Gracias a dios, en el kit de aventura traemos
a este mundo un compartimento diseñado para la sensibilidad. Un compartimento
bastante amplio, todo sea dicho de paso. La piel es sensible al dolor -y a las
sensaciones placenteras, claro está-, a los cambios de temperatura y a veces
nos quedamos helados cuando vemos unas imágenes o escuchamos una historia. Así
que la vista y el oído también forma parte de ese equipaje. Lo mismo ocurre con
el olfato que va directamente al hipocampo, de tal manera que recordamos cada
olor del pasado cuando ha sido emocionalmente importante. Algo parecido ocurre
con los sabores. ¿Y qué podemos decir de los órganos internos? Cuando hay algo
que no digerimos –situaciones, dificultades,…- el estómago, el intestino, el
hígado y demás órganos se manifiestan. Incluso nos duele la cabeza.
Por hacer una síntesis, las conexiones
neuronales ordenan y archivan esa información, reactivándola cuando es
necesario. Resumiendo: ese compartimento es “todo nosotros”. Eso significa que
somos seres sensibles, y por ello sentimos lo agradable y lo desagradable. De
lo desagradable tratamos de alejarnos o de vivirlo lo menos posible, y de lo
agradable buscamos tener experiencias múltiples y profundas. Vamos, lo lógico y
coherente si estamos bien.
Ahora, cada uno somos de nuestro padre y de
nuestra madre, así que viviremos esas situaciones de manera diferente. No a
todos nos hace gracia el mismo tipo de humor, ni nos ponemos a llorar con la
misma película. Por supuesto, hay básicos donde se nota el corte de patrón que
tenemos.
Cada uno viene con sus valores a este mundo,
sus inclinaciones para realizarse, y, por tanto, su sensibilidad para ver el
mundo. Aunque luego todos seamos “sota, caballo y rey”.
Así, aunque todos, si estamos donde tenemos
que estar, reaccionaremos, por ejemplo, cuando alguien ha sufrido un accidente,
de motu propio nos arrancaremos en diferentes situaciones o nos
sensibilizaremos con problemas diversos.
¿Dónde se nos mueve la indignación? Hay unos
básicos como son la infancia –abuso, desamparo, falta de amor, robo de derechos
fundamentales…-, el machismo, la inmigración, la corrupción, los
desahucios, el desempleo, maltrato animal, la deforestación, la desigualdad
social, la pobreza, el calentamiento global, la falta de libertad, etc. Es
decir, cualquier tema o situación que nos altere la armonía y haga que se nos
hinche la vena del cuello.
Hay dos tipos de indignación: una es la que
se nos llevan los demonios y lo que nos sale es despotricar; la otra es la que
nos moviliza de manera que no queremos ver algo así nunca más y nos hace
cuestionarnos si nosotros podemos hacer algo por esa situación.
Lo mismo, ésta es la primera vez que se lo
plantea uno. O lo mismo ya nos lo hemos planteado y hemos hecho algo pero nos
desanimamos en su momento. En ambos casos, hay que tirarse a la piscina. ¿Por
qué? Porque la indignación así, a secas, no resulta muy productiva y porque si
no nos movemos ahora, no lo haremos después. Y sabemos que si no nos movemos
sabiendo que existe una situación injusta, somos cómplices. A nadie le gusta
ser cómplice, claro.
Además es una prueba para medir el poder y
los recursos que tenemos. Cuando sabemos que no todo está perdido porque
tenemos el poder legítimo de hacerlo, desarrollamos estrategias para
conseguirlo y cuando lo hacemos, nos sentimos orgullosos de nosotros mismos. Si
no lo conseguimos, no pasa nada, porque lo seguimos intentando, ya que sabemos
que no vamos a parar.
De esta manera sí que somos un buen ejemplo
para la siguiente generación y no unas tías y tíos coñazo que no hacemos más
que quejarnos.
Entonces, repasemos el orden de intervención:
- Acción: situación injusta, que actúa como
revulsivo.
-Reacción: indignación. Esta reacción viene
de la conciencia, que nos dice cuándo hay algo que está bien y cuando no.
- Determinación: desde nuestra voluntad
tomamos una decisión, que es cambiar la situación injusta, pasando de una
realidad enferma a una sana. Para ello ponemos en funcionamiento nuestra mente,
nuestras emociones y nuestra pasión. Todas las conciencias al servicio de la
indignación.
-Resultado: no se sabe, es un misterio, pero
acaba saliendo bien, como la función de Romeo
y Julieta de “Shakespeare in love”. Por “bien” entendemos que nos hemos
rebelado, no hemos aceptado la injusticia y cuanto menos, hemos aprendido para
la próxima, o a lo mejor, incluso hemos desactivado el daño causado restituyendo
la armonía a la situación. Además somos ejemplo para los demás. No es ninguna
tontería, porque cuando uno empieza con fuerza, después le siguen unos cuantos
más. A esto se le llama sembrar.
No todos somos médico, ni albañiles, por eso
tampoco sentimos el deseo de movilizarnos por las mismas causas. El problema
comienza cuando no encontramos ningún motivo para hacerlo. Tal y como está el
mundo, no es muy creíble. Por eso es fundamental averiguar dónde está el
bloqueo y destaponarlo. Las excusas para no hacerlo -como escribió Oliver Stone-
son como los culos: cada uno tiene uno.
Siendo consecuentes con nuestra indignación, es
como ponemos el mundo del derecho, que es como debe estar para seguir
construyendo y disfrutando.
Indignarse, que no enfadarse. Por encima de la emoción la razón. Gracias. Lorena.
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