28 de agosto de 2012

Salvar vida

¿Quién no se ha sentido el rey o la reina del mambo después de haber salvado un pajarito de entre las ramas de un arbusto, rescatado un gato de un árbol o –heroicidad de entre las heroicidades- librado de algún peligro a otro ser humano? El peligro puede ser por haber evitado que a otro le pillaran copiando en el examen, por haber sacado de una situación incómoda al chico o la chica que nos gustaba o defendido a otros que, por circunstancias, se encontraban en franca desventaja y nos hemos expuesto. Eso es exactamente lo que ocurre: que nos exponemos por amor, por ideales, por grandeza del alma sin pensar en ese momento si es conveniente o no, y si habrá consecuencias. Lo hacemos porque sentimos el impulso y punto. Sentimos que nos comemos el mundo y que nada puede salir mal… o casi.

Si no nos valoran ese acto de valentía, si no lo potencian o si nos prohíben volver a hacerlo utilizando el método que sea –convencimiento, amenaza, mentira- nos hunden en la más absoluta de las miserias al aceptar un criterio que busca castrarnos. Y uno o una se pregunta: «¿Qué intención hay debajo de ese acto de abuso de poder disfrazado de educación?». Mal rollo, sobreprotección, pasotismo, ombliguismo, búsqueda de someter y, sobre todo, poco o ningún amor. No hay vínculo con el niño o la niña, el o la adolescente con el adulto de turno. Se trata de imponer un criterio, el que sea y listo.

Después del pequeño paréntesis, que puede durar años, en el que dejamos de seguir nuestro impulso, hasta que llega un momento que dejamos de sentirlo, nos plantamos en el momento presente, sea el que sea, con la edad que tengamos, sea la que sea. Y viene el déjà vu de esa experiencia. Eso para quien la haya vivido, claro. Quien no lo haya hecho, pues que tenga el déjà vu de habérselo imaginado, porque en la niñez, de eso no hay duda, todos y todas lo imaginamos, y al cerebro, en estos casos, lo mismo le da imaginación o realidad. La sensación de que somos invencibles, de paz interior, de orgullo, de bondad y deseo de bien para toda la humanidad. Eso es lo que se siente, y más, claro. Cada cual a su estilo. Con alegría, mucha alegría. Nos sentimos en la cima de la dignidad, hemos dado un paso en nuestra evolución como seres humanos para el bien individual y colectivo.

¿De qué depende que volvamos a repetir esa experiencia si es lo más maravilloso del mundo? ¿Es que acaso hay dudas de que así sea? ¿O tal vez no creamos que podemos salvar ni a una hormiga de morir ahogada? Podemos, claro que podemos. Pero, ahí viene el gran interrogante: ¿QUEREMOS? Porque si cuando hemos tenido el impulso de salvar vida, nos lo han impedido, si cuando hemos llegado a conseguirlo, no lo han reforzado o lo han tirado por tierra, ¿qué ganas tenemos de volver a intentarlo? Además, si nadie lo ha hecho por nosotros, ¿por qué vamos a lanzarnos sin saber si habrá red en el aterrizaje? Al fin y al cabo, no somos ni Superman, ni Wonder Woman, ni los Reyes Magos para andar haciendo felices a otros.

Los seres humanos que son padres o madres biológicos o adoptantes de niños o niñas que vienen desde el amor más puro y así son recibidos por sus familias, afirman que es la experiencia más maravillosa del mundo. Y lo es. Entregarse a una criatura es salvar sus ilusiones, su felicidad, su existencia para que pueda realizarse, y eso es algo inmenso. ¿Por qué quedarnos ahí? ¿Podemos salvar más? ¿Al planeta entero?  ¿Por qué no? ¿Hay límites? Hacerlo una vez nos da fuerzas para una segunda, y, así, sucesivamente. Aprendemos y nos vamos transformando. «Pero claro, -piensa nuestra parte acojonada, víctima y verdugo del sistema capitalista y defensora de la propiedad privada- cuando son nuestros hijos o hijas, ahí nos llevamos algo, porque son nuestros. ¿Por qué voy a hacer algo por quien no conozco? ¡Que lo hagan ellos por mí! ¡O que lo hagan ellos por sí mismos!». En primer lugar, por amor, en segundo lugar, por grandeza, y en tercer lugar, por idealismo. Y siempre nos llevamos algo, o mucho. Ser parte activa de un cambio global que pone cosas buenas en lugar de quitarlas y que quita cosas malas en lugar de ponerlas es razón más que suficiente para sentir que estamos siendo consecuentes con nuestra naturaleza y nuestra misión existencial.

¿Estamos fatal de ánimo, de fuerza o de emociones positivas? Sí. Pero nuestro potencial para transformar es infinito. Con la ilusión un tanto tocada, lo único que nos saca de una posición fatalista es hacerlo por otros, ya que, por nosotros, parece ser que, hace rato que hemos tirado la toalla. No pasa nada, porque pronto volveremos a cogerla, y además de por otros, sabemos que lo hacemos por nosotros. Por los niños y niñas que fuimos y por los que hay pueblan el mundo, por su felicidad y su impulso de salvar vida. Por todos y todas. 

1 comentario:

  1. Me encanta, "nuestro potencial es infinitio". Seguir el impulso es la guía. Es un sentimiento maravilloso. Muy bueno el artículo, como siempre. Lorena.

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