Hay palabras o ideas que a veces
nos pillan lejos, como que no van con nosotros. O pensamos que irán con
nosotros pero dentro de un tiempo. Ahora mismo, nos da pereza o no nos apetece
mucho eso de responsabilidad, salvar vida, elegir el amor por encima de todo,…
Sea con la justificación que sea.
Sin embargo, leer sobre ello nos
hace sentir bien, o imaginar cómo será de maravillosa la vida en unos años. Con
esa actitud hemos pasado del cuento de la lechera a Antoñita la fantástica. Los
cambios no pasan cuando estemos preparados, los cambios se buscan. Por supuesto
que entramos en crisis –gracias a dios- una vez sí y otra también, porque esto
supone una oportunidad. Para los chinos crisis significa “oportunidad” y “peligro”.
Tiene ambas acepciones.
Lo que ocurre es que tratamos de
pasar el “mal trago”, porque esa es nuestra traducción de “crisis” la mayor parte de las veces, y volvemos a las
mismas.
Hemos recibido una educación
basada en el consumo. El consumo como sustituto de todo lo importante, para no
pensar, para no sentir, para no actuar. Hoy en día, el famoso pensamiento de Descartes
podría reformularse como “Consumo, luego existo”.
A pesar de que las anteriores
generaciones nos culpaban de consumir, eran ellos los que no habían parado un
sistema así, y nosotros nos transformábamos en víctimas. Lo mismo ocurre ahora
con nuestros hijos. Nos quejamos de que consumen, piden tener, comprar, de
forma peligrosa en muchos casos y somos nosotros los que no nos hemos rebelado
lo suficiente como para protegerles de ser abducidos por la necesidad de tener
más para ser como tal niño o mejor que tal otro. O simplemente porque necesitan
tapar un agujero en algún sitio, y no es en el estómago.
¿Dónde está el límite entre
servirse de las cosas o consumirlas? ¿Queremos tener muchos amiguitos porque
nos importan las personas o para sentirnos especiales, importantes, con éxito?
¿Qué concepto tenemos entonces de nosotros? ¿Queremos desarrollar poder
para ponerlo para el bien todos o para
crear jerarquías? En este caso, ¿cómo de seguros estamos de nosotros mismos y
de nuestro valor?
Consumir es sinónimo de quemar,
de utilizar en el peor sentido de la palabra.
¿Por qué sentimos la necesidad de
consumir? ¿No podemos acaso resolver constructivamente en lugar de tapar algo
que no queremos ver? Es relativamente fácil saber por qué lo hacemos. Lo que
ocurre es que desactivar la causa real creemos que es misión imposible.
Por ejemplo, sabemos que el
chocolate en particular y el azúcar en general es un sustitutivo. Y no sólo del
sexo, sino del amor –amor con sexo, o sexo con amor, pero amor siempre-. Lo
mismo ocurre con el alcohol, con el resto de drogas, con las compras
compulsivas, con las operaciones estéticas, con el sexo como masturbación con
otra persona, y con cualquier terapia ocupacional.
Necesitamos continuamente
estímulos que nos hagan sentir bien y evitar conectar con lo que nos pasa de
verdad.
Entonces descubrimos que,
efectivamente, no nos quiere ni el tato, o nadie quiere nuestro amor. Y que nos
sentimos mal por ello. Bueno, en realidad nos sentimos fatal. Pero lo tapamos
porque creemos que no tiene solución. Así que a consumir: “Ojos que consumen,
corazón que no siente”.
Así, llegamos a la pregunta del
millón: ¿Acaso el amor lo cura todo? ¿De verdad esa es la carencia que tenemos?
Y si fuera así, ¿podemos encontrarlo? La respuesta es que, por supuesto, el
amor lo cura todo y tiene toda la fuerza para hacernos felices. Pero no
consiste en “encontrarlo” si no en conectar nuestro amor, emitirlo y vivir
desde ahí y relacionándonos con otros seres humanos de verdad, sin consumo.
Desde esa posición, podemos
comer, comprar, vestirnos, leer, realizar actividades sólo para disfrutarlo y
porque tomamos una decisión no desde la ansiedad, sino desde la tranquilidad,
la conciencia y la libertad.
Somos seres humanos libres y
ejercemos nuestra capacidad de decisión en ello. Nuestra autoridad y nuestra
responsabilidad no la entregamos al daño y eso nos llena de grandeza y poder,
cosa que no suele caer en gracia a los dueños de la mentira y la manipulación.
Liberarse de la esclavitud y colgar los grilletes es un acto totalmente
revolucionario. Y es lo que toca.
Por cierto, este artículo no está
disponible para ser consumido…
Lo disfruto, lo aprendo... y no lo consumo!!! Gracias :) Lorena.
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