Utilizamos la creatividad de una
manera poco sana, y nunca mejor dicho, porque cada vez inventamos nuevas
enfermedades de acuerdo a nuestra manera de (dis)funcionar.
Eso de no saber ni qué me pasa no
deja de ser una forma de escaquearse de la realidad y, por supuesto, una
tragedia para el sujeto en cuestión. Lo de dejar de sentir para no sufrir es
como cortarse la cabeza para que te deje de doler. Una salvajada en toda regla,
vaya.
Cuando ni siquiera identificamos
en nuestro cuerpo ninguna emoción, ya pueden empezar a sonar todas las alarmas
porque estamos bastante cerca de la muerte, tengamos la edad que tengamos. Puesto
que no sentimos ni lo malo, ni lo bueno. Y eso se ha ido gestando con el tiempo.
Y ahora viene la desgracia con todas las letras: la herencia a los hijos o
hijas. Si con este papelón tenemos hijos y no les transmitimos que existen
emociones, que pasan por el cuerpo, que se llaman de esta manera o esta otra, y
que se expresan, los niños comenzarán a no entender nada en absoluto y a
comportarse como ven que lo hacen los adultos.
La alexitimia, que es la enfermedad
definida como incapacidad de identificar y expresar emociones, es una manifestación
aguda de este comportamiento, ya transformado en enfermedad. Comienza a formar
parte de la personalidad.
Por supuesto que existe una
predisposición genética en cualquier enfermedad. La transmisión es directa pero
eso no nos exime de responsabilidad. Es decir, si mi padre murió de infarto, y
mi abuelo también, existe un condicionamiento genético porque a través de los
cromosomas me ha llegado esa información. Lo que ocurre es que el daño que
había en mi abuelo, y en otros antepasados, les ha llevado a destruirse de esa
manera con una muerte prematura. ¿Podía haberse evitado? ¿Podrían haber llevado
una vida donde no hubiera sobrecargado el corazón con una mala alimentación,
uso de tabaco o alcohol, eligiendo relaciones de amor y no de sacrificio, y
superando y rebelándose al estrés, a las injusticias, al abuso de poder, etc.? Hubiera
estado bien. Sobre todo porque habrían contribuido a generar descendientes y,
por lo tanto, una especie humana con más salud en lugar de más enferma.
Llevamos la herencia genética de
por lo menos siete generaciones, así que si hace unas cuantas décadas hubo uno
con nuestro mismo apellido que tras un shock o una situación emocional extrema se
desconectó de todo lo que sentía, porque evidentemente, muy bueno no era, pues
no es raro que ahora si a su bisnieto le preguntan que cómo se siente, éste no
reaccione. Y como siempre, ahí comienza el trabajo: con la conciencia de que
esa falta de todo lo que tiene que ver con la emoción, no es mía, sino que soy
portador. Es lo mismo que hablar de un virus: el virus no soy yo, sino que soy
portador. En este caso, el enfermo no soy yo, sino que porto una enfermedad que
me aleja de ser feliz y de hacer feliz a los demás. Y como todo, tiene
solución.
La solución siempre nace de la
rebeldía a la condena de ser una persona así. Después de rebelarse, viene el
trabajo –con ayuda- para aprender a integrar todo lo que teníamos desconectado
como seres humanos con una conciencia pasional, otra emocional, otra
intelectual y otra espiritual. La motivación para hacerlo viene del amor, por
supuesto. Y si no lo hacemos por nosotros, es por el amor a otros a los que no
hacemos felices.
Un desposeído de emociones no
sólo no es feliz, sino que hace sufrir. ¿Quién no quiere un novio, una madre, un
amigo que le ame y se entregue a darlo todo, a compartirlo, a disfrutar,
expresando todos los sentimientos que surgen creando una maravillosa relación
de amor?
Luego –capítulo aparte- están los
que sí sienten pero lo niegan. Este daño, en principio, es menor. Claro que si
no existe la voluntad de aceptar lo que se siente y transformarlo en otra cosa,
acaba en destrucción para todos: destrucción de uno mismo y de las relaciones.
Negar la evidencia es alejarse y alejar a todos de uno mismo.
Existen ejemplos variados como: “¡Que
ya he dicho que me encuentro bien, coño! ¡Que a mí no me pasa nada!”. O también
el caso de “Sí, se murió toda mi familia este verano, pero yo bien, bien,
tirando… Bueno, haciendo lo que se puede, pero viviendo...”. Si Pinocho
estuviera entre nosotros sería un "chatín" de narices –y nunca mejor dicho-
comparado con los personajes que hacen afirmaciones de este tipo. En estos
casos, los seres humanos saben que les pasan cosas pero no las comparten porque
no tienen ninguna intención de resolverlas: bien porque no quieren o bien
porque creen que no sea posible. En el primer caso es mala leche: “Si me han
jodido, que se jodan los demás”. En el segundo caso, porque la persona sabe que como
destape la caja de Pandora, van a salir más que todos los males del mito juntos
y no se siente capaz de afrontarlos.
Volviendo a los y las que sí luchan y se rebelan, somos "medios" para conectar el
interior y el exterior. Es decir, que tenemos la capacidad de sentir y
expresar, de conectar y crear. Si una de las dos partes se bloquea, bien sea de
cuerpo para dentro o de cuerpo para fuera, bloqueamos todo el desarrollo y la
realización para todos, incluidos, por supuesto, nosotros mismos.
Disponemos de todos los recursos
para tirar muros y abrirnos a una comunicación sincera, desde la escucha y la
activación de canales de emisión. Empecemos por la escucha y la estimulación
para poder entrar en sintonía con el resto del mundo creando vínculos sólidos
como rocas, y no "enroqueciéndonos".
cuánta luz aportan tus artículos. Gracias! Lorena.
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