17 de mayo de 2012

El poder de construir (y los sucedáneos)

A menudo escuchamos que tal o cual personaje es ultramegapoderoso. Estos seres, en la mayoría de los casos, suelen estar relacionados con la política, la economía o el ejército, e incluso las empresas religiosas (católica y otras). Es más, todos los años hay ranking de los tres, diez o veinte más poderosos e influyentes a los que se les brinda la portada de las revistas y periódicos más poderosos e influyentes. El objetivo es ser el más de lo más; aquel (normalmente del género masculino) que cree dominar el mundo y al que se le otorga el reconocimiento. Pero ¿qué significa ser poderoso? ¿Es lícito cualquier tipo de poder?

Se puede tener poder y utilizarlo para construir o para destruir. De hecho, todos elegimos una de las dos posiciones. Si no lo hacemos, estamos cediendo nuestro poder para destruir. ¿Por qué? Porque para construir no
se puede ceder el poder personal, puesto que las personas que construyen parten de la base de que todos pongan lo mejor de sí mismos; no se aceptan mandados, cargas, borregos y demás familia. Se puede dejar dirigir a quien reúna mejores condiciones en ese momento, pero es una decisión que tomamos conscientemente; no la toman por nosotros. Es decir, que podemos elegir entregarnos a construir de forma activa y a destruir de forma activa o pasiva.

Formulemos el cuestionamiento de esta otra manera: ¿Qué cuesta más, destruir o construir? ¿Cómo hay que ser de lúcido, de valiente, de fuerte, de idealista para construir? ¿Más o menos que para destruir? Construir consiste en poner todo al servicio del bien para todos, incluido yo mismo. ¿Acaso no somos más poderosos cuando salvamos vida que cuando acabamos con ella? ¿No es una proeza mayor salvar a un ser humano, a un animal o a una planta o al planeta entero que acabar con cada uno de ellos? ¿No es de un ser humano poderoso buscar la felicidad de todos los seres vivos, en lugar de su desgracia? Entonces ¿por qué sobrevaloramos a pseudopoderosos, a líderes de pacotilla en lugar de rebelarnos a su mentira?

Hemos construido el mundo al revés, o mejor dicho, hemos “destruido” el mundo al revés, donde prima el beneficio de unos pocos a costa de todos o de muchos, donde el fin justifica los medios, donde la maldad se permite y no se impone el bien, dejándolo como valor de segunda categoría.

Una pregunta más: ¿Por qué el amor no se valora como el poder auténtico atribuyéndole cualidades de segunda categoría? De hecho, las mujeres, grandes portadoras de este don, acaban en ese mismo segundo lugar. Las mujeres tienen un poder ilimitado a través de su amor, pero no cotiza en bolsa, de tal manera que muchas se apuntan al poder de los hombres enfermos: el poder que manipula, el que limita, el violento, soberbio, destructivo.

Si nos paramos a pensarlo, es alucinante que nos creamos que una minoría enferma es “todopoderosa”.

Lo fundamental es construir. Y eso, siempre y en todos los casos. De tal manera que no me dedico a tirar por tierra a los farsantes, estafadores, entrando en guerra, sino que construyo. Entrar en guerra, darles autoridad es darles poder, es alimentar su posición enferma y reconocerles como poderosos, cosa que no son. Tienen poder en el mundo enfermo que han generado, pero si me salgo de ahí y voy a la vida, están fuera de juego.

No salgo al campo de batalla, sino que construyo paraísos entre hombres y mujeres para que los niños y las niñas vivan en un mundo lleno de vida, no en un cementerio.

Poder crear otra realidad donde desarrollamos un mundo en el que todos seamos felices, nos otorga el poder total. Y estar en ese camino nos desarrolla como hombres y mujeres poderosos.

NOTA. En el título del artículo hago referencia a que hay un solo poder, el de amar, el del bien, el de construir. Lo otro, son sucedáneos.

1 comentario:

  1. Toma ya!! Desde luego que en esta sociedad enferma se valora lo que es ajeno y contrario, muchas veces, a la vida. Yo creo que es por miedo, poco poderío y mala leche. ARRIBA EL AMOR! Lorena.

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