6 de mayo de 2012

Money, money, money

La falta de dinero es como una bestia que ruge en las entrañas, que hay que alimentar con paz y tranquilidad, y sobre todo con seguridad de que todo va a ir bien, antes de que te devore por dentro. Pasa de ser un gatito al monstruo de las siete cabezas si no lo paras a tiempo.

Un niño o una niña puede ser consciente de que existe en su familia un problema de dinero para conseguir las cosas cuando no se dispone de él cuando hay algo que desea mucho o le hace mucha ilusión. Puede ser un juguete o un helado de tres bolas o un balón de fútbol. Hay algo que le hace intuir -nerviosismo de los progenitores, titubeo en las respuestas, cambio de tema repentino- que eso que pide tiene un precio elevado para la economía familiar. 

Durante la infancia intentan ocultarnos el miedo, la angustia de no tener dinero, de una posible ruina y de que la familia sufra y pase necesidades. En ese modelo son tanto el padre como la madre los que sufren y, a menudo,
el que sin duda se siente desposeído de todo su poder es el hombre cuando está ante esa situación. En cualquier caso, uno de los dos, acaba diciéndonos: «No puede ser, no pidas más cosas. No hay dinero. No puede ser todo lo que tú quieras. No es posible». Y ya te la han colado. Como se la colaron a ellos en su momento y les sembraron el miedo de no conseguir lo que necesitan cuando lo necesitan. Eso, en cuanto a las necesidades. De los deseos, las ilusiones y los sueños mejor ni hablamos. Si no pasamos del primer nivel para cubrir lo básico, difícilmente llegaremos a otros superiores de desarrollo humano.

Intentan transmitírnoslo con una voz libre de preocupación, confiada, pero como va acompañada de una carga, suena a todo lo contrario. Y ahí nos solemos quedar a esa tierna edad. De piedra y culpables por hacerles pasar por semejante trance. 

Y aunque años más tarde podamos entender que esa situación no es definitoria y que se puede y debe revertir, nos plantaron la semilla de aceptar lo que haya, y sobre todo, lo que no haya. En generaciones y generaciones, eso está ahí. Que alguien haya pasado hambre sin rebelarse contra el mundo, permanece en nuestros genes. Y el miedo a quedarse sin nada, a pasar de estar dignamente en un nivel socioeconómico bajo a no conseguir salir adelante abre las puertas del infierno.

Por lo tanto, cuando vivimos una situación de peligro económico o vemos la cuenta corriente con los números temblando de soledad, se nos mueve el bicho del estómago. Nos avisa: «cuidado, estoy despertando. Olvídate de tus sueños e ilusiones y dame de comer. Lo primero es lo primero». Así que te olvidas del helado de tres bolas y buscas unas lentejas. Lo malo de eso es que, si uno se acostumbra y no se rebela de verdad, sin sufrir, la vida se vuelve del color de las lentejas en lugar del color del helado -que, aunque sea de chocolate, el marrón del helado es un marrón chulo-.

Es necesario saber que es injusto no tener dinero y que no debe ser así. Hay recursos para todos y todas y no podemos aceptar la condena de la desigualdad y pasarlo mal. Porque se pasa mal. No vemos la manera de salir de una situación de pobreza. Lo que sí podemos hacer es rebelarnos a ser víctimas y luchar por cambiarlo para todos. Que la realidad sea así y que haya sido así en el pasado, no significa que tenga que seguir siéndolo. De hecho, es un error resignarse a ello.

Podemos ayudarnos: dar ayuda y recibirla. Si necesitamos recibirla, la buscamos y tomamos conciencia de que también la daremos, ofreciendo dinero, trabajo, recursos, etc. formando una cadena.

No tener dinero no nos puede hacer sentir menos que quienes sí lo tienen. Lo más probable es que nos hayan robado la oportunidad de conseguirlo, o no nos hayan enseñado cuál es nuestro valor para ofrecerlo a cambio de la remuneración adecuada.

Además, en este sistema desigual se busca que aquellos o aquellas que no tienen dinero se sientan culpables. No lo han conseguido por su culpa: porque no son inteligentes, porque no tienen nada especial, porque son sensibles, etc. Eso ya es el colmo. Te colocan una injusticia social y te echan la culpa. Esto es una trampa sin solución porque la culpa paraliza, y la falta de poder que sentimos para cambiar esta situación nos condena.

No tenemos poco poder. Tenemos todo el poder para salir de ahí, salvarnos y ser medio de salvación para otras personas. Tenemos todos los recursos: la conciencia de la injusticia, la fuerza de la indignación, la valentía del amor por todos los seres –incluidos nosotros mismos- y por la vida, la lucidez de la verdad, la ilusión por cambiar el mundo, y todo eso puesto al servicio de la lucha por vivir y realizarnos.

Ser bueno o ser buena no es ser pobre. Debemos aprender a defender lo que somos y lo que nos merecemos, que es todo. Ser poderoso o poderosa no es ser cruel y egoísta, es conectar nuestra grandeza y generar bienestar para todos. Que no nos confunda ningún concepto manipulado. Tenemos nuestra propia autoridad para no aceptar lo que no queremos y todo el poder para cambiarlo. Es urgente que despierte nuestra conciencia para evitar cualquier tipo de injusticia.

1 comentario:

  1. Nos la han colado por tan diversos lados que es fenomenal que alguien abra luz a las diferentes alternativas y soluciones que en realidad existen. :) Lorena.

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