11 de mayo de 2012

Me vendo barato

Este artículo va dedicado a las mujeres que no se venden. Sin embargo, voy a referirme a las que sí lo hacen.

Debemos diferenciar entre las que se han vendido desde siempre, es decir, mujeres que nunca se han rebelado a la injusticia, a la desigualdad, o no con la fuerza suficiente en comparación con el “ataque” recibido, y las que, siendo rebeldes y no aceptando resignarse a la mediocridad, a la falta de entrega, de unión, de amor, en el momento crítico tiran la toalla.

Ambas situaciones son lamentables, y las mujeres que lo hacen son responsables de sus actos. Una niña que la amenazan con robarle el amor, que la atemorizan con dejarla sola si no es de esta u otra manera, es decir, si no se somete a otra autoridad que alguien decide que está por encima de
la suya, siente que tiene pocas posibilidades de sobrevivir si no obedece. Normalmente esa autoridad es el adulto más cercano que no cree en las relaciones de amor, que exista el amor y que podamos tener una plena realización en la vida y le inicia en esa religión. Pero esa niña sabe que la vida no es así, sobre todo porque sufre, se siente triste, y eso es un claro indicador de que no estamos en sintonía con la vida y con nuestra esencia. Sin embargo, en este caso no puede coger la responsabilidad de rebelarse y ser coherente con la verdad porque no tiene el poder para hacerlo. Una adulta sí. De tal manera que cuando crece la niña puede cambiar su destino no aceptando esa autoridad que le enseñó de manera errónea un camino de sufrimiento. Si no lo hace, seguirá aceptando una condena y condenando a las futuras generaciones hasta que alguien coja el relevo de la rebeldía.

En el caso que nos ocupa, el de las mujeres que han mantenido una trayectoria de no aceptar una autoridad que les mienta, que han sido más fuertes que el miedo, y/o la amenaza no ha sido tan devastadora y en un momento dado traicionan su posición y se venden por dos de pipas, dejan a las personas que estaban a su lado con la misma conciencia, aparentemente, utilizadas y con cara de póker.

Aquí va un ejemplo para su mejor comprensión:

Tenemos una amiga que se llama Paqui y que es uña y carne con nosotros –seamos hombre o mujer-. Vamos, que la relación es de intimidad y lo que se comparte son ilusiones, proyectos de creación, puesta en marcha de un mundo feliz, amor, confianza, etc. Digamos que Paqui tiene ilusión con el hombre, ilusión de amor, se entiende. Nosotros, si somos hombre, somos amigos, pero no pareja. Un día Paqui conoce a Paco que tiene la misma ilusión de amor que Paqui y se enamoran, hacen el amor, e incluso tienen hijos. Paqui nos cuenta, como amiga íntima que es, que no les va bien, que a él le falta entrega, amor por ella, pasión, y que no es el hombre supermacho que buscaba. Como Paqui es nuestra amiga la revolucionaria, tanto como nosotros, no se resigna, y le dice a Paco que tiene que cambiar eso por amor, que la cosa no funciona del todo y que no va a aguantar a un hombre cobarde o con falta de entrega o poco heterosexual, porque ella le quiere. Él, un tanto presionado, le dice que sí, que de acuerdo. Aparentemente cambia algo, pero de fondo no cambia una mierda porque no cree en el amor, no ama a la mujer y le tiene más cariño a su daño que a la resolución del problema. Paqui nos cuenta sus trescientas noventa y siete crisis, o las catorce, da igual. Y nosotros le apoyamos incondicionalmente, porque es la ley de la vida, puesto que ella está luchando por el amor, y por sacar adelante una familia de verdad.

Pero un día, cuando la situación ya roza a ultimátum, y Paqui ve claramente que Paco no tiene la mínima intención de cambiar, hay un cambio. Vemos caminar a Paqui hacia nosotros, con una sonrisa de oreja a oreja más propio de un anuncio de dentífrico o de una presentadora de la gala de Nochevieja, para comunicarnos que su Paco ha cambiado. Que han tenido una cena romántica donde su Paco le ha declarado su amor eterno por infinitésima vez, y que ¡oh, milagros de los cielos! esta vez es verdad. Así que claro, cómo no se lo va a creer ella. Pero si está claro que él la ama con locura. Que aquello de que a su Paco no le funcionaba la polla, que no recuerda haberlo dicho. Ah, y que aquello de que su Paco dijera que era un loca y su amor era de quinta categoría, que nunca ocurrió. ¿Que ella dijo alguna vez que su Paco fuera un egoísta, machista y que no hiciera ni caso a su hijo? Imposible. Bueno, y si dijo algo de eso –que no está grabado ni hay pruebas- en el fondo, era verdad pero poco, porque lo importante es que su Paco la ama y están de maravilla. Vamos, segunda luna de miel.

Nuestra mandíbula cae hasta el suelo a lo largo de esta declaración y vemos reflejados nuestros ojos de espanto en su dentadura reluciente que sigue sonriendo.
Nuestro hígado se retuerce de horror ante semejante mentira y bajada de bragas.
Nuestro corazón se para unos momentos para ver si escuchamos el de Paqui o es un robot quien habla.
Nuestra conciencia busca la suya. Pero la suya se está haciendo el harakiri.

Cogiendo aire, lo que articulamos dentro de nuestra perplejidad es:
“¿Te estás riendo de mí o acaso crees que soy idiota? ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Mentira! Que no cuela ni una. Si te vendes, por lo menos se consecuente con tus actos y di la verdad”.

Acto seguido nos damos cuenta que alguien que traiciona no puede ser coherente. Alguien que miente no puede ni quiere asumir ninguna responsabilidad. Así que, antes de que busque seguir tratándonos como imbéciles, nos vamos de allí, no sin decir unas últimas palabras que resonarán en el espacio y llegarán a donde tengan que llegar (a sus oídos no, que los tiene tapados para no oír ninguna verdad):

“Eres una vendida. La vergüenza de las mujeres que aman al hombre y dan oportunidades de amor de verdad. No me trago ninguna mentira. Que dios te ayude”.

Y colorín colorado… Este cuento no se ha acabado.
Este ejemplo es extensible al área laboral, profesional, a la familia, amigos, etc. Los que se venden, venden todo lo que pillan. Y si pueden, te llevan por delante haciéndote creer que todos las personas son así; que ellos han luchado, pero se han dado cuenta que todo no se puede tener y que hay que aceptar lo que haya.

Por eso, este artículo va dirigido a todas las mujeres que no se venden. Que creen en el amor y que se defienden de todas las Paquis y los Pacos y luchan por la vida. Por todas las mujeres valientes, con conciencia y que entregan su amor a todos los hombres valientes, con conciencia que las salvan con el suyo. Que saben cuál es la verdad y la defienden.

Las Paquis y los Pacos no tienen poder de acabar con nada de eso. Aunque lo intentan, pero lo que consiguen es autodestrucción.

La mujer que no se vende y el hombre que no acepta que ninguna lo haga siempre salvan la vida.

1 comentario:

  1. He conocido varios casos de estos. Yo no me muevo. Qué bien escrito y descrito. Enhorabuena!! Lorena

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