14 de mayo de 2012

Misión: salvar las ilusiones

«No puedo». «No es posible». Y todas las formas de hundirnos la vida y arrancarnos la sonrisa y la posibilidad de disfrutar.

Si rascáramos un poco encontraríamos frases de este tipo más arraigadas de lo que pensamos que llevan conviviendo con nosotros y con nosotras desde la más tierna infancia, e incluso antes, desde la concepción.
Detrás se esconden otras sentencias como «no te lo mereces» o «los demás no te lo van a permitir» o «la vida es así (de chunga, se entiende)». El caso es fastidiarnos en los casos más leves, y en los más graves, arruinarnos la existencia completamente.

La verdad es que es una estrategia de alto nivel para aborregarnos, para transformarnos en almas en pena que vagan de un lado a otro sin grandes
sueños, sin grandes esperanzas, con actitud conformista.

Lo importante es que debajo de toda esa capa de pesimismo exista un atisbo de esperanza, como una llama pequeña en medio de la oscuridad. Si cuando miras dentro de ti, conectas con algo por lo que aún sonríes, que te conmociona es fundamental protegerlo, cuidarlo, alimentarlo para que no muera y pueda desarrollarse. Y es nuestra responsabilidad, de nadie más. Sacar esa responsabilidad fuera, supone deshacerse del poder para llevarlo a cabo y, de esa forma, es casi imposible que consigamos realizar nuestra ilusión.

¿Estamos haciendo todo lo posible por salvar nuestra ilusión y materializarla? La respuesta es no. Quejarse, esperar, enfadarse, culpar, etc. no son las acciones más acertadas para que la esperanza siga latiendo en nuestro interior. ¿Qué nos conecta a la Vida, a la alegría, al disfrute, al amor puro? Responder a esto es dar un paso hacia el optimismo, hacia la posibilidad de ser feliz. Y llevarlo a la acción es el siguiente. Así, paso a paso nos vamos acercando. Sin mirar la meta, que nos parece lejana, sólo la dirección a la que nos encaminamos y los pasos que vamos dando.

Esperar es la peor opción. Esperar a que alguien lo haga por mí, esperar a que mejore la situación para hacer algo, esperar a sentirme bien, esperar a que ocurra un milagro. Nada de esto suele suceder, y en caso de que sí ocurra nunca sentiremos que es suficiente o pensaremos que será momentáneo. Y lo que habremos conseguido es creer que nunca estará a nuestro alcance cambiar porque iremos siempre por detrás.

Así que la pregunta a responderse cada uno y cada una es: ¿qué más puedo hacer por mí y por mi ilusión? Mucho. Y otra igual de importante cuando tomamos conciencia de eso es: ¿qué puedo hacer por la ilusión de las demás personas, por su felicidad? Y la respuesta es la misma: mucho.

Dar un paso nos saca del lugar de donde estábamos, nos acerca a donde queremos llegar, y algo verdaderamente trascendental: nos crea una nueva realidad, la de que podemos cambiar.

Cambiar profundamente algo, por pequeño que sea, es un acto revolucionario. Nos saca de una inercia de generaciones colocándonos en otro lugar, un poquito más cerca del mundo feliz que soñamos.

Por eso es tan importante no exponer nuestras ilusiones a las tormentas emocionales, a la lluvia de pesimismo generalizado, y cubrirlas con un paraguas, una sombrilla, o un chubasquero. Ya vendrán tiempos mejores –los que nosotros y nosotras construyamos- donde todas las ilusiones salten, bailen, canten y rían mostrándose tal y como son en toda su grandeza y a pleno sol.

1 comentario:

  1. Flipante. Me maravilla cómo escribes de bien y la capacidad de transmitir de manera tan sencilla algo tan importante. Yo voy a ir siempre con un paraguas para que las ilusiones salten, bailen, canten, desnudas y a la vista de todos... Lore.

    ResponderEliminar