31 de agosto de 2012

Lo que me gusta y lo que no me gusta

Ya nos enseñaron en el colegio que generalizar no era una buena idea. Y lo aprendimos si nos lo enseñaron bien y si en casa lo reforzaban, o al revés. Si no, lo más probable es que nos hayamos quedado en afirmaciones neandertales del tipo “los hombres son todos unos cobardes”, “las mujeres son unas brujas”, “los catalanes son unos agarrados” y “los madrileños unos chulos”. Vamos, que seguimos las pautas de mandatos que hemos escuchado y, sin profundizar mucho más, nos hemos plantado certificándolo con algún que otro ejemplo que nos haya sucedido. Así que lo afirmamos sin despeinarnos.

Otra manera de generalizar es con las expresiones “me gusta” y “no me gusta”. Es verdad que cuando no te gusta el pescado al horno con patatas, pues no te gusta y punto, aunque le cambies el orden y sean patatas al horno con pescado. Si es que no, es que no. También es cierto que de pequeños no nos gustaban las salchichas, pero nos las ponían en casa de la tía o de la vecina y nos encantaban; tanto que íbamos dando saltos de excitación a pedirle a nuestra madre que nos cocinara esas maravillosas salchichas. Y después de algún que otro comentario y aspaviento por haberlas despreciado en innumerables ocasiones, accedía a comprarlas y las comíamos. A lo mejor no tan a gusto como en casa de nuestra tía o nuestra vecina, pero nos las comíamos y nos sabían tan ricas. De tal manera que la generalización caía por su propio peso después de haberle dado el beneficio de la duda y una nueva oportunidad.

Sin embargo, cuando llegamos a la edad adulta existen afirmaciones con “me gusta” y “no me gusta” que reflejan un daño que viene de muy atrás y estas frases nacen con el tiempo, cuando somos mayores. Por lo tanto, esconden un sufrimiento que hemos desarrollado y mantenido en lugar de haberlo sacado a la luz y resuelto. En el caso de “me gusta” es una ironía como la copa de un pino que viene a decir lo siguiente: “me gusta vivir la vida”. La traducción viene a ser: “yo paso de todo, soy un kamikaze al que se la sopla todo y necesito estímulos externos agradables constantes para no pensar ni saber lo que me pasa y no caer en una depresión o liarme a tortas”. Es decir, “me destruyo y utilizo todas esas cosas para hacerlo”.

En el caso de las negaciones vemos generalizaciones lamentables en “no me gusta” precedido de sustantivos como es el caso de “el campo”, “los niños”, “andar”, etc. Vamos, que en declaraciones de este calibre llegamos a negar nuestra propia naturaleza en cuanto a origen, esencia o funciones intrínsecas. ¿Cómo podemos acabar diciendo “no me gusta el campo o la naturaleza”? Nuestro medio ambiente es la tierra, el cielo, los árboles, los ríos,… Si hemos llegado a romper el vínculo con lo ancestral, estamos fritos. La naturaleza nos conecta a la Vida porque formamos parte de ella. ¿Y lo de “no me gustan los niños” a qué se debe? Aquí hablamos de odio o animadversión a nuestra propia especie, ya no es desconexión, sino que la rechazamos de pleno. Nos han robado una infancia y no lo hemos superado. ¿Cómo entonces vamos a hacer felices a otros niños si seguimos sufriendo por nuestra infancia robada y culpando a todos? Es imposible que busquemos lo mejor para ellos porque nuestras heridas de niños aún nos duelen. Y por último, tenemos el ejemplo de “no me gusta andar”, que viene a ser lo mismo a “no me gusta moverme, el ejercicio, y prefiero… otras cosas”. Si nuestro cuerpo hubiera sido configurado para sentarnos en un sofá o en un coche y movernos poco, la especie hubiera evolucionado de otra manera. No seríamos bípedos, ni tendríamos cuatro extremidades y un cerebro, ni nos desplazaríamos en el espacio. A lo mejor seríamos un bonsái, pero no un ser humano.

Todo esto sirve de ejemplo para tomar conciencia de que cada frase que formulamos contiene de fondo un significado y una causa profunda. Quedarnos en la superficie es ponernos una venda en los ojos que nos condena a seguir siendo infelices. Nadie que busque relaciones de amor y viva desde ahí -en relaciones con el medio ambiente, los animales, las plantas y otros seres humanos- va a decir nunca que no le gusta la Vida, ni el mundo donde vive, ni cómo es él o ella. Esas afirmaciones aparecen cuando existe frustración, pena, pesimismo, rabia, etc. Por eso es fundamental escuchar lo que decimos, y después, buscar el motivo real para saber de dónde sale, desde cuándo lleva eso ahí, y por supuesto, darle una solución. 

1 comentario:

  1. A veces es tan revelador la forma de decir las cosas, las palabras expresadas... Se aprende mucho de uno mismo y de los demás. Lo tienes súper claro. Gracias por compartirlo :) Lorena.

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