29 de abril de 2012

Carreras, metas y otras pamplinas

“La vida es una carrera de fondo. Lo importante es llegar”.

¿Cómo que la vida es una carrera? Si es una carrera es que compites con alguien. Si no compites con nadie, no tiene sentido correr, sobre todo porque no hay un sitio donde llegar, no hay una meta, a no ser que sea un ataúd. Y, como en cualquier caso, la “meta” va a estar ahí vayas rápido o lento, ¿para qué dejarse la lengua por el camino?

Si a lo que se refiere esa frase es a conseguir objetivos en la vida, es importante saber que no por correr se van a conseguir tales objetivos, puesto que no dependen exclusivamente de uno mismo, y es por eso que somos seres sociales.

Eso sí, lo de “lo importante es llegar” trata de suavizar la anterior. Vamos, que te quiere decir: “Vamos perdiendo 10 a 0, estás desmoralizado y abatido, pero tú descansa lo que necesites, que todavía nos faltan cinco
minutos para terminar”.

Es como salir un domingo por la mañana a pasear y disfrutar del sol, de la tranquilidad y ves que el semáforo, verde para los peatones, empieza a parpadear y aunque estás a ciento cincuenta metros te pones a correr para llegar y cruzar por no tener que esperar a que se ponga en verde otra vez. ¿Había alguna necesidad de hacerlo? ¿Tan importante es llegar al otro lado un minuto antes con el hígado en la garganta? Esto responde a nuestro adn, que tiene la información de “hay que llegar a algún sitio, no sabemos a dónde, pero no importa”.

En cualquier caso es una frase que cala tan hondo que queda grabada en el código genético para dejarla de herencia a futuras generaciones que se van a dedicar a correr sin saber ni a dónde van.

Mucho peor es creer que tienes que competir con los demás para ser uno de los mejores, y si es posible, el mejor. Vaya tela y vaya estrés.

Puedes invertir tu vida en ser el mejor jugador de canicas. Sin embargo, un día se presenta uno que es mejor, o que tiene otro estilo que gusta más que el tuyo y te hunde la autoestima por completo. Todos tus esfuerzos, tus sacrificios para nada, si lo que buscabas era ser el mejor jugador de canicas del universo. De repente la vida ya no tiene sentido. Ahora bien, hay otra opción mucho mejor que ésa. Te encantan las canicas y disfrutas jugando con ellas, tanto que cada vez eres mejor. Y creas tu estilo de tirar con la zurda, pasarlo debajo del brazo, hacer puentes,… Y un día llega alguien, de otro barrio que juega fenomenal y tiene una forma de tirar que no habías visto nunca, y aprendes de él, y él de ti. Y mejora tu técnica y la suya.

La elección entre colaboración y competición es clara para cualquier mente sana. Los o las que elijan la segunda tendrían que hacerse una revisión médica urgente. Y, desgraciadamente, hay bastantes.

Cuando eliges hacer algo porque lo disfrutas, no por ser el mejor, esa motivación  te lleva automáticamente a otro lugar donde acabas haciendo algo especial de verdad, de verdad. Algo que has creado por ti mismo.

Así que lo de las carreras está muy bien si es de sacos, o para jugar al pañuelo, pero en la vida no tiene mucho sentido si uno lo que realmente busca es ser feliz.

Entonces, ¿por qué competimos? Porque nos han hecho una lobotomía y creemos que sólo hay sitio para unos. Vamos, que la Vida es una inútil que no sabe echar cuentas: sólo hay sitio para lo mejores y pone sobre la faz de la tierra a millones de seres vivos. ¡Habrá que despedirla como directora de Recursos Humanos! ¿Cómo es posible entonces? Recuperemos nuestras facultades mentales y espirituales, y pongámonos los huevos/ovarios en su sitio para asumir que hay sitio para todos y luchar para que así sea. Porque nuestra conciencia, si estamos entre los “elegidos” o entre “la masa crítica” no nos va a dejar estar en paz. Esa conciencia existe aunque nos la hayamos arrancado de cuajo. Y sobre todo porque actuamos bajo la estupidez cuando creamos jerarquías y creemos que podemos “salvarnos” a costa de otros, o aceptamos que haya personas que abusan de sus semejantes o de otros seres vivos o de los recursos del planeta.

En el fondo, esa competición, esa necesidad de ser mejor es por falta de poder y por creerse poco hombres o poco mujeres, de tal manera que estas personas sustituyen su grandeza por ruindad humana. Como víctimas o como abusadores.

Vale, de acuerdo: no competimos y colaboramos. Pero ¿la parte contratante de la segunda parte? Es decir, lo de que “lo importante es llegar”, ¿qué pasa con eso? El siguiente problema con el que nos encontramos es que no sabemos cuál es nuestra misión en la vida, nuestra misión existencial. Nos hemos dejado engullir por una sociedad competitiva, donde se premia al máximo escalador y se castiga con el desprecio o la indiferencia al “bulto sospechoso” que forman todos los demás. Lo importante no es llegar, lo importante es saber para qué estamos en este mundo, qué hemos venido a hacer aquí y qué necesitamos desarrollar y hacerlo. Y cada uno tiene que encontrarlo antes de que esto sea el “Cuento de Navidad” con los espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras.

Liberémonos de ser borregos triunfadores o perdedores, pero al fin y al cabo, borregos.

Así podemos cambiar “carrera de fondo” por “camino de aprendizaje, disfrute, colaboración y realización”.

Y transformamos el hecho de que “lo importante es llegar” por “lo importante es vivir”.

Por supuesto, en ello va implícito el amor, las relaciones de amor del que mola, del de verdad, del que lo puede todo, lo cura todo, lo salva todo, lo resuelve todo. 

1 comentario:

  1. En el metro de Madrid siempre se ve gente corriendo cuando pasan cada 3-5 minutos. Además con efecto contagio, "pues si los demás corren yo también, aunque no tenga prisa!". A disfrutar del viaje. LAM.

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