Atribuimos poca o nula
importancia a las aportaciones de los niños al mundo porque sentenciamos que no
tienen ni idea del mundo “real”. Nos resulta tierno, conmovedor que los niños
den soluciones a conflictos que por su aparente complejidad no tienen salida.
Proponemos que desarrollen
valores para la comunicación, conciencia para la paz mundial, desarrollo en el
respeto a todos los seres, conocimiento y amor por la naturaleza, defensa de la
justicia social, de la igualdad y un montón de cosas más y luego les decimos: “Vale,
qué bien, qué bonito todo lo que habéis construido. Ahora os presentamos la sociedad
de mierda que hemos (de)generado y donde vais a tener que (sobre)vivir.
¡Suerte!”. En esos momentos, la sensibilidad de los niños queda herida de muerte.
Los menos sensibles pueden ponerse una
armadura y salir a pegarse al mundo y los más sensibles, se quedarán marginados.
armadura y salir a pegarse al mundo y los más sensibles, se quedarán marginados.
Gran cinismo el nuestro. ¿Qué
pasa entonces con todo su desarrollo? ¿Por qué no nos dejamos enseñar por ellos,
por lo que piden, lo que necesitan, lo que demandan, lo que les ilusiona?
¿Acaso son menos que nosotros? Estamos para guiarles porque conocemos el
camino. Pero ¿y si ese camino es el equivocado? ¿A dónde les estaremos guiando?
¿Al precipicio, a la soledad, al desastre, al horror, a la locura? Casi seguro.
¿Por qué convertimos una dulce infancia en una pesadilla llevándoles por el
túnel del terror?
Los niños hacen propuestas llenas
de cordura, de grandeza, de justicia, de conciencia, pero estamos tan metidos
en la bola social que no damos la más mínima oportunidad a materializar sus
planteamientos. Los aplaudimos como si fuera el festival del colegio y les
decimos: “Muy bien. Ahora a estudiar, que mañana tienes examen y te tienes que
levantar pronto”. Ya hemos colocado las prioridades por encima de su autoridad.
Una niña estadounidense de trece
años creó una asociación ecologista y viajó a una cumbre de Medio Ambiente de la
ONU creando conciencia y haciendo uso legítimo de su condición de niña para que
los adultos les demos un planeta cuidado, protegido, donde se preservan los
recursos naturales. Otro niño de Canadá de
seis años reunió el dinero suficiente para construir un pozo en África, con la
conciencia de la falta de agua que tienen en muchas zonas del continente. Y
siguió creando más. Más pozos y más conciencia. Otros niños han creado esa conciencia
desgraciadamente a costa de su vida, o a título póstumo. Hay millones de niños anónimos
determinados a llevar a cabo su mundo con total creatividad.
Los niños no solo tiene ilusiones
y son idealistas, sino que, en caso de no cortarles las alas, el impulso, son
capaces de materializar sus proyectos.
Entre los adultos existen dos
subgrupos enfermos en cuanto a la reacción que tienen ante las propuestas de
los niños: los que no les permiten que los niños lleven a cabo esas iniciativas
porque hicieron lo mismo con ellos o los que directamente ni siquiera creen en
ellos, repitiendo la historia que han vivido en su propia infancia. ¿Qué es
peor, que te digan que está muy bien pero que no se puede o que te digan que es
una caca y que no se puede? En ambos casos, la frustración es horrible.
A los niños si les dejamos,
cambian el mundo. Lo suyo sería cambiarlo nosotros para ofrecerles un lugar
seguro, amoroso, de disfrute y realización. Pero si somos tan patanes que no
somos capaces de hacerlo o no nos da la gana está claro que vamos a frenar el
desarrollo de los niños, sus propuestas revolucionarias y su idealismo.
Los niños están llenos de
inocencia, no se ponen límites, son puros, y sus ilusiones son sagradas. Tienen
una fuerza impresionante. No son menos que nosotros, que los adultos, en ningún
caso. Son iguales. Sus propuestas no son cándidas, graciosas o “monas”. Están
llenas de verdad que sólo podemos destruir con mentiras o proteger y ayudar a
que se desarrollen sabiendo lo que supone para su vida, para la nuestra y para
la Vida. Elijamos lo segundo. Tal vez en nuestra infancia no se dieron las
condiciones o no nos lo permitieron. Ahora podemos cambiar eso. Cuando lo
hacemos, nuestro niño, ése que fuimos, el que tenía ideas revolucionarias donde
el amor triunfa, los buenos ganan y todo el mundo es feliz, se cura, se salva,
se siente bien, tranquilo y contento. Ahora somos libres, tenemos el poder y la
responsabilidad de llevarlo a cabo.
Hacer que los niños se sientan
importantes, escuchados, tenidos en cuenta y ayudarles en su desarrollo es
bueno para todos.
Plas plas plas... (aplausos)!!! Qué genial. Los niñ@s tienen que descubrir el mundo desde la felicidad, claro que sí :)Gran texto una vez más. lorena.
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