26 de agosto de 2012

Me siento… ¿bien? ¿mal? ¿regular?

Utilizamos la creatividad de una manera poco sana, y nunca mejor dicho, porque cada vez inventamos nuevas enfermedades de acuerdo a nuestra manera de (dis)funcionar.

Eso de no saber ni qué me pasa no deja de ser una forma de escaquearse de la realidad y, por supuesto, una tragedia para el sujeto en cuestión. Lo de dejar de sentir para no sufrir es como cortarse la cabeza para que te deje de doler. Una salvajada en toda regla, vaya.

Cuando ni siquiera identificamos en nuestro cuerpo ninguna emoción, ya pueden empezar a sonar todas las alarmas porque estamos bastante cerca de la muerte, tengamos la edad que tengamos. Puesto que no sentimos ni lo malo, ni lo bueno. Y eso se ha ido gestando con el tiempo. Y ahora viene la desgracia con todas las letras: la herencia a los hijos o hijas. Si con este papelón tenemos hijos y no les transmitimos que existen emociones, que pasan por el cuerpo, que se llaman de esta manera o esta otra, y que se expresan, los niños comenzarán a no entender nada en absoluto y a comportarse como ven que lo hacen los adultos.

La alexitimia, que es la enfermedad definida como incapacidad de identificar y expresar emociones, es una manifestación aguda de este comportamiento, ya transformado en enfermedad. Comienza a formar parte de la personalidad.

Por supuesto que existe una predisposición genética en cualquier enfermedad. La transmisión es directa pero eso no nos exime de responsabilidad. Es decir, si mi padre murió de infarto, y mi abuelo también, existe un condicionamiento genético porque a través de los cromosomas me ha llegado esa información. Lo que ocurre es que el daño que había en mi abuelo, y en otros antepasados, les ha llevado a destruirse de esa manera con una muerte prematura. ¿Podía haberse evitado? ¿Podrían haber llevado una vida donde no hubiera sobrecargado el corazón con una mala alimentación, uso de tabaco o alcohol, eligiendo relaciones de amor y no de sacrificio, y superando y rebelándose al estrés, a las injusticias, al abuso de poder, etc.? Hubiera estado bien. Sobre todo porque habrían contribuido a generar descendientes y, por lo tanto, una especie humana con más salud en lugar de más enferma.

Llevamos la herencia genética de por lo menos siete generaciones, así que si hace unas cuantas décadas hubo uno con nuestro mismo apellido que tras un shock o una situación emocional extrema se desconectó de todo lo que sentía, porque evidentemente, muy bueno no era, pues no es raro que ahora si a su bisnieto le preguntan que cómo se siente, éste no reaccione. Y como siempre, ahí comienza el trabajo: con la conciencia de que esa falta de todo lo que tiene que ver con la emoción, no es mía, sino que soy portador. Es lo mismo que hablar de un virus: el virus no soy yo, sino que soy portador. En este caso, el enfermo no soy yo, sino que porto una enfermedad que me aleja de ser feliz y de hacer feliz a los demás. Y como todo, tiene solución.

La solución siempre nace de la rebeldía a la condena de ser una persona así. Después de rebelarse, viene el trabajo –con ayuda- para aprender a integrar todo lo que teníamos desconectado como seres humanos con una conciencia pasional, otra emocional, otra intelectual y otra espiritual. La motivación para hacerlo viene del amor, por supuesto. Y si no lo hacemos por nosotros, es por el amor a otros a los que no hacemos felices.

Un desposeído de emociones no sólo no es feliz, sino que hace sufrir. ¿Quién no quiere un novio, una madre, un amigo que le ame y se entregue a darlo todo, a compartirlo, a disfrutar, expresando todos los sentimientos que surgen creando una maravillosa relación de amor?

Luego –capítulo aparte- están los que sí sienten pero lo niegan. Este daño, en principio, es menor. Claro que si no existe la voluntad de aceptar lo que se siente y transformarlo en otra cosa, acaba en destrucción para todos: destrucción de uno mismo y de las relaciones. Negar la evidencia es alejarse y alejar a todos de uno mismo.

Existen ejemplos variados como: “¡Que ya he dicho que me encuentro bien, coño! ¡Que a mí no me pasa nada!”. O también el caso de “Sí, se murió toda mi familia este verano, pero yo bien, bien, tirando… Bueno, haciendo lo que se puede, pero viviendo...”. Si Pinocho estuviera entre nosotros sería un "chatín" de narices –y nunca mejor dicho- comparado con los personajes que hacen afirmaciones de este tipo. En estos casos, los seres humanos saben que les pasan cosas pero no las comparten porque no tienen ninguna intención de resolverlas: bien porque no quieren o bien porque creen que no sea posible. En el primer caso es mala leche: “Si me han jodido, que se jodan los demás”. En el segundo caso, porque la persona sabe que como destape la caja de Pandora, van a salir más que todos los males del mito juntos y no se siente capaz de afrontarlos.

Volviendo a los y las que sí luchan y se rebelan, somos "medios" para conectar el interior y el exterior. Es decir, que tenemos la capacidad de sentir y expresar, de conectar y crear. Si una de las dos partes se bloquea, bien sea de cuerpo para dentro o de cuerpo para fuera, bloqueamos todo el desarrollo y la realización para todos, incluidos, por supuesto, nosotros mismos.

Disponemos de todos los recursos para tirar muros y abrirnos a una comunicación sincera, desde la escucha y la activación de canales de emisión. Empecemos por la escucha y la estimulación para poder entrar en sintonía con el resto del mundo creando vínculos sólidos como rocas, y no "enroqueciéndonos".

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