14 de junio de 2012

Reconstruyendo la pipa de la paz

Estar en paz es lo que los seres humanos buscamos.

Hay guerras abiertas y guerras ocultas. Pero todas las guerras están basadas en la violencia. La violencia que nace del odio. El odio como alienación, como amaestramiento, como manipulación de los seres humanos. Lo de que existan niños que nacen odiando es más propio de películas de terror que de la realidad. Los niños son sensibles al amor, aman y buscan que les quieran. El odio lo aprenden porque los adultos se lo enseñan. La violencia es aprendida, el amor es innato.

Siempre te juegas el tipo cuando defiendes la paz, cuando la buscas y cuando la impones. Cuando no aceptas ningún chantaje ni amenaza. Jugarse el tipo supone que te pueden matar. En países con conflictos activos la muerte significa que te pueden quitar la vida. Otra forma de
matarte es generando sufrimiento, puesto que éste resta años. También pueden matar nuestras ilusiones, nuestros ideales, e incluso nuestra esperanza.

Habitualmente utilizamos frases como “déjame en paz”, “aquí paz y después gloria”,  “descanse en paz”, “a la paz de Dios”, “estamos en paz”, “ir en paz”, “hacer las paces” o “darse la paz”. ¿Qué significado tienen estas expresiones? Para empezar, como algo básico, es que cuando hay tantas utilizaciones, es porque tiene importancia y raíces. Si utilizamos una palabra para expresar diferentes estados, matices o situaciones será por algo.

Cada una de ellas hace referencia a la tranquilidad, el equilibrio, la calma. Por escrito carecen de connotación, sin embargo, expresadas con un estado de ánimo alterado tal vez transmitan lo contrario a la paz. La única que habitualmente no tiene peso como identidad es “darse la paz” convirtiéndose en un gesto vacío de contenido, de protocolo litúrgico. La otra que suele ser expresada sin acritud es “descanse en paz”, por eso de que a los muertos se les respeta si no han sido unos asesinos en masa o algo por el estilo, porque en ese caso, los que descansan en paz suelen ser los demás.

Siguiendo con esta última acepción, ¿por qué esperar a morirse para descansar en paz? ¿Por qué no nos sentimos en paz siempre menos excepciones, en las que toque resolver para evolucionar? ¿Por qué estamos hartos de que nos toquen la moral -o lo que está más al sur- y pedimos reiteradamente que nos dejen en paz?

Vivimos en un sistema en que la paz significa ausencia de guerra, como un alto el fuego, pero el camino para conseguir que sea estable se encuentra lleno de maleza (y de vileza). La fuerza que hay que desarrollar para imponer el bien es total.

En ese sentido, ¿nos sentimos en paz con nosotros mismos, con nuestra conciencia? ¿Defendemos la paz para todos de forma contundente y sin fisuras, dudas o debilidad? Para hacerlo son imprescindibles dos conceptos. El primero es tener la firme determinación de hacerlo y el segundo es comprender el mecanismo, el funcionamiento y la estrategia de la violencia, que se alimenta del sufrimiento y busca generar más odio y destrucción. Esto no significa que comprendamos la violencia, porque para hacerlo tendríamos que movernos desde ahí. Es como comprender a un loco si eres cuerdo, o a un asesino si tu impulso es de salvar vida.

El punto es poner nuestra inteligencia al servicio del bien, de la defensa del amor y de la paz para todos, de tal manera que ésta automáticamente se coloca por encima de la inteligencia del mal.
La paz no se consigue invirtiendo en más armas de defensa, ni en más tanques, ni en más soldados o partidas militares. No se consigue gritando más que el otro o insultándole más alto. Se consigue con voluntad.

La paz exige liberarse del odio aprendido, de la violencia que destruye, de querer ponerse por encima de nadie y hacer uso de nuestra libertad sanamente. Relacionarnos desde ahí es hacerlo desde el respeto con la conciencia de que los negros son personas, las mujeres son personas, los niños son personas, los gitanos son personas, los sirios son personas, los refugiados son personas, los palestinos son personas, los discapacitados físicos o psíquicos son personas, los indios son personas, los judíos son personas, los tibetanos son personas, los homosexuales y lesbianas son personas,... y todos pertenecemos a la misma tribu, a la misma raza, a la misma especie: a la Humanidad.

La paz requiere el perdón y el compromiso a la entrega en un camino de entendimiento, comprensión, no violencia, conciencia, respeto mutuo y confianza de forma permanente. De lo contrario seguirá imperando el conflicto, el malestar, el odio y la violencia física, verbal o del tipo que sea hacia uno mismo o hacia los demás.

El odio se alimenta de más odio, la violencia pide violencia como la hoguera pide más madera para mantener el fuego encendido. No sólo hay que dejar de echar más leña sino que hay que portar mangueras, cubos de agua, para apagarla ahora y estar prevenidos cuando lo consigamos para que nadie vuelva a encenderla. Es un camino arduo pero es el que hay que andar, con determinación, poniendo toda la energía y la fuerza, sin permitir la destrucción y defendiendo la vida. Hablamos de la verdadera revolución, lo otro se queda en guerrilla. Así es precisamente con lo que mantendremos nuestra conciencia en paz. 

1 comentario:

  1. Eres una auténtica revolucionaria y muy potente. Mi admiración por tu labor y por la coherencia entre tus artículos y tu forma de ser y actuar. Lorena.

    ResponderEliminar