14 de abril de 2012

Tengo un trozo de angustia pegado en el estómago...

La angustia es un estancamiento del miedo. Es una hiperreacción ante algo que aún no ha ocurrido y que tal vez nunca ocurra. Es una emoción que nos paraliza completamente y se suele complementar con la neurosis, es decir, con creer realidades que no son verdad.

Es normal, e incluso necesario tener una reacción defensiva ante una amenaza. El problema es cuando esa amenaza no es real o cuando anticipamos su existencia. Cuando no es real podemos acabar creándonos una armadura que nos aleja cada vez más teniendo la justificación para ello, y cuando anticipamos su existencia, de alguna manera, con esa proyección terminamos por atraer hacia nosotros el objeto o la situación temida.

La angustia termina por destruir todo el sistema nervioso del ser humano y le aleja por completo de su sueño de realización. Existe un miedo
irracional o una culpa que nos condena. El miedo tiene que ver con un instinto de supervivencia. Sin embargo, la angustia aparece después de un tiempo tras haber sufrido una situación de peligro que no hemos sabido resolver por falta de reacción, medios o previsión y hemos salido dañados. Tal vez esa experiencia fue a los seis años, pero parece tan presente, que la emoción vuelve a activarse. Después de un tiempo, si no hemos superado las dificultades de aquel momento, desarrollando valores, estrategias, conciencia que nos ayuden a ello, repetimos historia. Nos bloqueamos en un momento de nuestra vida con una edad de madurez infantil ante determinadas circunstancias. Podemos tener treinta, cincuenta o setenta años, pero si, por ejemplo, nos aterroriza, nos angustia estar solos, vamos a buscar no sentirnos así, y lo haremos por todos los medios posibles manteniendo relaciones de dependencia con cosas o personas sacándonos de nuestro poder personal, aunque, eso sí, aparentando independencia, madurez y autosuficiencia.

Es un drama humano que se repite generación tras generación pero que no se comparte, no se transmite por salvaguardar la imagen, y porque cuando no lo hemos resuelto, creemos que no tiene arreglo.

Pasan los años y podemos disponer de más recursos, y si no, podemos buscarlos. En eso consiste la vida, en evolucionar, aprender y enseñar, recibir y dar, completarse y completar. No es necesario arrastrar el miedo repetido y agravado a una situación. Es nocivo, contraproducente y se aleja por completo de los parámetros de la vida.

Podemos plantarnos y decir “se acabó, soy yo quien dirige mi vida, no la angustia. Así que a superarla”. De lo contrario, nos exponemos a ser pequeños seres asustadizos, llenos de miedo y desconfianza que no creen en nada ni en nadie, y mucho menos en sí mismos. Y ésta es la herencia que vamos a dejar a las futuras generaciones, que van a tener que resolver lo suyo y lo nuestro puesto que las situaciones de peligro se agravan con el paso de los años. Dejarles esa condena es un acto de egoísmo, inmadurez e irresponsabilidad. En muchos casos también aparece un gran resentimiento: “Si yo he tenido una vida así de mediocre, de dura y tan llena de sufrimiento, que los demás también la tengan”.

Es innecesario por completo estar sometidos a esta realidad adquirida y/o creada. La vida nos da todo el tiempo que necesitamos para nuestra realización y para colaborar con la realización de los demás, para resolver las dificultades y disfrutar plenamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario