18 de agosto de 2013

Cuando se acaba lo bueno...

Los niños saben perfectamente cuándo están viviendo algo bueno y lo disfrutan entregándose a ello sin dificultad. Eso sí, cuando se acaba, se puede crear una sensación de vacío que se percibe claramente como una injusticia de tal manera que se rebelan llorando y pataleando, ya sea en silencio o a grito pelado. En esos momentos, somos los adultos los que estamos para acoger su malestar y ofrecer el consuelo necesario, que suele pasar por asegurar que esa maravillosa vivencia se repetirá en breve y multiplicada. Por supuesto, si somos consecuentes haremos que se produzca.

En el caso de los adultos, cuando vivimos momentos maravillosos, donde nos sentimos plenos tendemos a conformarnos con haberlo experimentado y nos damos por satisfechos dejando un poso de tristeza
porque probablemente pasará un tiempo hasta que volvamos a encontrarnos en unas circunstancias parecidas, en caso de que ocurra. El pesimismo se acaba de apoderar de nosotros.

¿Por qué sucede esto? La primera respuesta es que nos ponemos límites. Hemos llegado a disfrutar mucho, a sentirnos felices, pero de ahí a vivir un camino de felicidad, hay un trecho. El trecho suele venir generado de un mandato que nos han impuesto; entendiendo por mandato “orden, indicación que da el superior al subordinado”. Un mandato suele pasar de generación en generación si no se bloquea o se corrige, de tal manera que nos lo comemos con patatas. El caso es que cuando nos negamos a nosotros mismos un camino de felicidad, sólo puede significar que nos han transmitido un mandato de no ser felices, y como somos tan obedientes, buscamos la manera de someternos a ello. Lo justificamos diciendo que “la felicidad no existe”, “los demás no me dejan ser feliz”, “tengo obligaciones que cumplir”, etc. Todas estas frases sólo sirven para encubrir otra realidad y las utilizamos como excusas; eso sí, muy convincentemente.

Ahora bien, definamos qué es “haber disfrutado” o “habernos sentido plenos” o como cada uno lo haya vivido. Por supuesto, podemos hablar de un verano entero, un día o un minuto. El caso es haberlo experimentado en algún momento. De no haberlo hecho, la cosa está un poco más cruda, aunque no mucho más.

Esa experiencia de habernos sentido satisfechos, realizados, felices es lo que hay que valorar. Por supuesto, aquí no entra ninguna situación donde pongamos en peligro la integridad de nadie, ni la ilusión de nadie, incluida la nuestra. El hecho de que nos sintamos fenomenal atracando un banco o ganando a la ruleta rusa, no es creíble por mucha adrenalina que liberemos. Siempre que hablamos de “lo bueno”, hablamos de lo sano, de lo puro, de lo auténtico: disfrutar de los amigos, darle un beso al chico o la chica que nos gusta, salvar un animalito, cuidar y proteger a niños que se desarrollan creándoles una oportunidad de felicidad,… Todo esto es fabuloso y nos llena de bienestar, paz y alegría. Y lo que es mejor: implica aventura, algo que nos encanta.

Si es bueno, ¿por qué no ir más allá? ¿Por qué conformarnos? ¿Acaso no somos nosotros quienes gobernamos nuestras vidas? ¿Debemos seguir sometidos a la depresión de un sistema social injusto que bombardea con crisis de todo tipo a cada minuto del día? La crisis, las obligaciones, la injusticia,… son cadenas invisibles que nos atan a una rutina y una vida sórdida y gris.

Entonces, si hay algo que nos hace sentir bien a nosotros y todos los demás, nos ponemos a trabajar para generar más de lo mismo, porque cuantas más veces lo vivamos, mejor y cuanta más duración tenga cada momento, mejor. Así nuestra vida podrá consagrarse a la felicidad, al disfrute, a la creación, a la materialización de todo eso.

Cuando nos dejamos llevar por la inercia de que no es posible lo que queremos, arrastramos a los niños, y aunque les prometamos que van a disfrutar otras muchas veces, pero que por hoy se ha acabado porque hay que ir a dormir, dentro de nosotros sentimos que no va a ser así y les estamos engañando. Estamos seguros de que cuando se hagan mayores tendrán una vida mediocre y deberán sobrevivir de la mejor manera posible, haciendo lo que buenamente puedan, tal y como hemos hecho nosotros. Cambiar el concepto es fundamental y urgente.

Así, hacemos magia potagia, y cuando sentimos que se acaba lo bueno, no se acaba, sino que es el principio de algo más grande, porque eso sólo era una semilla de un futuro árbol, e incluso de un bosque entero. De tal manera que si salvamos a un niño de ahogarse en las profundidades del abandono, podemos entrenarnos en ser socorristas de cientos de niños; si disfrutamos con los amiguitos, podemos crear nuevas situaciones y construir cosas juntos; y si nos ha gustado la aventura, lo suyo es que preparemos una vida llena de ellas y enseñemos a todos a hacer lo mismo.

No estamos condenados a la supervivencia, sino que estamos bendecidos por la Vida y somos libres para construir realidades que estén acordes con nuestra percepción, nuestras emociones, nuestros ideales, con nuestros sueños, con nuestra alma. Y éste es el legado que dejamos a todos los niños, para que cuando se vayan a la cama después de un día maravilloso, podamos decirles, sin ningún género de duda, que van a vivir de verdad, a disfrutar, a ser felices, tanto como en ese momento, porque nosotros sabemos cómo se consigue y les enseñamos. Con eso, podemos ir todos a dormir tranquilos para soñar lo que queremos seguir construyendo.

3 comentarios:

  1. Que bonitas son las vacaciones!Es el momento del año donde esta socialmente permitido el repetir pasarnoslo bien una ,dos tres o cuatro semanas.Como tu Maite propongo que nunca se termine vivir lo bonito de la vida.
    Arturo

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  2. madrid 20 Agosto 2013
    Hola :
    Mola lo de los "mandatos", o mejor dicho ;no molan nada los mandatos retorcidos.Me rebelo totalmente a ellos.Gracias mil.
    Molaria ver una foto tuya....

    Jose salazar

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  3. El pesimismo es un rrollo de lo mas.Cuanto nos reprimen la diversion y el divertimento.Yo voto por las experiencias y aventuras llenas de alegria y ganas de vivir.Fernanchu

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