Resolviendo el pasado en el presente

¿Cuántos años tenemos en realidad? ¿Tenemos la misma edad física que emocional? ¿Cómo sabemos si nuestra edad de madurez corresponde a la de nuestro último cumpleaños? En general, hay una gran parte de nosotras y de nosotros que se quedó plantada en la infancia, a causa de un acontecimiento que no superamos y empezamos a elaborar una defensa que hemos mantenido hasta este momento, si es que no nos hemos puesto manos a la obra para tomar conciencia y resolver.

Un acontecimiento no es necesariamente un momento puntual en que nos rompimos por la mitad. Es un descenso progresivo de nuestra ilusión hasta que llega un momento que la gota colma el vaso y una parte de nuestro mundo feliz se hace añicos. O dos, o tres… Es un drama humano, pero con
posibilidad de cambiarlo y seguir hacia adelante. Y eso es una magnífica noticia.

La falta de madurez emocional se esconde de millones de maneras y nos ponemos muchísimos escudos, disfraces, personajes, máscaras, para ello. De cara a la galería es una buena estrategia, muy primaria, pero salimos del paso. De cara a nosotros mismos, es lamentable. Sufrimos como bestias y no nos planteamos ni hacerle frente. Si nuestra edad de madurez es poca, nuestra capacidad de resolución también es escasa. ¿Por qué? Porque tratamos de darle salida a una dificultad que vivimos en la infancia y que nos marcó desde el punto de vista de un niño o una niña. Es decir, si tengo pánico al abandono, porque me siento un niño abandonado, tendré que ayudar a canalizar esa emoción desde el adulto, porque como lo haga desde el niño, entramos en barrena y en pánico ya que no encontramos viabilidad a nuestro propósito.

Es imprescindible acoger a ese niño o a esa niña que fuimos, darle cobijo, tranquilidad, y amor incondicional desde el hombre o la mujer adulta que ahora somos. No le damos el poder y no permitirnos en ningún caso dejarnos arrastrar por la montaña rusa de lo que nos hace sentir.

A veces es difícil porque al conectar con una emoción que llevamos tan dentro, automáticamente nos transformamos en seres indefensos y nos ponemos a sufrir esperando a que nos salven. Sin embargo, ahora somos nosotros –en nuestra edad adulta- los que podemos salvar a las criaturas que se sientan en un rincón y están enfadadas, tristes o angustiadas. Consiste en dirigirnos a ellas con suavidad, con amor, con ternura y con todo el poder para transmitirles que están a salvo, que nada malo les va a pasar y que se sienta seguras, porque nosotros lo vamos a resolver, sin ninguna duda. Que no se preocupen.

Un niño o una niña deja de sentirse mal cuando recibe un mensaje así lleno de verdad. Sea nuestro niño –nosotros cuando éramos pequeños- o cualquier niño de carne y hueso en la actualidad, todos, absolutamente todos, saben distinguir la verdad de la mentira. Otra cosa es que se defiendan de ella o que esperen que eso cambie. Pero lo perciben a unos niveles profundos.

No queremos revivir el pasado una y otra vez. Lo más inteligente es salir adelante sin lastres, sin cadenas. Para ello debemos saber que no hay nada nuevo en nuestro comportamiento, en nuestro carácter, en nuestros pensamientos. Solamente se agudizan los síntomas que ya existían años atrás. Las mentiras que nos creemos ahora son las mismas que nos creíamos en la niñez. El sufrimiento al que sometemos a nuestra pobre alma viene de muchos años atrás y que aún no hemos resuelto, sólo tapado. Por eso es fundamental remontarnos al pasado y seguir en el presente construyendo un futuro para todos: para nosotros, hombres y mujeres, poder seguir viviendo y para que las futuras generaciones no pasen por lo que hemos pasado nosotros.

Es despiadado y horrible todo ese daño ocasionado, pero no podemos seguir llevando el luto por ello. No podemos ni debemos seguir viviendo como niños y niñas desahuciadas de cinco años en cuerpos de mayores. Ni sufrir ni vengarnos por ello.

Éste es el momento de coger el poder como personas adultas y quitárselo a nuestro yo de cuatro, ocho o doce años y así poder dirigir. Y dirigimos para que disfruten y estén tranquilos. Tomamos decisiones para el bien de todos. Lo de quitarles el saco de la espalda lleno de responsabilidad les libera de la culpa, que destrozaba a todas esas criaturas porque no sabían qué hacer con él. Cada uno tiene su papel: el niño y la niña aprenden y disfrutan y la persona adulta dirige, salva y, por supuesto, también disfruta.