27 de enero de 2023

¿Y si me equivoco?

«¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción;
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño, 
y los sueños, sueños son».
 
Chimpón.
 
    Sin el peso que tienen estos versos de Calderón de la Barca en boca de Segismundo, hasta resultan poéticos, alegres, emocionantes. La vida es la maravillosa aventura donde todo lo bueno puede pasar, donde podemos saltar sin red, porque tenemos la confianza absoluta de que somos acogidos, rescatados, acompañados. Siempre. 
 
    Hasta que…
 
    Hasta que vivimos experiencias -directas o vicarias- negativas donde no resolvemos bien, no entendemos qué ha pasado y, por lo tanto, ni aprendemos ni nos enseñan a protegernos y/o defendernos. Así que, para la próxima, vamos con toda esa carga acumulada. Se llama miedo. 
 
    El miedo puede estar presente en todas las primeras experiencias y es normal, son los miedos instintivos y en gran parte de los casos, cumplen una función de protección. El problema surge cuando esas experiencias negativas se enquistan y los miedos se transforman en aprendidos y no adaptativos. De una reacción, pasamos a un comportamiento y de ahí a un rasgo de personalidad haciendo propio aquello que nos perjudica.
 
    Uno de los miedos más relevantes, que cuando lo mantenemos genera angustia, es el miedo a tomar decisiones, que en realidad es el miedo a equivocarnos. O a no acertar. Es un miedo que nos puede llegar a paralizar bloqueando nuestra realización y cualquier impulso vital.
 
    En la infancia puede resultar frustrante no saber qué elegir porque lo queremos todo y lo que ocurre es que no entendemos por qué no podemos elegirlo todo a la vez. Cuando empezamos a crecer, a hacernos mayores, a dejar de sentirnos intocables, empezamos a vivir el miedo a elegir entre pocas opciones, concretamente dos: acertar o equivocarse. Con un poco de ‘suerte’, este miedo lo experimentamos a una edad tardía. Con mala suerte, es posible que también lo vivamos desde pequeños. 
 
    Buscamos recursos para superarlo y a nuestro córtex prefrontal le decimos que no pasa nada por equivocarnos, pero nuestra amígdala se interpone en el camino de ese mensaje dando la voz de alarma. «¿Cómo que no pasa nada? ¡La decisión que tomes va a condicionar tu vida por completo y si te equivocas ya no habrá vuelta atrás!».
 
    Mal para cualquier ser humano porque esa autoexigencia es mortal e impide el desarrollo y el aprendizaje. Y, en general, mucho más mortal -si existiera esa expresión- para las mujeres. Sí, señores y señoras, seguimos habitando un planeta con un machismo estructural y transversal, de manera que aún nos estamos sacudiendo casi del adn el miedo a equivocarnos y que no nos dejen acceder a una carrera de éxito, a un reconocimiento social, a una igualdad real. Y en el caso de los hombres, está el miedo a no acertar y a ser sacados del circuito de éxito social, económico, relacional y vital. 
 
    Dentro de todo ese miedo aún no hemos encontrado la palabra amor. Porque son autoexcluyentes. Si está uno, no puede estar el otro y viceversa. Y sabiendo esto -¡oh, sorpresa!- hemos encontrado el quid de la cuestión.
 
    Ante el miedo, el amor es la respuesta. Cuando nos quieren, no hay miedo. Cuando amamos de verdad, no hay miedo. Vamos, hay miedo, pero no infranqueable. Llamémosle «vértigo». Pero ya hay red cuando nos lancemos. ¿Esto significa que ya no nos equivocaremos? Evidentemente, no. Nos vamos a equivocar, pero no va ser devastador. Porque formará parte de nuestra experiencia vital, porque nos dará la oportunidad de aprender. También podemos relativizar las equivocaciones. Esto no es «La vida es sueño», y podemos «Soñar la vida» y vivirla.

1 comentario:

  1. Qué reflexiones tan profundas. Le dejan a una pensando y recolocando la nueva información. Inspirador.

    ResponderEliminar