La euforia genera entrega
absoluta. Cuando nos sentimos en paz, felices, tenemos comportamientos
generosos. Queremos que todos se sientan bien y hacemos lo posible porque así
sea.
¿Cada cuánto ocurre esto? Más o
menos, cada vez que hay un acontecimiento que nos saca de la desidia. Y como la
desidia cada vez es mayor, el acontecimiento debe ser de más envergadura.
¿Cuáles suelen ser estos sucesos?
La victoria de nuestro equipo de fútbol, el proceso de enamoramiento, el
momento de alcanzar algo deseado: un puesto de trabajo nuevo o uno mejor,
dinero, un premio, volver a ver a un ser amado, un viaje que llevamos planeando
durante mucho tiempo… O cuando hemos salido nosotros o alguien a quien queremos
de una situación de máximo peligro. En todos esos casos se nos despierta una
alegría inusual, una energía creadora y
contagiosa, una vitalidad arrolladora.
Volvemos atrás en el tiempo y si
llegamos a nuestra infancia podemos comprobar el entusiasmo que mostrábamos por
muchísimas cosas, hasta que alguien nos lo chafaba. Ahora directamente, la
mayor parte de las veces nos lo chafamos nosotros.
Si vemos la expresividad de un
niño o una niña que no han sido sometidos a presión o estrés constante a causa
de la falta de amor, nos daremos cuenta de cómo les brillan los ojos, cómo su
cuerpo desafía a la gravedad tendiendo hacia arriba en sus movimientos, cómo
les maravilla cada cosa que ven, cada persona que está a su lado, y lo que
viven se transforma en un acontecimiento.
A esas tempranas edades se quiere
compartir la vida entera. Hay energía, ilusión y entrega a cada ser vivo desde
una enorme generosidad que te hace sentir el universo diciéndote: “lo tienes
todo”.
Por todos los daños que vamos
acarreando con el tiempo, al final ese entusiasmo se reserva para contadas
ocasiones. Cada vez menos. No tenemos ninguna conciencia de que cada día que
vivimos es un tiempo que nos regala la vida. Como suele ocurrir, de eso sólo
nos percatamos cuando, a través de un diagnóstico médico, recibimos un ultimátum.
Ahí queremos recuperar todo el tiempo perdido e invertirlo de una forma mejor
para todos. Sin embargo, la angustia –además de los síntomas de la enfermedad- no
nos permite disfrutar ni vivir con excitación cada momento como si fuera el
último… porque probablemente lo sea.
Si tuviéramos solamente un día en
este cuerpo, en este mundo, con todos los seres vivos en él para hacer lo que
quisiéramos, ¿en qué nos centraríamos? ¿Cuál sería nuestra dedicación? Para
vivir esas veinticuatro horas como algo maravilloso y emocionante tendríamos
que hacerlo desde la conciencia previa de que la vida es un regalo. La vida no
es nuestra y otros nos la quitan. Nosotros administramos la vida que la
Creación nos ha entregado como albaceas. Es absolutamente imprescindible saber
eso para no estar sufriendo continuamente y centrarnos en lo importante. Hoy
puede ser nuestro último día aquí. Y no es un hecho angustioso, es una
oportunidad de construir.
Entonces, asumiendo este hecho
con todo el agradecimiento del mundo, sentimos que nos brillan los ojos, nos
alegramos de ver a otras personas –las que queremos y las que querremos-, nos
sentimos felices de cada momento que vivimos y protegemos esto como si fuera el
mayor tesoro del mundo, porque es lo que es. Y lo que es, es.
Vivamos para que cada vez sean
más los momentos con ilusión de compartir, que el entusiasmo vuelva a formar parte
de nuestra existencia y que eso nos haga sentirnos cada vez más unidos unos a
otros. La Vida es inmensa y tremendamente generosa, y nosotros somos vida.
Qué gran verdad!! Lo que es, es. Gracias por compartir mensajes tan claros y contundentes. lorena.
ResponderEliminar