5 de julio de 2012

Dignidad. Siempre dignidad.

La escena en la que Don Lockwood (Gene Kelly) habla de la dignidad a una periodista sobre la alfombra roja en «Singing in the rain» –maravilloso e imprescindible film, dicho sea de paso- siempre me ha dado qué pensar. No porque sea una escena trascendental, sino por todo lo contrario. El protagonista narra su pasado solemnemente atribuyéndole dignidad mientras en las imágenes se ven a dos personajes –su amigo y él- desde la más tierna infancia haciendo de todo para sobrevivir. Y aunque sea en clave de comedia, eso es dignidad.

Dignificar al ser humano consiste en no venderse y no vender a nadie. Y no resulta tan fácil en los tiempos que corren, donde el miedo nos lo inyectan con el desayuno, la pena nos la ponen en bandeja o delante del espejo al vestirnos de rutina y el odio nos revienta en la cara cada vez que
vemos, leemos o escuchamos una noticia -negativa, se entiende- de este querido mundo que habitamos y nuestros congéneres. No caer en la tentación de dejarse arrastrar por cualquiera de esas emociones no es fácil.

Venderse es una opción horrible porque, aunque parezca que tiene ventajas, cuando pasa el temporal, es muy difícil perdonarse y salir de ahí. Venderse significa sacrificar la conciencia, desconectarla para hacer algo en contra de todos nuestros principios como seres humanos que atentan contra los derechos universales. Venderse es dejar de luchar por la Vida, por la justicia, por el amor. Venderse es renunciar a cambiar el mundo con nuestro propio ejemplo.

Vender a otros es una elección más horrible que la anterior. Porque si en aquélla, destruimos todo lo que podíamos haber construido, vendiendo a alguien destruimos a una tercera persona, sus sueños y sus ilusiones, además de habernos vendido a nosotros mismos previamente.

Después de este repaso de «televenta», volvamos a la dignidad como seres humanos y a nuestro derecho a realizarnos como tales en nuestra totalidad. Si no hemos experimentado alquilar o vender nuestra conciencia, podemos sentirnos muy orgullosos y orgullosas. Es hora de empezar a valorar nuestra posición, porque no es fácil mantenerla en los momentos difíciles. Creemos que cualquiera puede hacerlo y que no tiene ningún mérito. Mentira. Tiene un valor inestimable puesto que, a pesar de la que está cayendo, seguimos buscando el bien, siendo sensibles y no derrotándonos. Descansamos, cogemos más fuerza y seguimos adelante, con nuevos aprendizajes y estrategias.

Pensar que mantener la dignidad es lo habitual y que lo hace cualquiera es pecar de ingenuidad. Ojalá. Pero mientras eso ocurre, es necesario protegerse, saber que estamos en una posición vulnerable y buscar personas que siguen esa misma línea de desarrollo.

La dignidad merece todo el respeto, lo mismo que la persona que la abandera y la defiende. La decisión de no venderse se toma en cualquier momento, pero se demuestra en los momentos críticos. Son oportunidades en forma de prueba, que en el momento que las superamos, somos inquebrantables. Y nadie dijo que fuera fácil. De hecho, la fuerza en esos momentos hay que sacarla de muy adentro y anclarse al alma para no salir de ahí. También es cierto, que la vida no es un videojuego o una película con determinadas dificultades, sino que hay una cantidad indeterminada de ellas. Se acaba una y aparece otra.  O no. El caso es que, si creemos que superar una pantalla nos coloca en el «Game Over» de las pruebas, de las elecciones, nos equivocamos. Nunca se puede bajar la guardia.

Por último, si nunca nos hemos vendido y hemos defendido la dignidad de todos los seres vivos siempre, desconocemos el infierno que vive el que sí lo ha hecho, que tiene que anestesiarse con lo que sea para no escuchar su conciencia.

La dignidad nos mantiene íntegros e íntegras y hace que nos sintamos en paz. Cuando la defendemos, a pesar de las amenazas, nos vamos fortaleciendo cada vez más. ¿Por qué? Porque comprobamos que es posible seguir adelante libres, imparables, indestructibles y porque descubrimos que esas mentiras y las amenazas van de farol. Siempre.

Si tenemos alguna duda, nos agarramos a la máxima: «el bien está por encima del mal» («Mal» como sinónimo de «lo que está fuera del bien»). Y por supuesto, no estamos solos ni solas, la Vida está de nuestro lado si mantenemos la posición.

Como homenaje,


"Dignidad. Siempre dignidad".

1 comentario:

  1. Mi nuevo mantra: "el bien está por encima del mal". Lorena.

    ResponderEliminar