23 de junio de 2012

¿Crisis en nuestra relación con la Naturaleza?

Cuanto más conectados estemos con la naturaleza, más conectados estaremos con nosotros mismos, puesto que formamos parte de ella.

Hemos creado grandes urbes en las que la naturaleza tiene escasa presencia, por lo que estamos cada vez más lejos de nuestra esencia.

Tampoco buscamos de forma habitual la conexión con ella y sentimos que es algo ajeno a nosotros, de lo que hay que protegerse. Estos suelen ser los casos de millones de personas que viven sobre asfalto, rodeados de edificios y con la única presencia -en forma de fauna y flora- de palomas radiactivas y árboles metidos en cuadraditos de tierra en el exterior.  En el hogar tal vez  un aloe vera o un geranio y un pez o un gato es nuestra
representación de seres vivos sin forma humana. Con esa escasez de ejemplos es difícil recordar quiénes somos y de dónde venimos.

Es más, ha llegado un punto en el que nos da alergia real y virtual todo lo que esté vivo o sea materia prima. Sentimos hasta repelús de ver un animalito o de que nos roce una planta. No queremos llenarnos de barro, ni mojarnos, ni sentir una hormiga subiéndonos por la pierna. Es algo ajeno a nosotros, y lo asumimos porque lo hemos aprendido. De hecho, si nos parásemos a pensar lo absurdo de la situación nos daríamos vergüenza de nosotros mismos. El barro se quita con agua, mojarnos bajo la lluvia no va a matarnos y una hormiga no va a fagocitarnos. Es más, en cuanto a plantas y animales somos nosotros quienes hemos desarrollado una conciencia para cuidar y proteger todas las especies, por lo tanto tenemos el poder y la responsabilidad de hacerlo.

Con los niños no ocurre eso porque aún hace poco que han salido del vientre materno y no han podido ser maleados por mucho tiempo. Ellos se sienten cercanos a la naturaleza, saben que pertenecen a ella, que son un elemento más de la cadena. Por eso están encantados esa relación. Ven un animal y alucinan, un charco y se meten dentro, un árbol y juegan con él. Eso sí, es necesario mostrarles cómo relacionarse con todos esos seres, educarles para que lo hagan desde el respeto y cuidando a todos. Y los niños lo aprenden, y quieren seguir manteniéndose cerca. Somos los adultos como siempre, los que no creamos un entorno natural, para el desarrollo y la conciencia de los niños. No sólo eso, sino que además se lo sustituimos por productos de consumo, que ellos aceptan pero el cambio no ha sido a mejor.

Así, convertidos en adultos acaban prefiriendo hacer visitas a la naturaleza que integrarse con ella. No creamos un hábito, sino que compramos un billete de ida y vuelta porque nos sentimos más seguros rodeados de lo artificial, de lo elaborado por el ser humano, y no de lo creado por la Vida.

No es una buena decisión alejarnos de lo que somos: seres vivos dentro de una rueda con nuestras necesidades, nuestros derechos, nuestras ilusiones, nuestros recursos, nuestra misión existencial, lo mismo que un roble o una abeja. Creernos superiores es una equivocación como la copa de un pino, y nos lo creemos. Por eso, destruimos los recursos dejando paisajes desolados y animales en peligro, porque nos creemos ombligocéntricos y todopoderosos, actitud totalmente soberbia y prepotente.

Volver a formar parte del planeta entero dentro de un universo nos da otra perspectiva. Nos ofrece una visión de grandeza y humildad, de responsabilidad y entrega, de poder y sensibilidad, de equilibrio y fuerza, de vida y amor.

Ser conscientes de nuestro papel dentro del maravilloso engranaje, donde damos y recibimos, nos alejará de la estupidez de estar acabando con nosotros mismos por codicia, egoísmo, odio. Porque eso es lo que hacemos cuando rompemos el círculo, cuando dejamos de dar y comenzamos a sólo querer recibir arrebatando.

Ir a lugares donde pisamos tierra de verdad y respiramos aire más o menos limpio, nos guía. Estar en la naturaleza nos enseña muchas cosas: en primer lugar, el sentimiento de inmensidad porque ella tiene más poder que nosotros, un gran poder de curación, de renovación, de enseñanza, de amor. Nos da la oportunidad de cargarnos las pilas y ponernos fuertes. Nos pone un espejo delante de nosotros para que veamos lo que estamos haciendo y dejemos de hacerlo, que es destruir. Y nos ofrece la conciencia de nuestra efímera existencia para que aprovechemos y hagamos lo que tengamos que hacer. Todo esto no tiene precio. Lo que toca es protegerlo (y/o reconstruir) y agradecerlo.

1 comentario:

  1. Qué maravilla de texto!! Ahora entiendo aún más que quiera acabar viviendo en un pueblín, integrado en la naturaleza, cerca del mar,jeje. Una vez leí una frase que me acompaña "Nuestra vida encuentra un sentido cuando nos integramos con la Naturaleza". Lorena.

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