3 de julio de 2012

Sueños y espejismos

En general, la creatividad, la imaginación suele ser la hermana pobre del poderoso hemisferio izquierdo del cerebro más analítico y funcional. Eso de jugar, dibujar, disfrazarse y creer que somos piratas en una isla llena de delfines voladores, donde las plantas contienen secretos que nos llevarán a una cueva mágica está muy bien, es muy divertido un rato, pero en la educación que hemos recibido, sirve francamente de muy poco. O eso nos han hecho creer.

Hacer volar nuestra imaginación según pasan los años cuesta cada vez más y nos anquilosamos en una realidad gris con escasa proyección a un futuro diferente a este presente que vivimos.

Una cosa está clara: si no imaginamos el futuro que queremos, la vida que anhelamos, nunca vamos a llegar a ellos. Decir “quiero otra cosa que no sea ésta” tal vez ayude en un restaurante eligiendo plato a la carta. Y aún así, cuando el listado que nos enumera el camarero se acaba y no nos ha gustado ninguna de sus propuestas, se hace un silencio largo, una especie de tartamudeo hasta que articulamos unas palabras quedándonos con la mejor opción de las comidas ofertadas, dentro de que no nos entusiasma ninguna.

¿Nos imaginamos la vida que queremos? ¿El mundo que queremos? ¿Cómo queremos vivir? ¿Nos lo imaginamos de verdad o tenemos que elegir por descarte como en el restaurante? Si conseguimos verlo, podemos darnos la enhorabuena, porque de momento nuestra imaginación sigue viva.

Después de la breve celebración por habernos sentido creativos, constructivos, visionarios, viene la siguiente parte. ¿Creemos que es posible llegar a lo que visualizamos? Creer no es teorizar. No es sacar unos cálculos matemáticos y ver las probabilidades. Es sentir que no sólo es posible sino que es lo que tiene que ser.

En general, nos han robado muchos valores, infinitas oportunidades de realización, respeto, valoración, amor, etc. A todos nosotros sin excepción. Porque es una práctica habitual que pasa de generación en generación. No es que nosotros seamos los más pobrecitos. Lo que sí está claro es que va aumentando de manera gradual el expolio transgeneracional, de tal manera que cada vez nos encontramos con menos de todo. Es una cuenta de cajón: si nuestros tatarabuelos tuvieron poco, porque se lo quitaron, y no cambiaron esa dinámica, sus hijos tuvieron menos, ya que no si no se resuelve se pasa de víctima a verdugo. Es decir, que si les robaron, luego fueron ellos los ladrones y así sucesivamente. Esta aclaración sirva para entender que con pocos recursos para alcanzar lo que soñamos, y que es nuestro por derecho, será difícil materializarlo y por tanto, creer en ello de verdad.

Hagamos un experimento. ¿Cuál es nuestra ilusión para el futuro? ¿Dónde la proyectamos? Por supuesto que hay muchas, pero elegimos una como representativa, porque nos pone más contentos, porque nos hace felices, por lo que sea. ¿Cómo nos sentimos cuando la conectamos? ¿Nos pone fuertes y decididos o nos deja pasivos y con cierto aire de tristeza o falta de poder? Según sea la respuesta, así estamos respecto a ese sueño. Y otra pregunta más, ¿estamos caminando hacia esa dirección y construyendo poco a poco en la realidad o somos Antoñita la Fantástica? Si no construimos y nos acercamos poco a poco a lo que queremos, a nuestra ilusiones, abriremos los ojos el día menos pensado y nos daremos de bruces con una realidad bastante fea. Hacer castillos en el aire desarrolla la imaginación, pero sólo hasta que nos damos cuenta de que estamos eludiendo otros problemas. ¿Qué hacer entonces? Recuperar todos esos valores robados, conectar nuestra esencia, nuestra identidad y nuestra capacidad de consecución.

Se puede resumir en tres conceptos con el siguiente orden: soñar, sentirnos capaces de alcanzar ese sueño y luchar por él.

Habitualmente los sueños que tenemos giran en torno a la realización, la felicidad, la tranquilidad, la justicia, la igualdad,… Todos ellos no sólo son posibles sino necesarios para todos y así poder servir de ejemplo y ayuda para que otras personas sigan ese mismo camino.

1 comentario:

  1. El que deja de soñar está muerto. Una vez leí algo así. Lorena.

    ResponderEliminar