5 de junio de 2012

¿Me sescuchaaaa...?

Existen muchos verbos para aplicar a la comunicación: hablar, conversar, relacionarse, compartir, parlamentar, informar, notificar, transmitir, etc. En todas estas acciones ambas partes se involucran, sin embargo, la actitud de cada una de ellas es diferente de manera habitual.

Existen relaciones en las que el sujeto -o sujeta- A no para de contar su vida y el sujeto -o sujeta- B, no para de escuchar. ¿Qué esperamos de la comunicación? Está claro que el impulso de interrelacionarnos existe y persiste. Menos mal. Pero ¿con qué objetivo? ¿Cuál es nuestro perfil o hacia dónde nos decantamos? ¿Somos de los que no paramos de hablar o de los que no paramos de escuchar? ¿Estamos equilibrados en nuestras relaciones y hay un porcentaje proporcional en cada una de las posiciones? ¿O tal vez no paramos de hablar como loritos sin decir nada y si estamos en
la otra parte, no escuchamos más que el ruido de las olas cuando nos hablan aunque asentimos y somos grandes confesores? En este último caso, el que habla, habla muchísimo para no escuchar sus propios pensamientos y el que “escucha” ya tiene bastante con escuchar las voces de su cabeza y sus propias neurosis que no comparte.

En un primer momento, cuando el hombre es hombre –y la mujer, mujer- la comunicación verbal servía para expresar ideas, pensamientos, deseos, ilusiones, miedos, frustraciones, sentimientos profundos,… de una forma sanadora, de manera que nos relacionábamos a través de una intimidad de un impulso de compartir, de unirse al otro, de comprender y ser comprendido, de sentir, de amar. Ese objetivo de la comunicación se va perdiendo con el tiempo, a medida que nos aislamos en sociedad, que dejamos de buscar el vínculo profundo por miedo, desconfianza o inseguridad.

Siendo sociales es un error el autodestierro y vagar como almas en pena intercambiando impresiones sobre el tiempo, el partido de la noche anterior o el último recorte del gobierno. Así, volvemos al punto de partida: ¿Para qué nos comunicamos? El porqué está más o menos claro, puesto que es un impulso natural. Pero lo que buscamos con esa comunicación es necesario encontrarlo. De lo contrario, acabaremos como esos matrimonios en una mesa del restaurante, que salen a “celebrar” su aniversario y sólo se escucha la conversación de sonidos entre el tenedor y el plato. O uno o una de ellos no para de cascar y el otro u otra, de aguantar.

Estas actitudes responden a la creencia de que “todos estamos solos”. Así que mantenemos relaciones de interés, de desahogo, de utilización, etc. Existen además relaciones jerárquicas en esto de la “no comunicación” donde uno somete al otro. No tiene que ser necesariamente con la palabra, puesto que el silencio también es una buena arma para generar en la otra parte el estrés suficiente para que no pare de hablar. O se puede someter con la palabra dejándonos apabullados y sin energía. Es decir, que se utiliza la interacción en el lenguaje como arma de destrucción.

El objetivo de la comunicación consiste en expresarnos desde el alma para unirnos por amor. Enriquecer y enriquecernos, generar relaciones de buen rollo. Aprender, enseñar,  compartir, respetar, admirar, aceptar el respeto y la admiración, construir vínculos y mucho más es nuestro camino. Redirigir las relaciones que no van por ese camino es crear la oportunidad a las dos partes. No aceptar relaciones o comunicaciones que nos desgastan, nos colocan en un nivel como ser humano francamente lamentable, es nuestra responsabilidad. Que no nos utilicen, se desahoguen, nos mientan o nos manipulen es defenderse de la imposición del mandato “las relaciones de amor no existen”. Y que se puede vivir desde ahí es un hecho y una necesidad vital, además de un buen rollo y un disfrute. 

1 comentario:

  1. Me sorprende y enriquece tu nivel de comunicación, la claridad y profundidad de tus artículos. Una maravilla. Abres puertas con tus palabras. Gracias. Lorena.

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