1 de mayo de 2012

Re-aprender a los treinta (o a los cuarenta, o a los cincuenta,...)

Hay determinada información que a partir de los tres, siete o incluso doce años, nos resulta francamente difícil asimilar. En realidad casi todo lo que aprendemos es hasta esa edad y desde ese momento convivimos con esas pautas, esas directrices y lo único que nos queda es tomar conciencia de lo que nos han colado en ese periodo de tiempo en el que éramos absolutamente vulnerables, y buscar desaprender todo lo asimilado y que está equivocado respecto al discurso que tiene la vida en sí misma.

Y es realmente difícil –y a la vez muy fácil- desaprender y activar nuevos motores que respondan a la autenticidad y no a una creación artificial
basada en los daños de generaciones y generaciones hasta llegar a nosotros, de tal manera que rompamos esa cadena y dejar de infectar a nuestros hijos, nietos y a todos los seres humanos que nos rodean.

Apenas somos conscientes de lo que se nos queda grabado a fuego.
Pongamos un ejemplo. “Como sigas haciendo muecas y venga una corriente de aire te vas a quedar así”. Una madre o un padre transmitiéndole este mensaje al niño o la niña, tiene la victoria asegurada porque la tendencia en la infancia es de creerse todo, lo bueno y lo malo, y dependiendo de quién se lo diga le afectará más o menos, pero se quedará impregnado/a seguro. Así que, aunque el niño/a lo siguiera haciendo, primero comprobaría que todas las ventanas y puertas estuvieran cerradas antes de continuar investigando en las posibilidades musculares de su cara, o por lo menos ya tendría la mosca detrás de la oreja. Cambiar esa creencia en la edad adulta no es tan difícil porque descubres que esos mandatos no se regían según las teorías de la física sino del criterio de unos padres de que su hijo/a se pone feo/a al gesticular. Ahora bien, con cinco o siete años, son métodos infalibles. Sin embargo hay comportamientos mucho más profundos y difíciles de descubrir que se instalaron en el cerebro, casi en el hipotálamo y los hacemos nuestros, innatos y no aprendidos. Ni siquiera dudamos de ellos y no nos planteamos ni remotamente un cambio de dirección.

Con esos comportamientos, con esas ideas, emociones negativas, pulsiones convivimos a diario y las sufrimos.

¿Qué podemos hacer ahora para reconocer ese aprendizaje y cambiarlo? Pues eso mismo: reconocerlo y cambiarlo. O mejor dicho, para que no parezca una paradoja, hacer un test de cómo está nuestra vida, cuánto disfrutamos y cuánto sufrimos (o estamos metidos continuamente en problemas que nos absorben la energía). Si la balanza se inclina hacia el sufrimiento es el momento de ponerse manos a la obra y rectificar.


CREENCIAS ERRÓNEAS PARA EL RE-APRENDIZAJE.

    "ES MUY DIFÍCIL". Vale, no es fácil. Podemos “consumir” libros de autoayuda, terapias, grupos de desarrollo personal, talleres de todo tipo, ponernos grabaciones por la noche con mantras de refuerzo, realizar afirmaciones positivas, etc. Al final lo que importa es cuánto nos creemos de todo eso. Y éste es el primer paso. Decir que algo es muy difícil es bloquear la posibilidad de hacer algo al respecto. Puede que sea difícil, pero también es verdad que tenemos los recursos necesarios para superar las dificultades. Y si no lo hacemos es porque no nos da la gana, que nos quede claro.

    "¿Y SI ME EQUIVOCO?" Cuando estamos metidos en faena –o incluso antes de empezar-, hay una expresión muy necesaria para aplicar en el re-aprendizaje: “Los errores son para aprender, no para castigarse”. Está fenomenal no cagarla, pero si ocurre, no vamos a tirarnos por el barranco, ni a flagelarnos por haber hecho el capullo; lo que hacemos es rectificar.
Nadie gana nada si nos culpamos por lo mal que lo hemos hecho y tampoco por escaquearnos de nuestra responsabilidad. Cualquiera de las dos opciones es un error. Cuesta rectificar porque nos han enseñado que hay que hacerlo perfecto y que no te mereces otra oportunidad si lo haces mal. Ahí hay poco o ningún margen para el re-aprendizaje. Al final lo que termina por ocurrir es que no te atreves a hacer nada para no equivocarte.
En los casos en que la persona no se responsabiliza cuando lo hace mal se condena a la inmadurez, a la soledad emocional y a la desconexión personal, social y con la vida. Otro error, vaya.

    "YA ES MUY TARDE". Apelando al refranero, tenemos aquello de “nunca es tarde si la dicha es buena” o “más vale tarde que nunca”. Y sin apelar a él, pero sí al sentido común, lo de resignarse a una situación horrible no es lo más inteligente que podemos hacer. Nos merecemos ser felices y los demás se merecen que lo seamos, es decir, que demos un buen ejemplo. En caso contrario, estaremos contribuyendo al mal rollo y el fracaso de todos.
Siempre hay tiempo, no importa cuánto. Lo que importa es lo que hacemos ahora mismo, lo que decidimos en este momento y en cada momento porque no sabemos a dónde nos va a llevar el re-aprendizaje, pero seguro que a un sitio mucho mejor, aunque nos cueste movernos del sillón de la resignación, la apatía y la falta de poder.


ENTONCES, ¿QUÉ HAGO?

He sufrido. Pues rectifico y dejo de hacerlo porque eso desgasta.
Me he enfadado. Lo mismo, porque después me siento culpable -y hago daño-.
Me he deprimido. Cambio la actitud porque estoy desprotegiendo la vida.

Y así con cualquier emoción, actitud, comportamiento. Aferrarse al “yo soy así” o “la culpa es de los demás”, etc. es mantenerse a un nivel humano del paleolítico. Sobre todo porque podemos hacerlo mejor, siempre mejor para todos.

Así que la frase “rectificar es de sabios” no es una frase utilizable para cuando yo he hecho daño voluntariamente a alguien o algo. Es una frase que permite aprender a esta edad -sea la que sea- cuando ya dábamos por hecho que íbamos a tener que conformarnos con una vida de mierda como la que teníamos. Y eso es una noticia magnífica. 

1 comentario:

  1. Desde luego quien quiera entenderlo y coger la oportunidad se va a desarrollar como un ser libre! Cobeña

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