Existe un término para definir
“odio al ser humano” y es misantropía. Somos el único ser vivo que se odia a sí mismo, es decir, que siente animadversión hacia su propia especie.
Sin llegar a ese extremo, a
menudo escuchamos conversaciones en las que tachan de egoístas, mezquinos,
estúpidos, etc. a otros congéneres que no están presentes. No se suele hablar
del comportamiento de esas personas sino de su personalidad, y es un error. Es
decir, podemos sustituir “Fulanito es malo” por “Fulanito tiene comportamientos
erróneos”. Es verdad que nadie habla así por la calle porque pareceríamos
Pitagorín, pero si no estamos cogiendo “la parte por el todo”, y eso en
términos humanos está mal. Manejarnos así por la vida condenando a las
personas nos aleja del ser humano y de nuestra función social, aislándonos como
reacción a la falta de confianza y sentimientos negativos.
Es necesario reconciliarse con el
ser humano. Frecuentemente lo identificamos con su parte enferma, con su mal
rollo. ¿Por qué no nos paramos a verlo de verdad, a observarlo y empatizar con
él? Cuando lo hacemos, cuando miramos detenidamente al otro que no soy yo, y
saltamos por encima de los primeros muros que todos nos
ponemos como defensa, de repente sentimos que hay cercanía, que la distancia es más corta, que podemos relacionarnos de manera más natural. Para ello, sin embargo aún nos falta práctica. Ha pasado mucho tiempo desde que ibas a un parque y al cabo de dos minutos tenías siete amigos y un balón con el que jugar, o una cuerda con la que saltar y una fila de niñas cantando y tú con ellas y ellas contigo. Ahora, ya puedes llevar un móvil de última generación pero la gente no se acerca a ti con la alegría e ingenuidad de la infancia. Lo más probable es que te miren y vayan a lo suyo. Sin embargo, dejar pasar relaciones que pueden construir algo grande no tiene ningún sentido.
ponemos como defensa, de repente sentimos que hay cercanía, que la distancia es más corta, que podemos relacionarnos de manera más natural. Para ello, sin embargo aún nos falta práctica. Ha pasado mucho tiempo desde que ibas a un parque y al cabo de dos minutos tenías siete amigos y un balón con el que jugar, o una cuerda con la que saltar y una fila de niñas cantando y tú con ellas y ellas contigo. Ahora, ya puedes llevar un móvil de última generación pero la gente no se acerca a ti con la alegría e ingenuidad de la infancia. Lo más probable es que te miren y vayan a lo suyo. Sin embargo, dejar pasar relaciones que pueden construir algo grande no tiene ningún sentido.
¿Por qué debemos reconciliarnos
con el ser humano siendo rebeldes con causa? Por la conciencia revolucionaria.
La rebeldía es absolutamente necesaria para hacer uso de ella contra el
pesimismo, la derrota, el fracaso, la condena, el mal. Pero rebelarse por
sistema es inmaduro e infantil, y acabas siendo una adolescente de catorce años
en un cuerpo de treinta y tantos, o más. Patético, vaya.
Ser rebelde no significa rechazar
toda autoridad por sistema. Somos rebeldes por naturaleza y ahora disponemos de
la madurez para reconocer una autoridad por encima de la nuestra en lugar de
estar pegándonos con los abusadores, con los prepotentes, con los injustos. Esa
pelea nos sigue colocando en víctima, en débil. No reconocer ninguna autoridad
por encima de uno mismo se llama soberbia. Porque hay una: la Vida, el Bien.
Las células de un o una rebelde
suelen revolverse sobre ellas mismas cada vez que escuchan las palabras
“someterse”, “obedecer”. Es algo que produce urticaria en el estómago y hasta
en el corazón.
¿Por qué entonces decidir
someternos al bien, a la Vida, al amor? Por lógica existencial. No somos el
ombligo del mundo. La vida estaba antes de que nosotros viniéramos al mundo y
continuará cuando nos vayamos. Formamos parte de la vida. Hay esencia de vida
dentro de nosotros. Y la vida es bondad. Y la vida es amor. La búsqueda del ser
humano es la armonía con el todo como parte del mismo, sabiéndose especial,
grande, poderoso y lleno de amor. Ese es el regalo que nos ha dado la Vida.
Darle la espalda supone vivir alejado de la felicidad, en contra de uno mismo.
Nos cuesta pensar en la palabra someterse, sin embargo no hay otra
manera para construir, para desarrollar poder, para crear felicidad para todos.
Y lo que hace grande a un ser humano es no tener otro jefe que el amor, sólo obedeciendo al bien.
Cuando tienes poder por robárselo
a otros no tienes todo el poder. El máximo poder lo da la Vida. Lo que ocurre
es que no está muy de moda.
Parece que hay que ser malo. Se
ha instaurado una moda donde el bien parece de débiles, de flojos, de
mojigatos. Y es todo lo contrario. Esa imagen es falsa. Admiramos a los buenos
de la peli, como protagonistas de una historia de ficción, pero cuando son
hombres y mujeres de a pie, nos decantamos por los canallas y las femme fatale.
Error: la hombría y la sexualidad forma parte del ser, lo otro son caricaturas
o mujeres y hombres que hacen un personaje que de fondo está solo, deprimido o
iracundo.
Sabiendo que todos venimos de los
mismo, que compartimos esencia y que nos definimos como seres humanos –hombre o
mujer- maravillosos con problemas que resolver, nos reconciliamos con la Vida y
con nuestros semejantes. Nos deshacemos de la bandera de la misantropía y decidimos
luchar por vivir y por ayudar a otros/as que siguenn nuestro ejemplo.
El amor no es cursi. El amor es
poderoso. El amor mueve montañas, corazones, océanos y planetas.
Great article!!! Lorraine
ResponderEliminar