29 de mayo de 2012

Ego te absolvo

La culpa es una buena excusa para no moverse ni un milímetro de la posición en la que estamos. Es una herramienta infalible. Además, tenemos dos opciones: echárnosla a nosotros mismos o echársela a los demás. Una nomenclatura también es factible.

Echar la culpa a los demás es volcar mi ira, mi resentimiento y mi frustración proyectando mal rollo.

Echarme la culpa a mí es tratar de hacerme la buena persona, ya que lo de fustigarse está bastante valorado y bien visto en nuestra cultura de iglesias y procesiones. Entre las citas célebres tenemos esa de “por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Y a sufrir todo lo que podamos.

En ambos casos me eximo de responsabilidad. Vamos, más listo no se puede ser. Eso sí, pasarán más de mil años, muchos más, como rezaba el bolero y seguiremos con el mea culpa, o el tuya culpa. Viva el victimismo. Y más sufrimiento. “Yo no puedo hacer nada, es que los demás, es que yo, es que el sistema, es que, es que…”

Con esa actitud, ¿a qué esperamos? No vamos a salir de ahí a no ser que tomemos la decisión de hacerlo. ¿Acaso tenemos alguna posibilidad de que haya algún cambio a mejor? Evidentemente, no.

Ahora bien, podemos decidir vivir en vez de mantenernos en el rencor y la pena. Para ello hay que hacer uso de nuestro impulso de vivir y nuestra grandeza. En ese caso, cojo la responsabilidad de lo que tengo que hacer y la que corresponde a los demás, se la doy. Así de sencillo.

Sin embargo, hay un paso que no nos podemos saltar cuando hemos cometido errores, hemos hecho daño a otra persona o a mí mismo, o hemos sufrido o hemos hecho sufrir, y es perdonar.

El perdón no consiste en un perdón que te certifica como mala persona y te mantiene sometido. No es un perdón que nace de una jerarquía, puesto que por encima de nosotros no hay ninguna otra persona, sólo está la vida.

Es el perdón que hace tomar conciencia y te libera. Que te permite rectificar y da la oportunidad a que los demás lo hagan. Porque es un perdón hacia uno mismo, en el caso de que estemos en la culpa, y hacia los demás, cuando los que sentimos que son culpables son los otros.

Hacia uno mismo, el perdón es conectar con la conciencia para poder colocarme funcionando para la vida. No me castigo porque no lo merezco. Nadie lo merece. De hecho, esa suele ser la consecuencia a la que estamos habituados cuando hacemos algo mal: el castigo, que nos mantiene en la culpa.

Hacia los demás consiste en crearles la oportunidad de que se perdonen. No tenemos nada que hacer con el discurso de “te perdono”. No somos dios y no le facilita la conexión con la verdad. Si hay una persona que nos ha hecho daño, no va a cambiar nada porque le perdonemos. Debe tomar conciencia de sus actos, perdonarse y rectificar. Nuestra labor es facilitarle el camino y protegernos a nosotros/as y a él/ella de sí mismo/a siendo honestos, sinceros.

Como en este maremágnum de conceptos, siempre saltan otros nuevos al papel, les ofrezco espacio para desenmascararles. En este caso tenemos con nosotros al “arrepentimiento” y al “remordimiento”. Arrepentirse es pesarle a uno haber hecho o no hecho algo y tener remordimientos consiste en sentirse culpable activamente, con inquietud. Cualquiera de los dos nos mantiene en el pasado y no nos permite avanzar. La culpa es como el ancla y el arrepentimiento y el remordimiento las recreaciones neuróticas.

Podríamos seguir con el lenguaje, pero al final este campo se reduce a desactivar la culpa, activar la responsabilidad y perdonarse.

Si nos hemos equivocado, o hemos contribuido a destruir algo o mucho, que por lo menos nos sirva de aprendizaje. La clave consiste en perdonarse para avanzar, para vivir, no para olvidarlo y repetir. Dejemos los látigos y saquemos la conciencia a pasear, porque es lo único que nos salva completamente.

1 comentario:

  1. "Desactivar la culpa, activar la responsabilidad y perdonarse". En pocas palabras esto es lo que he entendido ;) Lorena

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