26 de junio de 2012

¡Qué bello es vivir!

La euforia genera entrega absoluta. Cuando nos sentimos en paz, felices, tenemos comportamientos generosos. Queremos que todos se sientan bien y hacemos lo posible porque así sea.

¿Cada cuánto ocurre esto? Más o menos, cada vez que hay un acontecimiento que nos saca de la desidia. Y como la desidia cada vez es mayor, el acontecimiento debe ser de más envergadura.

¿Cuáles suelen ser estos sucesos? La victoria de nuestro equipo de fútbol, el proceso de enamoramiento, el momento de alcanzar algo deseado: un puesto de trabajo nuevo o uno mejor, dinero, un premio, volver a ver a un ser amado, un viaje que llevamos planeando durante mucho tiempo… O cuando hemos salido nosotros o alguien a quien queremos de una situación de máximo peligro. En todos esos casos se nos despierta una alegría inusual, una energía  creadora y contagiosa, una vitalidad arrolladora.

Volvemos atrás en el tiempo y si llegamos a nuestra infancia podemos comprobar el entusiasmo que mostrábamos por muchísimas cosas, hasta que alguien nos lo chafaba. Ahora directamente, la mayor parte de las veces nos lo chafamos nosotros.

Si vemos la expresividad de un niño o una niña que no han sido sometidos a presión o estrés constante a causa de la falta de amor, nos daremos cuenta de cómo les brillan los ojos, cómo su cuerpo desafía a la gravedad tendiendo hacia arriba en sus movimientos, cómo les maravilla cada cosa que ven, cada persona que está a su lado, y lo que viven se transforma en un acontecimiento.

A esas tempranas edades se quiere compartir la vida entera. Hay energía, ilusión y entrega a cada ser vivo desde una enorme generosidad que te hace sentir el universo diciéndote: “lo tienes todo”.

Por todos los daños que vamos acarreando con el tiempo, al final ese entusiasmo se reserva para contadas ocasiones. Cada vez menos. No tenemos ninguna conciencia de que cada día que vivimos es un tiempo que nos regala la vida. Como suele ocurrir, de eso sólo nos percatamos cuando, a través de un diagnóstico médico, recibimos un ultimátum. Ahí queremos recuperar todo el tiempo perdido e invertirlo de una forma mejor para todos. Sin embargo, la angustia –además de los síntomas de la enfermedad- no nos permite disfrutar ni vivir con excitación cada momento como si fuera el último… porque probablemente lo sea.

Si tuviéramos solamente un día en este cuerpo, en este mundo, con todos los seres vivos en él para hacer lo que quisiéramos, ¿en qué nos centraríamos? ¿Cuál sería nuestra dedicación? Para vivir esas veinticuatro horas como algo maravilloso y emocionante tendríamos que hacerlo desde la conciencia previa de que la vida es un regalo. La vida no es nuestra y otros nos la quitan. Nosotros administramos la vida que la Creación nos ha entregado como albaceas. Es absolutamente imprescindible saber eso para no estar sufriendo continuamente y centrarnos en lo importante. Hoy puede ser nuestro último día aquí. Y no es un hecho angustioso, es una oportunidad de construir.

Entonces, asumiendo este hecho con todo el agradecimiento del mundo, sentimos que nos brillan los ojos, nos alegramos de ver a otras personas –las que queremos y las que querremos-, nos sentimos felices de cada momento que vivimos y protegemos esto como si fuera el mayor tesoro del mundo, porque es lo que es. Y lo que es, es.

Vivamos para que cada vez sean más los momentos con ilusión de compartir, que el entusiasmo vuelva a formar parte de nuestra existencia y que eso nos haga sentirnos cada vez más unidos unos a otros. La Vida es inmensa y tremendamente generosa, y nosotros somos vida.

1 comentario:

  1. Qué gran verdad!! Lo que es, es. Gracias por compartir mensajes tan claros y contundentes. lorena.

    ResponderEliminar