Lo de que a las mujeres nos
encanten ese tipo de personajes es una leyenda urbana como lo de la existencia
de cocodrilos en las alcantarillas de Nueva York o que Elvis sigue vivo tomando
daikiris en alguna playa.
En más de una ocasión ha llegado
a mis oídos la desafortunada frase de que las mujeres, en el fondo, preferimos
los hombres canallas porque nos gusta que nos metan caña, nos va la marcha. La RAE define este tipo de
personas, a los canallas, como “gente baja, ruin” y “personas despreciables y
de malos procederes”. ¿A qué mente lúcida, despierta se le puede ocurrir que
nos gusten esos especímenes, deshechos humanos que maltratan a las mujeres? Sí,
nos encanta el masoquismo. Es nuestra especialidad. De hecho haber estado sometidas
durante siglos al maltrato y desprecio machista nos ha llenado de orgullo y
satisfacción. Pero bueno, mujeres del mundo, ¿a quién se le ocurre reivindicar
nuestros derechos de justicia, igualdad, libertad si en realidad lo que
preferimos es el abuso? Si al final van a tener razón todos aquellos que creen
que somos inferiores a ellos… no te fastidia.
Los canallas, los crápulas, los
sinvergüenzas, los vividores, los jetas, los machotes, los “libres como el
viento”, los chulos de barrio, los “guays”, los atormentados, los solitarios, y
todos sus primos, hermanos y sinónimos del diccionario nos producen cierto
desasosiego a la vez que repulsa porque creen sentirse admirados, deseados, y los
reyes del mambo y lo que resultan son caricaturas de sí mismos llenos de
patetismo.
¿Por qué entonces afirmar algo
así? ¿De dónde sale esa conclusión? Ya se sabe que cuando el río suena…
En el subconsciente colectivo sólo
existen dos tipos de hombres: los blanditos y los duralex (o capullos). Así que entre elegir unos hombres que no
saben dónde tienen la polla y los que sí, hay mujeres que se inclinan por los
primeros. En cualquier caso, ninguno de los dos sabe qué hacer con una mujer.
En el primer caso les tienen miedo y en el segundo pasan de ellas. Ambas son
actitudes cobardes, sin duda y dejan a las mujeres en la soledad más fangosa.
Por supuesto que hay mujeres con
un daño tan alucinante que se convierten en violentas pasivas. Esto significa
que permiten y promueven relaciones enfermas, jerárquicas, para destruirse y
destruir al otro con su odio llenándolo de culpa. El hombre canalla tiene que
quitarse el corazón del todo para no ver el horror que está causando con el
consentimiento de ella. Hablamos de consentimiento porque hay libertad. En otros
países el sometimiento de la mujer está amparado por la ley, en este, gracias a
dios, no.
Si dividimos a los hombres en dos
grupos horribles, a las mujeres se nos quitan las ganas de ninguno y nos
quedamos con uno de ellos por descarte. Pero la existencia de dos grupos de
manera exclusiva forma parte de un programa de lobotomía al que buscan
someternos para que no busquemos un tercer grupo de hombres. Afectados por ello,
este tercer grupo de hombres, que sí existe, tiene poca repercusión social. Sin
embargo, con la verdad y la autenticidad no puede ningún tipo de programación,
de tal manera que aparecen los Hombres, con mayúsculas, desplazando bruscamente
a todos los sucedáneos y falsificaciones. Este grupo son los machos con corazón,
con ideales y todo puesto al servicio de su alma. Y no son de otro planeta,
pertenecen a la Tierra. Así
pues, podemos dejar de elegir entre los poco machos pero sensibles o los súper machos
sin corazón.
Que nos molan los canallas… Vaya
tela. Los que se erigen en autoridad para hacer tal afirmación deberían optar
al premio “Lumbreras del Año”. No es necesario decir barbaridades amparados por
su graciosa ignorancia: si no saben de mujeres, que no se inventen, y que
utilicen esa magnífica creatividad para plantar lechugas en un campo en forma
de mandala en Siberia. Quien sabe de mujeres somos las mujeres, y quien sabe de
hombres, son los hombres. Somos nosotras las que enseñamos a los hombres cómo
somos y los hombres los que nos enseñan a nosotras cómo son ellos. Para eso
tiene que haber una verdadera intimidad basada en el amor. No hay otra manera.
Este procedimiento lo desconocen los que van de blanditos y los que van de
capullos por los motivos antes mencionados (miedo y desprecio). Y como las
mujeres somos las que sabemos de nosotras mismas decimos lo siguiente:
Efectivamente nos va la marcha,
la de que nos quieran y nos hagan felices. La de los hombres que se atreven a
ello y no se cagan en los pantalones cuando tienen que abandonar su reinado de
superioridad para entregarse a las mujeres y que les hagan picadillo –su mayor
pesadilla- o les amen de verdad –ciencia ficción para ellos-. Porque cuando se
entregan a mujeres que aman a los hombres, sólo cabe la segunda posibilidad.
Estos dos grupos que están fuera
de la vida y de las relaciones de amor no tienen más que ponerse los huevos,
los que van de blanditos, y colocarse de nuevo el corazón los que van de duros.
En ambos casos, conectar su alma para saber qué es un hombre de verdad y cuál
es su misión en la vida.
A las mujeres lo que nos toca es
no dejar entrar en nuestra intimidad a ninguno que no reúna condiciones y proteger
y defendernos para que los hombres que lo son, que aman a las mujeres no se
queden sin ellas.
Bien dicho Maite!!!
ResponderEliminarQuién puede amar a un canalla???
QUEREMOS HOMBRES CON GRAN CORAZÓN Y UNA POLLA DURA!!!
(se puede decir polla en la red?)
Qué bonito sería si todo el mundo se entregara a tener relaciones de amor!!! Entonces sólo habría relaciones auténticas y verdaderas de las que alimentan el alma... Mientras los demás se lo piensan nos ponemos a ello!! ;) Lorena.
ResponderEliminar