se apoya. Pero claro, esto es una faena grande. Porque condena a la víctima a sufrir, a que alguien sea verdugo y probablemente la víctima se vuelva verdugo en algún momento también. Además, se venden las relaciones tóxicas como si fueran lo normal en todos los medios. Es que no falla ni uno!! Faltan ejemplos y podemos serlo tod@s y cada un@!!

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  2. tienes toda la razon,hay que reguir para adelante

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