15 de junio de 2012

¿Cosas de niñ*s?

Atribuimos poca o nula importancia a las aportaciones de los niños al mundo porque sentenciamos que no tienen ni idea del mundo “real”. Nos resulta tierno, conmovedor que los niños den soluciones a conflictos que por su aparente complejidad no tienen salida.

Proponemos que desarrollen valores para la comunicación, conciencia para la paz mundial, desarrollo en el respeto a todos los seres, conocimiento y amor por la naturaleza, defensa de la justicia social, de la igualdad y un montón de cosas más y luego les decimos: “Vale, qué bien, qué bonito todo lo que habéis construido. Ahora os presentamos la sociedad de mierda que hemos (de)generado y donde vais a tener que (sobre)vivir. ¡Suerte!”. En esos momentos, la sensibilidad de los niños queda herida de muerte. Los menos sensibles pueden ponerse una
armadura y salir a pegarse al mundo y los más sensibles, se quedarán marginados.

Gran cinismo el nuestro. ¿Qué pasa entonces con todo su desarrollo? ¿Por qué no nos dejamos enseñar por ellos, por lo que piden, lo que necesitan, lo que demandan, lo que les ilusiona? ¿Acaso son menos que nosotros? Estamos para guiarles porque conocemos el camino. Pero ¿y si ese camino es el equivocado? ¿A dónde les estaremos guiando? ¿Al precipicio, a la soledad, al desastre, al horror, a la locura? Casi seguro. ¿Por qué convertimos una dulce infancia en una pesadilla llevándoles por el túnel del terror?

Los niños hacen propuestas llenas de cordura, de grandeza, de justicia, de conciencia, pero estamos tan metidos en la bola social que no damos la más mínima oportunidad a materializar sus planteamientos. Los aplaudimos como si fuera el festival del colegio y les decimos: “Muy bien. Ahora a estudiar, que mañana tienes examen y te tienes que levantar pronto”. Ya hemos colocado las prioridades por encima de su autoridad.

Una niña estadounidense de trece años creó una asociación ecologista y viajó a una cumbre de Medio Ambiente de la ONU creando conciencia y haciendo uso legítimo de su condición de niña para que los adultos les demos un planeta cuidado, protegido, donde se preservan los recursos naturales.  Otro niño de Canadá de seis años reunió el dinero suficiente para construir un pozo en África, con la conciencia de la falta de agua que tienen en muchas zonas del continente. Y siguió creando más. Más pozos y más conciencia. Otros niños han creado esa conciencia desgraciadamente a costa de su vida, o a título póstumo. Hay millones de niños anónimos determinados a llevar a cabo su mundo con total creatividad.
Los niños no solo tiene ilusiones y son idealistas, sino que, en caso de no cortarles las alas, el impulso, son capaces de materializar sus proyectos.

Entre los adultos existen dos subgrupos enfermos en cuanto a la reacción que tienen ante las propuestas de los niños: los que no les permiten que los niños lleven a cabo esas iniciativas porque hicieron lo mismo con ellos o los que directamente ni siquiera creen en ellos, repitiendo la historia que han vivido en su propia infancia. ¿Qué es peor, que te digan que está muy bien pero que no se puede o que te digan que es una caca y que no se puede? En ambos casos, la frustración es horrible.

A los niños si les dejamos, cambian el mundo. Lo suyo sería cambiarlo nosotros para ofrecerles un lugar seguro, amoroso, de disfrute y realización. Pero si somos tan patanes que no somos capaces de hacerlo o no nos da la gana está claro que vamos a frenar el desarrollo de los niños, sus propuestas revolucionarias y su idealismo.

Los niños están llenos de inocencia, no se ponen límites, son puros, y sus ilusiones son sagradas. Tienen una fuerza impresionante. No son menos que nosotros, que los adultos, en ningún caso. Son iguales. Sus propuestas no son cándidas, graciosas o “monas”. Están llenas de verdad que sólo podemos destruir con mentiras o proteger y ayudar a que se desarrollen sabiendo lo que supone para su vida, para la nuestra y para la Vida. Elijamos lo segundo. Tal vez en nuestra infancia no se dieron las condiciones o no nos lo permitieron. Ahora podemos cambiar eso. Cuando lo hacemos, nuestro niño, ése que fuimos, el que tenía ideas revolucionarias donde el amor triunfa, los buenos ganan y todo el mundo es feliz, se cura, se salva, se siente bien, tranquilo y contento. Ahora somos libres, tenemos el poder y la responsabilidad de llevarlo a cabo.

Hacer que los niños se sientan importantes, escuchados, tenidos en cuenta y ayudarles en su desarrollo es bueno para todos.

1 comentario:

  1. Plas plas plas... (aplausos)!!! Qué genial. Los niñ@s tienen que descubrir el mundo desde la felicidad, claro que sí :)Gran texto una vez más. lorena.

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