8 de julio de 2012

¡Benditas hormonas!

Irrumpe la adolescencia como una tormenta de verano. Sin previo aviso y, por lo tanto, sin haber tenido en cuenta nuestra desnudez y la falta de un lugar donde resguardarse.

La infancia conecta con la verdad, la adolescencia la defiende. Lo que ocurre además son innumerables cambios a una velocidad pasmosa, difícil de asimilar. Comenzamos a medirnos con nosotros mismos y con los demás. Cuál es nuestro poder, hasta dónde llegamos con nuestra determinación. Y cómo no, todo lo que sentimos de piel para adentro y de piel para fuera; y en la misma piel, donde las hormonas encuentran un límite muy fino y salen al exterior explosionando. Todo es visceral. Comenzamos a ver a través de nuestros propios ojos, y no de los de
nuestros padres o adultos. Hay una nueva conciencia recién estrenada y, cómo no, rebeldía.

Si no nos han talado, cortado las alas o amputado algún miembro invisible, adquirimos una fuerza arrolladora para la vida y para las relaciones, o mejor dicho, para las atracciones.

A esa edad se inicia una novedosa sensación química y física que acompaña a la voluntad de ser uno mismo. La pulsión sexual se presenta en escena y nos maravilla y nos desconcierta por partes iguales. Ese deseo va acompañado de atracción y, si no nos lo negamos –o, mejor dicho, no nos los niegan o amputan-, se guía por el amor y la fascinación hacia el otro sexo, aunque nos cueste aceptarlo en algunas ocasiones.

Ese impulso es muy potente, casi torrencial, y debe estar bien encauzado para no perdernos en todas las nuevas sensaciones y equivocarnos de camino.

La cuestión es así de simple: a esa edad, cuando sentimos atracción hacia una persona lo vivimos intensamente, todas las percepciones se agudizan y se transforma en lo único que existe. Respondemos al impulso natural que sale de nuestro cuerpo y de nuestro corazón porque sabemos que no podemos evitarlo, ni queremos. Porque es lo natural, lo que tiene que ser. Disfrutamos con ello, y nuestra identidad se va fijando, a la vez que ponemos en la palestra nuestros valores y la autoridad para defenderlos e ir a por lo que queremos.

Por supuesto, debe ir orientado por los adultos, encaminado para que el adolescente no se pierda en lo banal y se permita profundizar. Hablamos de “orientado por el adulto” teniendo en cuenta que éste sabe lo que hace, y desde el profundo respeto al ser que es más joven que él, le muestra por dónde ir y por dónde no. Desgraciadamente no suele ser así y los padres, profesores y otros adultos que intervienen en su educación a todos los niveles, no acostumbran a darle la importancia necesaria a este momento vital porque ellos mismos no han resuelto el cambio en la adolescencia, o más bien, no les dejaron. Y una vez más, repetimos historia. Seguir imponiendo su poder, castrar la fuerza del adolescente o no valorar lo que hace ni ayudarle a que descubra un mundo maravilloso, sino uno pesimista y horrible es cargarnos toda su ilusión y su empuje.

Si nos han destrozado la confianza en nosotros y/o en los demás, el arrojo a conseguirlo todo y el concepto del amor y de la pasión, se supone que, además de habernos destrozado, nos han dejado con un poder sobre los adolescentes pero con muy poca responsabilidad y capacidad de estar a su servicio ayudando y protegiendo. Y con respecto a nosotros, nos hemos quedado añorando algo que, después de haberlo sabido lo hemos rechazado: la clave de la felicidad, que consiste en una relación de amor y pasión con la persona por la que nos sentimos atraídos.

En la edad adulta, habitualmente, nos arrancamos una de las dos cosas: o el amor o la pasión, y ambas son dolorosas de perder o de olvidar.

Decidir vivir con nuestros estrógenos, testosterona y otros sanamente, siendo conscientes de que es lo único que nos salva la vida de la aberración, la represión, la depresión, la compulsión y otras muchas palabras que acaban en “ión” es vivir conectados a nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestras relaciones de pareja en el caso de que la tengamos; en caso contrario, al impulso de ir a por ello.

Aunque parezca, a causa del agotamiento, que hemos salido de cuarenta guerras seguidas desde que entramos en la nueva franja de juventud, eso no nos da derecho a derrotarnos y a renunciar a volver a sentir mariposas en el estómago, pulsión sexual y plenitud en todo nuestro ser. Esto ya lo sabíamos hace muchos años, sólo tenemos que eliminar prejuicios y daños adquiridos para volver a conectarlo en la edad que tengamos. Nuestras hormonas nos necesitan y nosotros a ellas: hagamos de nuevo simbiosis para sumergirnos en el inquietante y maravilloso mundo del enamoramiento. Tal vez pensemos que tuvimos suerte de salir vivos la primera vez, pero eso sólo nos ha permitido sobrevivir. La oportunidad de vivir es la que se presenta ahora.

1 comentario:

  1. El amor que entregamos es nuestro. Si lo rechazan o no lo quieren, se retira de quien no lo sabe/quiere valorar, se cuida, se sana y se vuelve a buscar el amor... siempre protegido, eso sí!! A quien lo trato mal no se le deja nada de ese amor porque no le ha pertenecido.
    Renunciar nunca porque el amor es lo mejor y por un@ que no lo quiera otr@s habrá que sí lo quieran y eso yo no me lo pienso perder!! ;) Lorena

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