21 de abril de 2012

El minuto de gloria

Si tuviera un minuto, bueno, en realidad, por lo menos cinco, de gloria, de que el planeta entero me escuchara, tendría que pensar qué decir. Es como las últimas palabras antes de morir. Son muy importantes para cualquiera que escuche porque, en principio, conectas con toda la lucidez para transmitir algo realmente importante, donde uno mismo no importa, o no es lo importante; lo importante es el mensaje en sí que sea bueno para quien lo recibe.

Si tuviera ahora una grabadora que se emitiera en altavoces gigantes en el mundo entero, a pesar de cómo está el patio, a pesar de la sociedad tan absurda, injusta y falsa que hemos construido, no invertiría ese tiempo en
denunciar una situación así, sino en crear un paraíso, o por lo menos la conciencia de que es posible crearlo y que además es nuestra responsabilidad en el planeta.

Es efímera la vida, nuestro paso por este cuerpo es breve, y no nos damos cuenta de ello hasta que no estamos en un momento límite.

Aún recuerdo una cita que copié en el clasificador –antes, los clasificadores se llenaban de citas, dibujos, etc. como la versión antigua de los actuales tatuajes corporales que nos servían para sentirnos diferentes de los demás y comunicar quiénes éramos- decía así: “No sabemos qué hacer con esta vida, y aun así suspiramos por otras que sean eternas” de Anatole France, y a pesar de que me parece que fue hace un siglo de aquello, la cita sigue resonando en mí. Es verdad que sí sé qué hacer en esta vida, o qué me gustaría hacer, y también conozco la eternidad del alma. Hay cosas que han cambiado, gracias a dios, desde los tiempos del instituto. Sin embargo, lo esencial que es ir a por lo que realmente queremos, sin rodeos, sin creer que eso está negado para nosotros, sin renunciar o cambiarlo por otra cosa, seguimos sin hacerlo muchos años después.

Somos más maduros, tenemos más experiencias, más conocimiento, aunque eso sirve de bien poco en la vida. Y digo “vida” refiriéndome a eso que está por encima de nosotros y que es un misterio y que perdura. No me refiero a ella en un tono de “así es la vida, qué le vamos a hacer”, resignándonos al fracaso, a la impotencia.

Si tuvieras cinco minutos para comunicarte con el mundo, donde todas las orejas están abiertas hacia ti, donde todos los ojos están expectantes, ¿qué dirías? Sólo cinco minutos, después callarías para siempre y no sabes la dimensión que pueden tener tus palabras. Pueden tener la dimensión que tiene tu alma: infinita, incalculable.

Si te conectas con ese momento, lo más probable es que todo lo demás carezca de importancia, los problemas circunstanciales que nos llenan el cerebro de ruido, las emociones negativas que nos hacen verlo todo más negro de lo que es. Si sientes que tu vida tiene sentido cuando desde ahí comunicas al mundo lo maravilloso que es vivir, estarás en otro sitio, y calará profundo en aquellos que están esperando un soplo de aliento, una verdad desde el corazón.

Yo, si tuviera esos cinco minutos, y ahora los tengo, diría lo siguiente:

“Amad todo lo que podáis. Vivid todo lo que podáis. Disfrutad todo lo que podáis”. Y me sobran cuatro minutos y cuarenta y siete segundos. Esos cuatro minutos y cuarenta y siete segundos serían para seguir transmitiendo la misma idea, con diferentes herramientas, recursos para que llegue a aquellos que necesitan escucharlo y aún están lejos de sentirlo, de creerlo, pero se enciende en ellos una chispa, que es el comienzo de un sueño para hacerlo realidad: el sueño de la vida.

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