1 de julio de 2012

De las necesidades a los sueños

Pasar de buscar realizar los sueños a simplemente luchar por cubrir necesidades básicas es un salto demasiado grande para asumirlo con tranquilidad.

En nuestro extenso vocabulario podemos hacer una escala gradual entre ambos conceptos.  Partiendo de necesidad, pasamos a deseo, después a ilusión y por último a sueño. Probablemente quepan otras palabras intercaladas que vayan en esa línea, pero de momento, lo dejamos así. Van desde la parte física hasta la conciencia espiritual, pasando por emociones e ideales.

Lo que tienen en común todas ellas es que forman parte de algo mucho más grande que es el derecho universal de todo ser humano. Es decir, que todos tenemos derecho a cubrir necesidades, cumplir deseos, realizar ilusiones y materializar sueños. Todas son importantes y cada una de ellas nos hace desarrollar una parte de nosotros. Descubrimos y aprendemos, nos sentimos capaces y enseñamos a otros. Para ello previamente nos han tenido que enseñar a nosotros, claro está.

Hoy en día lo que ocurre es que no pasamos de la parte de “cubrir necesidades” y como mucho, algún que otro deseo de forma accidental, así que nos sentimos expoliados de nuestros derechos a realizar ilusiones y materializar sueños.

Pongamos un ejemplo. Queremos cumplir la ilusión de alguien a quien queremos el día de su cumpleaños y decidimos comprarle una tarta. Sin embargo, al ver los precios en la pastelería además de apreciar la utilización de productos transgénicos, cambiamos de idea y se la hacemos nosotros mismos. Para ello vamos a la tienda a comprar huevos, azúcar, yogur, mantequilla, harina y como le gusta de chocolate con fresas, pues chocolate y fresas. Además unas velas para que pueda soplar y pida un deseo, o tal vez, un sueño. Cuando llegamos a la caja, nos damos cuenta de que no nos alcanza el dinero, y tenemos que dejarlo todo. Todo, menos los huevos, que nos los llevamos (puestos).

Tal vez suene a primaria, y es que es así de simple: que nos roben los derechos como seres humanos es una injusticia, y como tal lo que procede es rebelarse. Cabrearse no sirve de nada más que para dar poder a los abusadores, a los malvados. Nos descolocamos con esa actitud y perdemos la fuerza. No consiste en luchar por tener la razón sino por vivir, por recuperar nuestra autoridad y no permitir la desigualdad, la jerarquía, el abuso, la impunidad.

Cada vez nos aprietan más y hay que aguantar. Esta situación pasará. Como dijo A. Lincoln, “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Sustituyamos el verbo “engañar” por “abusar”, “robar”, “oprimir”, etc. El resultado es el mismo.

No aceptar, no rendirse, no someterse. Indignarse profundamente.

No resignarse ante nada. Si quiero hacer feliz a alguien, sea otra persona o yo mismo, no abandono, no tiro la toalla. Quizá no pueda hacer una tarta de chocolate y fresas con velas, pero voy hasta el final. A lo mejor acabo haciéndole un dibujo a la persona en forma de tarta, y para sustituir las velas le regalo todas las estrellas fugaces de la noche para que pida deseos hasta el infinito. O tal vez si consiga hacerla gracias a otras personas que colaboran por el bien común, por cambiar el mundo y cada uno aporta un ingrediente. Lo fundamental con este ejemplo básico es que no nos rendimos, no nos deprimimos y no damos poder a una crisis de valores que tratan de imponernos. Que la dignidad del ser humano y el amor por la vida no se prostituyan es la responsabilidad de todos los idealistas que no se venden, que no se derrotan.

Si ahora toca cubrir necesidades, luchamos por ello. Eso sí, sin desconectar nuestro sueño de cambiar el mundo. No pueden con nosotros porque no pueden con la verdad.

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