Rezar cuando estamos fatal, como
último recurso está bien. Es como cuando vemos en una película que la hija
pequeña está muy enferma y la madre o el médico dice: «Sólo nos queda rezar». Los
padres se dan la mano tratando de ser fuertes y aprietan la mandíbula. Al final
la niña se pone bien y toda la familia tan contenta. Eso en las pelis que
molan, porque acaban bien, aunque lloremos un poco. Y no tienen que ser del
género «ñoño», que también las hay clásicas y referentes del séptimo arte.
Centrándonos en el tema que nos
ocupa sobre la oración hay que decir que evidentemente es necesario rezar en
las situaciones límite y además, está mucho mejor si lo hacemos a menudo.
Ahora después del susto de «rezar»,
lo explicamos. Rezar significa conectarse desde el alma al poder superior, no
jerárquico, sino inmenso. Rezar es trascender el pensamiento lógico que nos
dice que no hay nada sagrado y comunicarse con el amor universal.
Rezar no es repetir una oración
aprendida, es buscar respuestas, ayuda más allá de nuestros ombligos. Y es agradecerlo,
por supuesto. Todo esto es desde la humildad, porque ya sabemos que somos grandes.
Somos hijos e hijas de la vida, del mundo espiritual, de tal manera que
llevamos su esencia pura de amor, bondad, fuerza y grandeza. Además de todos los
valores que la propia vida nos ha dado para que los administremos de manera individual y colectiva, sin
sentido de la propiedad.
Cuanto más nos conectemos, cuanto
más recemos más podremos vivir desde ahí, desde el alma, como seres espirituales.
No confundir estos términos con ser gente colgada. Es justo lo contrario: es ser lúcida. Eso supone no entretenernos con problemas basura, no dedicarnos a sufrir
ni a hacer sufrir, no darle poder al daño, a la sociedad enferma, al pesimismo,
al fatalismo… y VIVIR por encima de todo.
Ningún ser humano puede vivir -con mayúsculas, no «sobrevivir»- si está
neurotizado con la pasta, el curro, las relaciones, etc. y entra en un bucle de
difícil salida y solución. «Mañana me pasan una factura, pero no hay dinero en
el banco. No puedo pedir un adelanto porque ya lo he pedido. Lo podía pedir mi pareja, pero claro, no pide ni la hora. Por no pedir, no me ha pedido ni que nos casemos. Si en el fondo no me quiere. Prefiere estar todo el día en sus
cosas, y yo, como si no existiera. ¿Quién se cree que es? ¡Cuando venga le canto
las cuarenta!». Este tipo de cadenas de pensamiento nos llevan a destruir en lugar de
a resolver. Nos dejamos llevar por los pensamientos, las emociones y las
pasiones y acabamos con el palo de la escoba en la mano esperando a que la pareja entre por la
puerta y atizarle.
¿Qué ocurriría si en lugar de
angustiarnos, enfadarnos o deprimirnos buscáramos saber la verdad y la solución
a la dificultad que se nos presenta? Si no lo hacemos, entramos en barrena y
acabamos con una separación traumática e innecesaria, con la carta de despido del trabajo y
con números rojo bermellón en la cuenta de «ahorro».
Para saber qué es lo que está
ocurriendo es necesario ir más allá de lo que nos dice nuestro cerebro, que a
menudo nos engaña o no profundiza lo suficiente como para poder resolver. Por
eso el camino es conectarse rezando, pidiendo por saber la verdad y ver cómo
salir adelante construyendo. Y agradecerlo.
Todo se aprende con entrenamiento,
creyendo de verdad en que lo que queremos es posible y yendo a por ello con determinación. Si
conectamos la verdad, descubrimos que somos seres humanos -en versión hombre o mujer- maravillosos que lo tienen todo para realizarse y ser felices y
hacer felices a los demás. Lo que esté fuera de ahí no lo cogemos.
Rezar también es un entrenamiento.
Hay libros, tradiciones, personas… que nos pueden ayudar. Cada cual descubrirá
su estilo propio. Lo importante para pedir en la oración es tener intención de
bien. Con eso, la vida hace milagros, da sorpresas y lo regala todo. Dentro de
la intención de bien estamos incluidos nosotros, que no podemos hacernos daño
con pensamientos negativos o destructivos ni antes, ni durante, ni después de
conectarnos espiritualmente bajo ningún concepto.
Las grandes respuestas a las
grandes preguntas se contestan de esta manera. No hay otra. Es la herencia que
nos han dejado todos nuestros antepasados y antepasadas, las de nuestra propia estirpe y las
que han habitado este planeta anteriormente, y que ahora, manteniendo su
intención de bien siguen guiándonos, ayudándonos y dándonos toda la fuerza de
la que disponen.
Nunca estamos solos ni solas. Y las
prácticas de oración, de meditación, de conexión las hicieron antes que
nosotros. Recogemos el testigo para desarrollar y pasarlo a las futuras
generaciones. Renegar de ello sería traicionar una parte que llevamos dentro y nos acompaña: la más
pura, la más grande, la ilimitada. Y traicionar a la vida.
Sin soberbia, sin sufrimiento,
desde nuestra pureza pedimos y agradecemos tener la oportunidad de vivir con el
objetivo de realizarnos y ser felices, para lo cual buscamos ayuda, y por
supuesto, cuando la conectamos, la cogemos y la desarrollamos. Y la ayuda en
estos momentos es que, independientemente de que nos realicemos y seamos
felices, luchamos por la vida hasta la muerte.
Totalmente de acuerdo. La espiritualidad es imprescindible para sobrevivir a una sociedad basada en un sistema enfermo. Con un pasado de aferrado ateísmo, puedo decir que el conectarme al TODO, a lo trascendental, nos da fuerza y claridad para seguir viviendo y buscando la verdad.
ResponderEliminarGracias preciosa por tu luz!
Yo he empezado recientemente a meditar diariamente y es algo que me ayuda a no perderme de la conciencia profunda que soy, más allá de lo superficial. Tus textos también me ayudan a enchufarme. Gracias!!
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