5 de mayo de 2012

¡A Dios pongo por testigo...!

Adicciones hay muchas. Todas para lo mismo: tapar un agujero del tipo que sea, ocultar una carencia de la que no asumo su existencia y no me hago responsable de sus causas ni sus consecuencias, consciente o inconscientemente.

No puede decirse que haya unas mejores que otras, que tengan mayor o menor grado de dificultad para deshacerse de ellas o sean más o menos destructivas. Todas son malas, son “fáciles” de abandonar y totalmente destructivas, independientemente del plazo en el que lo hagan.

Sin embargo, una adicción de la que no tenemos conciencia de que así sea es el sufrimiento. El sufrimiento destruye a saco y deja víctimas por todas partes. Cada uno, gestiona su sufrimiento como puede –o quiere- pero lo de resolverlo, curarlo, transformarlo no suele estar dentro de las opciones
elegidas. Eso sí, lo desahoga, destruyendo a otros, o se lo traga, destruyéndose a sí misma.

No se suele reconocer el sufrimiento como adicción porque todo el mundo lo manifiesta y comienza a formar parte de su rutina.

Cuando por fin tomas conciencia de que una vida así, sufriendo, no es vida, y que además no es necesario, porque lo importante es vivir, llega el momento crucial. Dejar tanto ese enganche como todos los demás requiere determinación. Está tan pegado a nuestros huesos que, como un parásito, no deja espacio para el buen rollo, el optimismo, la alegría, el amor, etc.

Ahí entra en juego la siguiente frase: “Jurarse a uno mismo”.

La expresión “me juro a mí mismo” tiene fuerza, determinación, claridad. Sin embargo, puede estar sustentada en el odio o en el amor, porque son dos fuerzas muy potentes. Pero no nos engañemos, la del odio es una fuerza limitada y que desgasta poco a poco, porque no es ésa nuestra naturaleza. Dicha desde el amor, desde el amor a uno mismo, a la vida, a otro ser humano emana poder. Y es lo que en los momentos de duda nos puede sacar del peligro. No renunciar a las ilusiones, a los sueños de felicidad nunca.

Decidir vivir, no aceptar ningún bloqueo ni mentira ni amenaza es el juramento que tenemos que hacernos para contribuir a cambiar el mundo, a construir uno mejor, a transformarlo. Nadie lo puede impedir porque la inteligencia del mal sólo sabe del mal, no del bien.

Para poder hacerlo tenemos que saber que existe la oportunidad de conseguirlo. Si permitimos que nos la roben estamos perdidos porque vamos a dejar de luchar y darlo por imposible. Y no pueden robárnosla si no lo permitimos. Es necesario librarse del fatalismo. Tenemos la fuerza y los valores para conseguirlo.

Si la oportunidad está ahí para todos y juramos luchar hasta la muerte, nada va a poder con nosotros. En última instancia, lo que importa es mi voluntad.

Si yo decido no sufrir más, dejo de hacerlo. Como todas las adicciones, siempre queremos dejar esa decisión para mañana, porque hoy no es un buen momento, y seguimos aplazándolo indefinidamente. Por eso, dejo de sufrir ahora mismo. ¡Ya! Puedo hacerlo y además, este es el mejor momento para hacerlo. Y defiendo mi posición por encima de todo. Esta posición manifiesta que puedo, quiero y necesito dejar de sufrir, defendiéndola con toda la conciencia desarrollada para el bien de todos, incluido/a yo.

“Me juro a mí mismo/a no sufrir más y nunca traicionar esta decisión”.

1 comentario:

  1. Lo juro! Gracias por ese juramento tuyo que de hace del mundo un lugar mejor. Ole tú!! Lorena.

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